Por Juan Bolívar Díaz
Lo que se está produciendo en la radio y la televisión dominicana es un verdadero abuso en el uso de un lenguaje vulgar, promotor de la desesperanza y el fatalismo, de la desnacionalizacion y la individualización, que no admite límites ni concibe que el usufructo de esos medios es un privilegio otorgado y administrado por el Estado, por lo que deben estar al servicio del bien común.
En nuestros medios electrónicos hay numerosos personajes que están llegando a los extremos de la vulgaridad, cuando no de la desfachatez en el uso del lenguaje, sin tomar en consideración horarios ni teleaudiencia, ofendiendo sistemáticamente lo que en la tradición se conoce como buenas costumbres.
Lo soez, el mal gusto, lo desentonado están tan a la orden del día y de la noche, que a algunos se le comienza a antojar como sinónimo de libertad y de modernidad. Cualquier llamada de atención es rechazada con desparpajo y se califica de atrasados o puritanos a los que consideran que el lenguaje tiene límites, lo mismo que la libertad de expresión.
En estos días escuché a un magnífico animador de radio decir con toda tranquilidad, y lo repitió, que una funcionaria de uno de los poderes del Estado “es una verdadera verguenza” para la nación, obviamente ignorando que estába dentro del campo de la injuria y la difamación. Los calificativos de ladrones y rufianes andan a la orden del día.
Pero más allá de lo moral y lo legal, se trata de elementos que apelan continuamente a la violencia verbal, al insulto y la diatriba, promoviendo el desenfreno en las relaciones humanas y sociales.
No han faltado quienes incurran en actitudes corporales violentas, muestren armas de fuego y hasta amenacen con vías de hecho materiales, en espectáculos de degradación que merecen el rechazo de la comunidad y la llamada de atención de las autoridades que deben velar por el buen uso de las limitadas frecuencias de radio y televisión.
El problema es más grave en la radio, por el número de emisoras y la facilidad de acceso al medio. Y aquí se complica, además, por la cantidad de programas interactivos, que dan participación a los oyentes, muchos de los cuales ignoran las más elementales normas en el uso de las frecuencias radiofónicas.
Hay una pléyade de participantes en esos programas interactivos, que hablan casi a diario y en más de uno. Yase les conoce por la vez y sus nombres comienzan a masificarse. Pero pocos aportan positivamente a la comunicación. Los hay que han hecho del fatalismo y el pesimismo un modo de protestar.
Pero no es justo cargar el dado a los radioescuchas, en considerable proporción analfabetos. La responsabilidad fundamental recae sobre los operadores de los medios, a quienes se supone en conciencia de la responsabilidad que contrae todo aquel a quien el Estado le facilita una frecuencia de radio o televisión.
Están en el deber de promover los valores positivos, de ser constructivos y educadores. Frente a la adversidad tienen que plantear el valor, el optimismo, la esperanza.
Pero para muchos la nación dominicana es el fin del mundo, y sus hijos somos los más incapaces de la convivencia y la civilización. Difunden la idea de que no se puede vivir en el país, de que hay que emigrar, no se sabe hacia dónde. Porque en Estados Unidos y Europa, que son sus referentes fundamentales, cada vez hay más restricciones para recibirnos.
En una manifestación de crasa ignorancia queremos compararnos con Francia, España o Estados Unidos. Rehuimos vernos al lado de las naciones centroamericanas o las del Caribe, que son nuestro ámbito geopolítico y cultural. Y ni siquiera echamos un vistazo hacia Venezuela, Ecuador, Colombia, Perú, Paraguay o Uruguay. Ni a México y Venezuela, los dos países más ricos de América Latina y precisamente de los que tienen mayores proporciones de pobres e indigentes, de marginados y excluidos. Ni hablar de Argentina.
En México la democracia apenas está en proceso de rescate, en Venezuela está en profunda crisis. Pero aquí difundimos la idea de que las dificultades y hasta los retrocesos democráticos son patrimonio genético de los dominicanos. Porque somos atrasados, porque somos degenerados y hasta por nuestras raíces africanas.
La promoción del complejo de inferioridad que afecta a muchos dominicanos y dominicanas es mucho más grave en un escenario internacional tan adverso y lleno de peligros, que nos expone a sufrir pensalidades por factores que escapan de nuestro control. Como ya está ocurriendo con los precios de los combustibles y la energía.
Tenemos que hacer un mayor esfuerzo por un mejor uso de la radio y la televisión. Y, digan lo que digan, corresponde a los organismos estatales una mayor diligencia, sin pretender incurrir en violación a los valores democráticos y de la pluralidad, y llamar la atención a los que continuamente incurren en irresponsabilidades.-