Por Juan Bolívar Díaz
El era de una estirpe poco común, con una multiplicidad de facultades y virtudes al mismo tiempo que una humildad y modestia a toda prueba. Sacerdote y economista, profesor de vocación y ejercicio, con formación en filosofía, teología, sociología y estudios greco latinos.
Intelectual y trabajador, parecía no conocer el ocio y aún en los años finales de su vida, golpeado por una cadena de infortunios de salud, persistía en el trabajo como director de la facultad de economía de la Universidad Católica Madre y Maestra, donde durante décadas ayudó a forjar dos generaciones de economistas.
Escritor con numerosos libros publicados, se daba tiempo para entregar semanalmente un extenso artículo para una página de HOY, exponentes de su cultura enciclopédica, de su don magisterial y de su habilidad para combinar los planteamientos teóricos con las reflexiones coyunturales para arrojar luces.
No nació en nuestra tierra pero la amaba como a la que más y en ella sembró casi todos los talentos que recibió. Y con la generosidad y la firmeza de quienes no persiguen la gloria ni la recompensa. Es que gozaba siendo un testimonio del cristianismo que abrazó desde que era apenas un niño.
Vino al mundo en México durante el 1928, de origen cubano francés, celebró infancia y adolescencia en Cuba donde descubrió sus múltiples vocaciones, forjó sus capacidades en Inglaterra y Alemania y vino a sembrarse aquí a partir de 1966. Viajó repetidas veces por el mundo en ejercicio de su condición intelectual y retornaba a arar en esta tierra desperdiciada, donde él creyó siempre que valía la pena sembrar.
A veces parecía que el sacerdocio que abrazó desde que entró al seminario era cosa secundaria. Pero no. Los que lo conocimos un poco sabíamos que predicaba con el ejemplo, reproduciendo talentos, incentivando a los jóvenes, ejerciendo el ministerio de la bondad y la comprensión, regalando sonrisas y aclimatando el camino de la existencia.
En darse a los demás radicaba su espiritualidad, pues jamás creyó necesarias las jaculatorias de pecho ni los brazos en alto convocando abrazos de ocasión. Lo de él era la autenticidad, la coherencia, sus talentos puestos al servicio de la sociedad en un cotidiano ejercicio de extroversión. Le gustaba su comunidad y vivía orgulloso de haber abrazado los postulados de la Compañía de Jesús, donde su espíritu se realizaba y multiplicaba
Con un exquisito sentido del humor y una picardía a la altura de su inteligencia y cultura, sabía reírse del infortunio y provocar a sus interlocutores en diálogos chispeantes que muchos querían siempre prolongar. Hombre influyente, respetado, que se multiplicó en las cátedras, las conferencias, los artículos y en fenomenales comparecencias televisivas que disfrutábamos tanto los televidentes como los entrevistadores.
En los más de 20 años de Uno más Uno en Teleantillas, lo entrevistamos tantas veces que perdimos la cuenta. Cultivábamos una “payola” afectiva tan fuerte que pocas veces pudo evadirnos. Entre ellas una hace poco cuando tuvo la cachaza de confesar que no tenía ropa con que acudir pues sus dos o tres chacabanas estaban en la lavandería. Es que era modesto hasta la desesperación, a nivel de carros cepillos y un bendito Lada que le mortificaron en el miles de veces recorrido de Gurabo Santiago Santo Domingo.
Entre sus defectos se contó su larguirucho cuerpo, que no estuvo a la altura de su espíritu y lo mortificó sin tregua ni misericordia en sus últimos 20 años de vida, con una asombrosa proliferación de quebrantos. Bregó con tres cánceres diferentes. Su biógrafa y dilecta amiga Angela Peña le recogió un rosario de enfermedades, incluyendo embolia cerebral, trombosis pulmonar, insuficiencia cardiaca y arritmia, infecciones gástricas y urinarias, hepatitis c y una caída que le fracturó ambas piernas postrándolo por meses.
Usted es un milagro andante, le ironizó la periodista a principios de este año. El le contestó: “No, no es ningún milagro, es que no tengo los papeles en regla, soy un emigrante indeseado y estoy cultivando esa calidad”.
Finalmente escogió el día de Nochebuena para irse, ese pícaro tratando de pasar desapercibido. Ligero de equipaje evadió las despedidas. Pero como quiera fuimos muchos a agradecerle su compañía. Con profunda tristeza buscábamos unas palabras que describieran esta enciclopedia de humanidad, cuando escuchamos al padre Zaglul referir la opinión de una monjita que lo trató: José Luis Alemán era una linda persona.