La circularidad de la política dominicana

Por Juan Bolívar Díaz

            Llama la atención la circularidad de la política dominicana. Cómo se repiten los acontecimientos y comportamientos antidemocráticos y violatorios de los más elementales principios de la ética, con el agravante de que los que ayer fueron víctimas hoy aparecen como victimarios y viceversa.

            Lo que ayer se condenaba hoy se considera como una obra maestra del “arte de la política”. Con el agravante de que las víctimas de ahora no quieren que les recuerden las malas artes de ayer, pretectando que eso es para justificar a los de hoy.

            Esta semana asistimos a la expulsión de diez diputados del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) por parte de cu Comité Político, por haber votado contra las indicaciones partidarias al aprobarse la ley de convocatoria de la Asamblea Revisora de la Constitución.

            Al comunicar la decisión, el secretario general peledeísta Reinaldo Pared, la motivó en que los expulsados habrían recibido “dádivas y otras canongías” de parte del gobierno, y denunciando que “ha habido mucha corrupción y dinero”.

            Resulta irónico que al PLD le hayan aplicado su propia medicina, y en la misma proporción, a cuatro años de que ellos “consquistaran” el apoyo del grupo perredeísta que encabezó el diputado Rafael Peguero Méndez.

            Entonces, en agosto de 1998, tocó al Partido Revolucionario Dominicano el papel de víctima y expulsar precisamente a 10 diputados que “se vendieron al gobierno”.

               Ayer como hoy nadie pudo presentar prueba concreta de que hubo compra y venta ni mucho menos de los recursos del Estado utilizados. Pero en la opinión pública predominó y predomina el criterio de que no se trató precisamente de un cambio de partido o posición por razones ideológicas ni programáticas.

            Para muchos, ayer como hoy, no se trata de un asunto importante, pues se ve como legítimo el abuso del poder, o por lo menos son pocos los que osan rasgarse las vestiduras y la mayoría se hace de la vista gorda.

            Otros en cambio consideramos que tales prácticas antidemocráticas y corruptivas merecen la denuncia y la condena. Ayer y hoy. Sin contemplaciones de ninguna naturaleza.

            Merece condena el tránfuga que vende su voto por dinero, contratas u otros favores para disfrute personal, pero mucho más el que utiliza los recursos del Estado para corromper. Hoy como ayer.

            La conquista de Peguero Méndez y sus 9 compañeros de aventura en 1998 para nada ayudó al gobierno del PLD ni fortaleció la imaghen democrática y la ética con que llegó al poder el presidente Leonel Fernández.

            Más aún, esa acción terminó de sellar el enfrentamiento con el PRD cuando el gobierno iniciaba su segunda mitad. Se agravaría unos meses después con el arrebato de la Liga Municipal Dominicana para lo cual también hubo que salir a “conquistar” regidores de oposición y hasta a utilizar la fuerza policial y militar.

            A decir verdad aquella vez fue desacertado por cuanto el gobierno conspiraba contra un partido grande y fuerte, con tradición de lucha desde la oposición y en capacidad de hacerle la vida imposible. Ahora la oposición es más débil y fragmentada, cuando no desconcertada.

            Pero visto en retrospectiva hasta dirigentes peledeístas aceptan que aquellas acciones fueron, además, terribles errores políticos, que en nada ayudaron al gobierno y atrajeron solidaridad y simpatías a la víctima, tal como algunos advertimos entonces.

            Ahora, como en el pasado gobierno, el Presidente de la República pretende mantener un discurso de concertación, mientras sus seguidores arremeten contra la oposición, y excluyen e ignoran a todo el que no ande en su nuevo camino, aunque sean los líderes del partido que los llevó al poder.

            Dadas las mayorías perredeístas en el Congreso como en los municipios, es posible que en lo inmediato esas “conquistas” puedan ofrecerle algunos beneficios. Pero a mediano y largo plazo los procedimientos antidemocráticos y fuera de la ética pagan sus costos y se revierten en desprestigio y en rechazo de una parte de los electores.

            Si bien es cierto que el PRD parte de una posición de fuerza que aparentemente le preserva contra la reacción de sus víctimas, tiene la desventaja de que ni siquiera en su propio seno logra unanimidad para esos procedimientos. Más bien despierta oposiciones y disensiones.

            Lo más relevante es que esa política del ojo por ojo y diente por diente liquida la imagen democrática de que se revistió el PRD a lo largo de su historia y que explica, al menos en parte, su larga vigencia en la conciencia de amplios sectores nacionales.-