Por Juan Bolívar Díaz
Con gran satisfacción asistimos la noche del miércoles al reconocimiento que un comité de discípulos y amigos rindió a la profesora Ivelisse Prats Ramírez de Pérez, con motivo de haber cumplido medio siglo en un magisterio que le durará hasta el último hálito de vida, que para eso vino al mundo, y ella lo ha asumido con abnegación.
Ciudadana, esposa, madre y maestra sin tregua ni plazos merece en vida los mayores reconocimientos como forjadora de hombres y mujeres libres, a través de un ministerio del nivel medio y universitario, por ser militante de la política límpida y trascendente y del gremialismo llamado a ennoblecer la vida y el trabajo de los maestros.
Tuve el privilegio de conocer a la profesora Prats Ramírez en 1960 en las aulas del liceo secundario nocturno Eugenio María de Hostos, cuando ella emergía de las tinieblas y el silencio, montada ya en su estrella de educadora e ideóloga.
Aquella escuela ya hervía de fervores libertarios, gracias a su proximidad con el impetuoso templo político que Máximo López Molina se atrevió a montar a tres cuadras de allí, en la Avenida Duarte. Avida de aventuras, la muchachada del liceo, merodeaba en los alcances de los altoparlantes emepedeístas buscando sustento a la rebeldía latente.
Nunca como entonces la Librería de la Rosa, que estaba a media cuadra en la acera de enfrente del MPD, había tenido tantos “clientes” simulando hojear los libros, para justificar su asistencia a aquellas prédicas, que desde luego se debatían a hurtadillas en los pasillos, patios y baños del liceo.
Emergió entonces una pléyade de profesores de altos vuelos, entre ellos José del Carmen Rodríguez, precursor encantador de multitudes en la libertaria calle El Conde del 1961, Juanita Gómez e Ivelisse Prats Ramírez de Pérez. Hubo otro, Jerez Cruz, que levantó algarabía cuando apareció entre los cuadros directivos del MPD, para sumergirnos poco después en una de las primeras decepciones políticas cuando se supo que era un “calié” infiltrado.
Ivelisse encantaba con sus proposiciones idealistas y promoción del más puro humanismo. Pero levantaba polémicas, pues no entendíamos aquel lenguaje en la hija única de Francisco Prats Ramírez, quien había sido hasta presidente del “glorioso” Partido Dominicano.
Aquella joven maestra por vocación y decisión, que todavía no había cursado su carrera universitaria, era consciente de las limitaciones que comportaba su apellido. Y probablemente por eso hizo más esfuerzo por ganar credibilidad, vinculándose directamente con las actividades extracurriculares de los alumnos, en el arte como en los deportes.
Ya divorciada de su primer esposo, arrastraba a sus hijos por los caminos del alumnado, estableciendo afectos y ganando una confianza que jamás sería perturbada. Porque para siempre habría de ser la sencilla maestra reivindicadora de los valores espirituales y de la trascendencia en el tiempo y sobre lo efímero y material.
Ninguno de sus alumnos resultó sorprendido cuando tras el desembalse político de 1961 se incorporó a las lides del Partido Revolucionario Dominicano, militando en sus núcleos ideológicos, promotora del sustento político social demócrata, atajadora de desbordamientos y ambiciones, sustentadora de un discurso siempre más arriba del inmediatismo y el oportunismo que tanto han corroído la política de nuestro tiempo.
Como alumna y profesora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, como fundadora de la Asociación Dominicana de Profesores, como política y funcionaria pública, Ivelisse Prats Ramírez ha sido mujer de una sola pieza, intransigente en la defensa de la educación para la libertad, lazo de unidad y generosidad.
Vibramos los alumnos que el miércoles volvimos a escuchar su voz poderosa y límpida reiterando su apego a los valores trascendentes y su fe en la supervivencia de los planteamientos ideológicos. Y la recordamos maestra y amiga por todas estas décadas que nos van cayendo encima.
Celebramos su recuperación después de algunas semanas de postración física, ella que desde los ojos a los pies, ha lucido siempre tan físicamente endeble, indefensa y vulnerable, pero espiritualmente tan firme y superviviente.
Salve profesora. Los alumnos de los primeros años te saludamos. Y te deseamos aún larga vida y mayores realizaciones, en la libertad y para la libertad, como en aquellos tiempos en que anhelábamos encontrar voces de aliento que nos ayudaran a levantarnos sobre las tinieblas y a encender antorchas definitivas. Las tuyas no se apagan ni con los vientos huracanados que tanto soplan en estas latitudes, sin embargo colocadas en el mismo trayecto del sol, como nos dijo entonces el inolvidable poeta don Pedro Mir.-