El absurdo de la revista de vehículos

Por Juan Bolívar Díaz

            Corría el año 1988 y aquel era un sábado plácido. Temprano de la mañana todavía era poco el tráfico vehicular en la Kennedy con Winston Churchill, donde doblé hacia el sur. No llevaba ninguna prisa e iba con muchísima prudencia pues en el asiento delantero derecho, precariamente amarrado con el cinturón de seguridad, viajaba mi hijo Juan Gabriel, que aún no llegaba a los tres años.

            Apenas hube entrado de lleno en la Churchill cuando el agente policial me hizo insistente señales para detenerme, cosa que hice atendiendo el llamado, mientras me preguntaba qué habría hecho mal como para ser requerido por la autoridad.

            Con toda parsimonia y con esa sonrisa del que se siente amparado por la ley y los derechos, fui entregándole al agente los papeles que me pedía. Primero la licencia, luego la matrícula y el seguro. Todo al día y sin arruga.

            A esa altura del interrogatorio pensé que aquel policía era un superdotado y me preguntaría cómo llevaba ese niño tan pequeño sentado en un aseinto delantero. Lo ví girar por el frente del vehículo y abordarme a continuación con una sonrisa de vencedor: y qué de la revista, preguntó.

            Como si hubiera ensayado aquella situación, le respondí sin titubeo: oiga comandante, parece mentira que un agente tan diligente como usted, no conozca suficientemente la ley de tránsito. ¿Usted no sabe que esa ley establece que los carros no requieren revista hasta que pasan de los cinco años y que éste que usted está viendo no ha cumplido el primero, como puede comprobar en la matrícula?

            Avergonzado, el policía de tránsito me devolvió mis documentos mientras me felicitaba por ser un ciudadano dotado de todos los papeles del conductor y además por dominar de esa manera la ley 241.

            Durante muchos sábados no se me ocurrió cruzar por aquella confluencia, temiendo que aquel agente habría consultado si la ley de tránsito tenía esa previsión y que me acecharía para vengarse del engaño.

            La realidad es que me cuento entre los privilegiados que suelen andar en automóviles confortables. De los que no dejan a uno en medio de la calle. Y acostumbro darle mantenimiento. El de la historia era en realidad nuevecito. El primer Acura Integra que llegó el país y que los muchachos los mecánicos y los policías gustaban observar minuciosamente. En Estados Unidos había ganado premios y sin ser de lujo ni de los más caros, era funcional y eficiente.

            ¿Por qué tendría que ir a tránsito terrestre para que “le pusieran la revista”? Sobre todo porque la tal revista cuando “la pasan” se limita a ver si enciende las luces, tiene una goma de repuesta y un trángulo refractivo.

            Siempre me ha parecido que la tal revista es uno de los mayores absurdos que sufrimos. Sobre todo cuando uno ve tantos “anafes” o “cacharros” de todas las marcas en circulación . Si la revista fuera revisión, miles de ellos irían a parar a los hornos de Metaldom.

            En cualquier caso la ley debería establecer, como en otros países, que hasta los 5 años o determinada cantidad de kilómetros corridos los vehículos no requieren someterse a la revisión, como forma de racionalizarla. De entrada se disminuye drásticamente la cantidad de solicitantes y se puede realizar una real revisión en aquellos vehículos que sí la requieren.

            La práctica indica que la revista es un relajo, porque ni siquiera puede justificarse como recaudación, pues lo que el Estado percibe es menor que el costo del marbete más el personal, los establecimientos y los equipos que se requieren para esa tarea. Y de ser un impuesto, lo que correspondería sería facilitar su pago, hasta por teléfono.

            Imponer a miles de personas madrugar y gastar ocho y hasta 14 horas para sacar la revista es de los absurdos más graves de nuestros días. Sobre todo porque en las aglomeraciones el papelito se facilita tanto que en muchas empresas se entregan al por mayor.

            Las energías de la Autoridad Metropolitana del Transporte, comenzando por las de su jefe, deberían emplearse en la persecución de los violadores de semáforos, de quienes no respetan ninguna norma, de los que circulan en carriles contrarios, de los que invaden las áreas peatonales y se estacionan en las aceras.

            Por demás, incautar vehículos por la falta de la revista es un abuso desproporcionado, una reminicencia del autoritarismo que todavía carcome el alma de tantos dominicanos y dominicanas.-