Por Juan Bolívar Díaz
Uno de los actos más irresponsables y mezquinos del presidente Hipólito Mejía fue la modificación de la Constitución de la República con el único objeto de abrir paso a su repostulación, contrariando no sólo seis décadas de historia del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), sino también revocando el proceso de afianzamiento de las instituciones democráticas que vivía el país.
El procedimiento fue tan grotesco, incluyendo la compra de decenas de legisladores del propio partido y una docena del principal de la oposición, que empezó a ser cobrado de inmediato por la sociedad dominicana, como quedó explícito en la encuesta Penn & Schoen publicada por El Caribe en septiembre del 2002, cuando por primera vez en muchos años el PRD cayó al segundo lugar en las preferencias electorales para no levantarse hasta hoy.
¿Qué ocurrió entre la aplastante victoria electoral del 16 de mayo del 2002, en 28 de 32 provincias, y finales de agosto del mismo año cuando se ejecutó la encuesta que justifique la estrepitosa caída del perredeísmo? Nada que no fuera la reforma de la Constitución y la muerte de Joaquín Balaguer. Esto último contribuiría al fortalecimiento del Partido de la Liberación Dominicana en el mediano plazo, pero no explica que el PLD obtuviera un 33 y el PRD un 28 por ciento de las preferencias 4 o 5 semanas después.
Tampoco fue consecuencia de la crisis financiera, como algunos creen. En agosto la tasa de cambio todavía estaba en 18.30 pesos por dólar y la inflación acumulada en los primeros ocho meses del año era apenas del 6 por ciento, de las más bajas en décadas. En septiembre se inició la devastadora crisis financiera en medio de la cual Mejía insistiría en repostularse contradiciendo decenas de afirmaciones previas, en una burla que también generó un costo electoral.
Pero quedó restaurada la reelección presidencial que tanto ha determinado las precariedades institucionales en la historia latinoamericana y particularmente en la dominicana. Tal como se advirtió repetidas veces, el Congreso perredeísta “trabajó para el inglés” renegando de los esfuerzos de su líder José Francisco Peña Gómez por proscribir la reelección y abriendo de nuevo el continuismo para sus contrincantes.
Es cierto que el doctor Leonel Fernández escribió artículos y en su libro sobre el fraude electoral de 1990 dejó rastros de su rechazo al continuismo, pero él no tiene el compromiso histórico que sobre el particular tuvieron Juan Bosch y Peña Gómez, ni el de las generaciones de políticos y periodistas que combatieron el continuismo durante las mascaradas electorales de Balaguer.
El presidente Fernández ha llegado a considerar que la reelección es consustancial a la democracia, defendiendo el sistema de dos períodos consecutivos que predomina en la democracia norteamericana, aunque por momentos ya se le atribuye el estar más inclinado a la reelección ilimitada como en las democracias europeas.
Pero en naciones tan débiles como ésta la reelección sigue siendo una desgracia para el afianzamiento de la institucionalidad democrática, como ya está quedando evidente. El líder peledeísta anunció el domingo el comando de campaña de su partido, integrado por los titulares de 11 de las 16 secretarías de Estado orgánicas. Llegan a 13 si se le suman dos que están encabezadas por aliados políticos (Relaciones Exteriores y Hacienda). Como hay otros 15 altos funcionarios, se puede decir que el comando de campaña es el gobierno en pleno.
Una ocurrencia como esa, y menos para 8 meses de campaña electoral que aún faltan, es impensable en la democracia norteamericana o en la europea, donde tampoco ningún candidato presidente ni ningún partido puede cargar el más mínimo costo de campaña electoral al erario público. Nadie ha visto en un diario de esos países un anuncio de una secretaría de Estado ponderando la obra de un presidente en busca de la reelección, ni una campaña publicitaria permanente de radio y televisión con consignas políticas pagada por organismos del Estado. Ni la creación de decenas de cargos gubernamentales para comprar aliados políticos.
Sería un escándalo mayúsculo que un presidente de Estados Unidos, o de España o Francia acudiera a inaugurar 200 apartamentos construidos por el Estado en medio de una campaña reeleccionista y que además fueran revestidos por una tela con los colores de su partido, como ocurrió el domingo en el municipio Santo Domingo Oeste.
Faltan todavía ocho meses para las elecciones y ya el reeleccionismo está desbordado, innecesariamente, porque el presidente Fernández conserva aún suficiente apoyo para competir y probablemente ganar. Ojalá reflexione y sea consciente de que esos desbordamientos pueden tener un costo político.