Por Juan Bolívar Díaz
Una de las expresiones más contundentes del grado de desorden y violación de la ley que sufre la sociedad dominicana es la circulación vehicular, cada vez más compleja por más inversiones que se hagan en avenidas, puentes, túneles y pasos a desnivel.
La anarquía del tráfico vehicular no es sólo reflejo del desorden social, sino que también conlleva un alto precio en pérdida de vidas, siendo la principal causa de muerte y de lesiones permanentes en el país, así como en pérdidas materiales por destrucción de los vehículos de motor, por deterioro de las vías públicas y por excesivo consumo de combustibles en los sobre entaponamientos.
Es tan crítica la situación que llama poderosamente la atención de las personas que nos visitan, especialmente cuando vienen de las naciones que han alcanzado un alto grado de organización social, que se expresa de entrada en la circulación por las calles, que viene a ser como el espejo en que se plasma el nivel de desarrollo social.
La anarquía vehicular es tan creciente, que causa angustia y alto grado de estrés en las personas que anhelan un nivel de organización social más racional y acorde con el desarrollo humano en general.
Ya no hay norma en el tránsito de automóviles que no se viole sistemáticamente a la vista de todos, y a cualquier hora del día. Y es impresionante que en esas violaciones compiten personas de todos los estratos sociales y niveles educativos, como si todos nos hubiéramos convencidos de que manejar en las calles dominicanas es una carrera de obstáculos a ser vencidos por cualquier medio.
Muchos para no exponerse ni siquiera a la sanción de las miradas han apelado a un recurso supremo y a la vez también ilegal: el entintado de los cristales de manera tal que quedan sumidos en el anonimato y pueden emprender sin inmutarse cualquier agresión a las más elementales normas de la convivencia.
Los dominicanos nos hemos acostumbrado a la violación de todas las normas que rigen la circulación vehicular, desde los semáforos, la separación de carriles, la dirección de la circulación, el doblaje en las esquinas, y hasta al retroceso en avenidas, puentes, túneles y elevados.
Con la mayor tranquilidad inauguramos un carril en vía contraria, doblamos en U aún cuando tengamos que interferir la circulación de los demás, obstruimos los carriles de girar a la izquierda o la derecha o seguir adelante, de acuerdo a la conveniencia individual y hasta en los peajes muchos se niegan a respetar el derecho de los que llegan primero, violando impunemente las filas para colarse descaradamente delante del que espera turno.
Desde luego, todavía son muchos los que no han aprendido a leer los carteles que avisan en los peajes cuáles líneas son para los que no llevan el dinero exacto y cuáles para los que lo tienen. Tampoco los conductores de vehículos pesados han aprendido que les corresponde circular en el carril más a la derecha.
Lo peor de todo es que cada vez parece que nos acostumbramos más al desorden y lo vemos con indiferencia. De hecho una alta proporción de personas contribuye a la anarquía cuando abre paso a los violadores de la decencia, por ejemplo, a los que no quieren hacer fila para pasar los peajes.
Hay quienes lo racionalizan y parecen tener razón: es como frente a la corrupción general de la sociedad, que si la afrontamos personalmente corremos riesgos de retaliaciones y agresiones, y en el menor de los casos, como no podemos vencer a la mayoría de los abusadores, todo lo que cogemos es estrés.
Y así se nos va deteriorando cada día más la forma de convivencia, y va predominando la ley del más atrevido y del más desvergonzado. Lo peor es que todos sabemos que eso conduce a un sendero de difícil retorno, porque lo que se refleja en las calles, lo traducimos a todas las formas de convivencia, sobre todo en las cuestiones que no se ven, convirtiendo el país en una gran anarquía.
El día que un gobierno quiera de verdad cambiar el curso del desorden social dominicano tiene que comenzar por imponer el orden en la circulación vehicular. No será fácil, pero alguna vez tendremos que hacerlo, y para eso vuelve a ser necesaria una policía eficiente y equipada, campañas educativas y ágiles tribunales que sancionen las violaciones.