Por Juan Bolívar Díaz
“Esa voluntad del pueblo expresada en las urnas nos obliga a continuar trabajando como lo hemos hecho hasta ahora en beneficio de la gente, y por consiguiente, redoblando esos esfuerzos. Pero deseo hacerlo con la ayuda de todos, porque quiero que sepan que este triunfo no nos envanece personalmente, ni debe envanecer a nuestro partido, sino que nos convence de que si todo el país trabaja en la justa dirección, el triunfo será todavía más amplio, porque será de todos”.
Así concluyó la declaración del presidente Hipólito Mejía el 17 de mayo pasado, cuando le llegaron a Madrid los informes sobre el éxito electoral que acababa de tener su partido.
Me pareció tan bien concebida esa declaración que reaccioné pensando en León Felipe y uno de sus poemas, de los más hermosos de la lengua castellana: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, pues lo que importa no es llegar solo y de prisa, sino con todos y a tiempo”.
Estoy seguro que a muchos les parecerá exagerada y hasta ridícula esa relación. Especialmente a los que con tanto complejo de superioridad insisten en subestimar a Hipólito Mejía. Y lo hacen al grado de considerarlo el resúmen de la estupidez, o de lo grotesco, ridiculizando su espontaneidad y sentido del humor, a veces exagerado ciertamente, pero ignorando los cuerpos de ventaja que sus condiciones personales le otorgan frente a nuestro pueblo.
Es decir frente al pueblo dominicano, esa inmensa mayoría de personas pobres, de poca instrucción libresca, que celebra las irreverencias de Hipólito Mejía frente a los signos del poder, de la tradición y del conservadurismo, a menudo hipócrita.
Ese presidente sin discurso muy elaborado, que no piensa lo que más le conviene para expresar sus criterios y sentimientos, que reacciona a veces tan primariamente como el pueblo sencillo, es sin embargo, un hombre y un político de éxitos.
No llegó a la presidencia de la República por bruto, como muchos pretendieron del hacendado Antono Guzmán, a quien el pueblo señala en las encuestas como el mejor presidente que ha tenido la nación.
Hipólito Mejía y su partido, encabezado por Hatuey de Camps, han tenido un gran éxito en las recientes elecciones. Se trata de un triunfo de múltiples cabezas, incluyendo una ya desaparecida, la de José Francisco Peña Gómez. Este fue quien, aleccionado por el Frente Patriótico que le cerró el paso en 1996, trazó la táctica de trabajar para evitar que se volvieran a juntar reformistas y peledeístas, pero al mismo tiempo preferir que cada uno de los tres partidos fuera solo a las elecciones.
El presidente Mejía y Hatuey de Camps han reivindicado aquel planteamiento que salió adelante en los comicios de 1998 y en los del 2000. Y los resultados no dejan dudas de cuánto les ha convenido.
La barrida electoral que confiere al PRD el 90 por ciento de los senadores, el 83 por ciento de los ayuntamientos y alrededor del 55 por ciento de los diputados, es en gran medida un éxito del gobierno y, en consecuencia, del presidente Mejía. Aunque ahora lo nieguen aquellos que esperaban los comicios de medio período presidencial para cobrarle al mandatario “todos sus errores y estupideces”.
Esos críticos implacables esperan ahora que el presidente Mejía se envanezca y llene de soberbia y comience a actuar como chivo sin ley, pretendiendo atropellar a todo el resto de la sociedad política y civil y, desde luego, meterse en una desenfrenada carrera para reformar la Constitución e intentar perpetuarse en el poder.
Lo esperan también algunos de los propios seguidores de Hipólito Mejía y de su “PPH”, que quisieran –en aras de intereses muy particulares- comenzar por pasarle un rodillo a su propio partido, convencidos de que la victoria es de ellos solos, nuevos llaneros solitarios.
Por eso me gustó tanto el párrafo que inicia estas cuartillas. Y luego que el mandatario desautorizara la «manifestación multitudinaria” con que algunos de los suyos quería recibirlo este fin de semana al regreso de su viaje a España y Marruecos.
He leído de nuevo sus reacciones frente a los que pretenden que este resultado electoral es una alfombra a su contiuismo, y aunque soy de los excépticos por la impetinencia con que algunos de sus seguidores han sostenido el tema, tambien me pregunté si este hombre humilde y sabio no nos estará acechando para dar una lección.
Todavía esta semana Hipólito Mejía volvió a insistir en que ya tendrá tiempo de demostrar si es un hombre de palabra, que ha dicho y redicho que no se reelegirá, por respeto a uno de los fundamentos doctrinarios de su partido y de su lider Peña Gómez.
Con el respaldo que cosechó en las urnas, Mejía tiene la oportunidad histórica, de dedicar todas sus energías a gobernar para la gente, no para su continuidad, sin reabrir la compuerta del contiuismo que tanta soberbia, dispendio y atropellos ha desatado en la historia nacional y latinoamericana. Y sobre esa base construir el nuevo liderazgo que requiere esta nación, y que a él le daría trascendencia en el tiempo y en la historia.
Tiene que comenzar desde ahora, poniendo límites a los desbordamientos que durante el último año y medio han cifrado la felicidad nacional en la reforma constitucional para restablecer el reeleccionismo, que casi siempre ha significado la continuidad de los acólitos, y la impunidad.
Porque si las mayorías ratificadas se usan para imponer el continuismo a su propio partido y al resto de la sociedad, nadie va a creerle al presidente Mejía y desperdiciará todas las energías que, en caso contrario, podría cosechar y poner en vigor, con las riendas tensas, para que el triunfo de este mayo sea realmente de todos.-