Por Juan Bolívar Díaz
Desde niño he creído que la Navidad es la celebración más contradictoria de cuantas hacemos los seres humanos. Lo aprendí de manera dramática a los 5 ó 6 años allá en el batey Alejandro Bass del Ingenio Consuelo, cuando la Nochebuena sólo lo era para las casas del mayordomo y del bodeguero que era nuestro padre. Lo mismo que el Día de Navidad cuando sólo nosotros estrenábamos ropa y zapato.
Y ni hablar de los Reyes Magos que no reconocían “el buen comportamiento” más que de los niños de estos dos hogares relativamente privilegiados. Ni la Vieja Belén compensaba la tristeza de Quico y los otros compinches del batey con quienes jugábamos pelotas, bolas y trompos.
Con profunda tristeza recuerdo que trataba de compensar a mis “colegas” compartiendo con ellos parte de lo que me tocaba ya del puerco horneado y las manzanas y golosinas “navideñas”, como de los cohetes chinos. Una parte del bate y la pelota les tocaba por necesidad si queríamos jugar béisbol y tener quien ayudara a localizar la bola cuando un buen batazo la mandaba “a cortar caña”.
Lo de contradictorio es porque se supone que lo que conmemoramos en Navidad es el nacimiento de Jesús, el nazareno alumbrado en un pesebre de Belén, que nunca tuvo más que una túnica y unas sandalias y se atrevió a cantar las bienaventuranzas de los pobres, a quienes entregó títulos de propiedad en el reino de los cielos.
Pero muchos celebramos su llegada con un festival de comidas y bebidas, de superficialidades y banalidades, en terrible ostentación de abundancia en medio de un mundo que sigue siendo de precariedades, exclusiones, miserias y orfandades. Aunque no tantas como las del batey, de ayer y de hoy, que algunos no admiten.
Por suerte para mi cuando a los 9 años fui a un colegio católico y comencé a conocer de Jesús, me impactó su mensaje de amor y solidaridad, fuertemente vinculado a mis vivencias infantiles del batey. Además, hasta los 14 años cuando comencé a trabajar, pasaba siempre las navidades en Alejandro Bass y tenía más oportunidades de comprobar la contradicción, pero también de practicar la solidaridad, a veces hasta robándome cosas de la bodega de Papá, que creo alguna vez por lo menos lo sospechó.
Por todo eso la Navidad tiene escondida para mi una carga de tristeza e insatisfacción que me ha acompañado toda la vida. El lado positivo es que desde temprano aprendí que es tiempo de solidaridad, de abandonar un poco de nuestro egoísmo y salir a buscar a los demás, a los que nos rodean, a los que requieren de un gesto de ternura y comprensión.
Desde los periódicos mimeografiados que hacíamos los jóvenes católicos he escrito y hablado infinidad de veces de la Navidad y siempre termino en lo mismo: se trata de la reafirmación de la solidaridad humana, pero no por un solo día, sino para retomar aliento y seguir luchando todo el año y todos los años por un mundo más equitativo, por la inclusión de todos en la mesa del Señor.
Es acercarnos física y espiritualmente a esa muchacha solitaria que bajo un paragua espera conseguir un transporte que la conduzca a una de esas citas con la vida.
O de ese muchacho confundido que no puede comprender por qué lo hemos excluido de las oportunidades y se expresa con recelo y agresividad. O esa mujer madura que se lanza a la calle como una fiera para, sola, poder empujar los hijos que le encomendaron. O ese hombre triste que tiene que refugiarse en unos tragos para sobrellevar la carga del trabajo y las frustraciones.
Con los años el espíritu de la Navidad me condujo a los hospitales y las cárceles para compartir la comida del mediodía con sus habitantes, los más pobres y abandonados, aquellos en quienes se fijaba con mayor persistencia el que intentamos recordar en estos días.
En los últimos años el trabajo y los compromisos me han alejado un tanto de esas manifestaciones de la solidaridad. Por eso tengo que apelar a este medio para reivindicarla siquiera como teoría y para añorar aquellos tiempos del Politécnico Loyola y del batey, o de la Legión de María, cuando nadaba plenamente en mis aguas espirituales.
En medio de este mundo que no hemos podido cambiar significativamente para incluir a los muchachos del batey y de los barrios, siento que las Navidades vuelven a tener la carga de tristeza de la infancia. Por fortuna siempre termino volviendo al compromiso con la solidaridad humana y a la reafirmación de nuestra hipoteca social.
Quisiera que en este día de Nochebuena nadie se sienta solo ni en soledad compartida. Y que muchos rescatemos el mensaje de Jesús, que es solidaridad. Sólo así tendrá sentido que abracemos a los demás y le digamos: que el espíritu de la Navidad te acompañe y te anime no solo hoy, sino en todos los días que nos quedan.