Por Juan Bolívar Díaz
Una de las cosas hermosas que me ocurrió esta primera semana del año fue haber entrevistado al señor René Vicioso, presidente de la Fundación Bienvenid@ Seas, creada para dar asistencia y defender a unos 35 mil dominicanos y dominicanas que han sido deportados en los últimos 20 años de los países a donde habían emigrado.
La importancia de esta institución queda de relieve al considerar que desde el año 2000 suman 15 mil 40 los hijos de esta tierra que han regresado deportados, unos 5 mil tan sólo en el recién concluido 2005, en un 95 por ciento desde los Estados Unidos, casi todos hombres, en su mayoría entre los 25 y los 45 años de edad.
De esos infortunados una proporción considerable llega desarraigada, habituada a vivir en mega ciudades de múltiples oportunidades como Nueva York. Algunos habían emigrado de niños y apenas hablan español. Los hay que llegan a morir, enfermos de Sida, de cáncer y otras enfermedades catastróficas.
René Vicioso ha sumado energías junto a otros deportados para crear esta fundación con el objetivo de promover los intereses de esa porción de la población dominicana necesitada de atención, de servicios, de consideraciones, de que se le reconozcan sus derechos humanos.
Lo primero que me impresionó de Vicioso, fue su transparencia, la valentía con la que confesó en la televisión que él había fallado, que estuvo envuelto en tráfico de drogas, por lo que pasó nada menos que 17 años en una prisión norteamericana. Pero de allí no salió frustrado ni envilecido. Tampoco resentido, sino más bien dispuesto a demostrar que reunió fuerzas espirituales para regenerarse y ser útil a la sociedad. La idea generalizada es que todos esos deportados son las peores expresiones de la delincuencia, autores de crímenes atroces, dignos de ser encerrados para siempre, aunque una alta proporción se inscribe en tráfico de drogas, de mucha y poca monta, empedernidos y neófitos. También en falsificaciones, violencia doméstica, tan común en nuestra cultura pero más sancionada en naciones desarrolladas. Así mismo por conducir vehículos sin licencia, conducta antisocial y otros delitos menores.
En la mayoría de los casos se trata de personas que han cumplido penas por faltas cometidas en los lugares donde vivían, pero que no tienen ninguna deuda contraída en el país. Sin embargo, aquí se les recibe y trata como delincuentes. Se comienza por ficharlos. Meten sus nombres en los centros informáticos de referencia de crédito. Y se les niega no sólo crédito, sino también un empleo.
Para colmo a los dominicanos deportados se les atribuye la proliferación de la delincuencia en el país, aunque las estadísticas demuestran que se trata de una falacia. Cuando alguno de ellos incurre en delito, de inmediato se resalta su condición de deportado. Pero diariamente ocurren decenas de delitos criminales, en su mayoría cometidos por jóvenes menos de 30 años que no han viajado al exterior.
Es que se parte del erróneo concepto de que la delincuencia se aprende en las grandes ciudades, especialmente las norteamericanas. Se quiere ignorar que un niño o niña dominicana presencia decenas de actos criminales por cada día de televisión.
En 1999 pedí a la Policía Nacional una relación de los deportados que habían sido procesados en el país, y me dieron una lista de 105, en cinco años. Es decir, apenas 21 por años. Muchos de ellos por delitos menores, especialmente falsificación de documentos para intentar el retorno a Estados Unidos, en lo que reincide una buena proporción. Está demás decir que los actos criminales son miles por año en el país.
La antropóloga norteamericana Nina Siulc, quien ha estudiado la expatriación de dominicanos por penas criminales, sostuvo en HOY el 3 de agosto pasado, que no hay relación entre la llegada de éstos y el incremento de la criminalidad en el país. Sí afirmó que el 15 por ciento regresa ilegalmente a Estados Unidos.
También el exjefe de la Policía Manuel de Jesús Pérez Sánchez dijo el año pasado que las estadísticas no avalan que los deportados sean responsables del incremento de la delincuencia. Los estamos utilizando como chivos expiatorios de las putrefacciones que genera nuestra sociedad.
Los deportados son un subproducto de la emigración, sustento fundamental de la economía nacional, que el último año ha aportado unos 3 mil millones de dólares. Por eso y por razones humanitarias el Estado debería ayudarlos en vez de marginarlos y recondenarlos. Darle oportunidades en vez de inducirlos a la reincidencia en el delito. Pero esta sociedad cruel les niega todo derecho. México, Colombia, Perú y otras naciones dan asistencia a sus emigrantes hasta cuando están en las cárceles.
Ya que el Estado dominicano no se ocupa de ellos, bienvenida sea la Fundación Bienvenid@ Seas.