Por Juan Bolívar Díaz
Ahora que vuelven a escucharse las mutuas descalificaciones entre partidos políticos y sociedad civil, conviene recordar que ambos sectores han tenido una relación tensa pero cada vez más interactiva y positiva en los últimos años.
Los partidos tienen una ventaja de entrada, y es que desde hace siglos todo el mundo sabe lo que son y cuáles son sus objetivos.
La sociedad civil, en cambio, es un concepto relativamente nuevo, tan diversa y con tantas expresiones organizativas y objetivos que resulta casi imposible unificar criterios sobre su definición.
Hace tres años asistí como expositor en Berlín a la conferencia anual de la Asociación Alemana de estudios sobre América Latina, que reúne a académicos y dirigentes de entidades sociales alemanes que trabajan con los latinoamericanos, especialmente fundaciones.
Después de tres días de conferencias, trabajos de grupos y discusiones, no pudimos ponernos de acuerdo sobre una definición de sociedad civil. Y conste que desde el principio muchos advirtieron que el esfuerzo era inútil, porque había fracasado reiteradamente en otras oportunidades y escenarios.
En cualquier nivel social y educativo se encuentran personas que creen que lo de sociedad civil es una contraposición a la sociedad militar, y los dirigentes políticos reclaman que ellos también son parte de la sociedad civil, lo que como individuos es indiscutible.
Como no hay espacio para abordar siquiera una mínima parte de las innumerables teorizaciones y definiciones de sociedad civil, recojo aquí la más simple y que más se aproxima a mi gusto: se trata de una gran diversidad de instituciones y organizaciones sociales que buscan participar en la construcción del destino nacional, pero sin perseguir directamente el ejercicio de los poderes públicos del Estado.
La organización social para buscar el poder es el partido político. Por eso sus dirigentes y militantes, estén en el poder o en la oposición, no representan a la sociedad civil, aunque como individuos puedan formar parte de algunas de sus expresiones.
Se da el caso de dirigentes sociales que son al mismo tiempo dirigentes políticos. Y por momentos y coyunturas no se sabe qué pesa fundamentalmente en su actuación. Digamos que esos son o deberían ser la simbiosis, el enlace fundamental entre sociedad civil y sociedad política.
Tampoco debe suponerse que la sociedad civil no hace política o que sus dirigentes y militantes no tienen simpatías partidarias. Pero lo que define su acción es una instancia organizativa que no está encaminada a perseguir o ejercer el poder.
Si pasan a ocupar un cargo de gobierno, como cuando pasan a dirigir un partido, se transforman, dan el salto a la sociedad partidaria. Aunque sea transitorio y no hagan profesión de fe en el partido que los llama.
En otras palabras, la sociedad civil está integrada por los dirigentes sociales que buscan servir, orientar, organizar grupos de la sociedad para fines específicos, y que se constituyen en un poder social no para competir con los partidos, sino para presionarlos en la dirección correcta, pero también para ser interlocutores, para equilibrar, para que el ejercicio del poder no sea una simple distribución del patrimonio público entre los partidos.
Se trata de una nueva dimensión de la democracia, que ya no se define sólo como el régimen del voto libre y bien contado, sino también de la participación, de la consulta a toda la sociedad, de la rendición de cuenta “al soberano”. Pero no al soberano indefinido, recluido o auto marginado, sino al que hace presencia activa en algún tipo de organización.
En el mundo del subdesarrollo social y del atraso político, sociedad civil y partidos buscan descalificarse mutuamente. Y pretenden sustituirse. Los políticos porque no quieren tutela de nadie, porque se creen con mandato e investidura omnipotente. Los dirigentes sociales porque a menudo extreman sus críticas y quieren construir una sociedad política ideal, que sólo existe en sus sueños, aunque sin “ensuciarse las manos” en el quehacer político. Sin “grajearse” como dicen algunos.
Hay, sin embargo, un récord de intercolaboración, concertación y progreso conjunto entre sociedad civil y partidos. Dirigentes de ambos sectores han sido protagonistas y visionarios. En los ámbitos de la organización y transparencia electorales, de la justicia, de la gestión comunitaria, de la legislación y otros.
La participación de la sociedad civil dominicana en la elección de la actual Suprema Corte de justicia es tenida como modelo a nivel internacional. Y fue concertada con líderes políticos, gobernantes y legisladores.
Lo mismo la participación en la promoción de la transparencia electoral. Y en ambos renglones entidades como la Universidad Católica Madre y Maestra y el movimiento cívico Participación Ciudadana tienen sólida experiencia. Conciliando posiciones, allanando montañas de prejuicios, estableciendo puentes, no trincheras.
Los diversos partidos también, en diferentes momentos, han tenido gratas experiencias de esa intercolaboración y participación, que ellos coyunturalmente han auspiciado y promovido.
Ahora, en el intenso como apasionado debate sobre la reforma constitucional, conviene recordar que hay espacios para el encuentro entre la sociedad civil y los partidos, con mutuos reconocimientos, insistiendo más en lo que los une, que es la suerte de la nación, que en los prejuicios y diferencias que los separan. Sin que ninguno tenga que renunciar a sus principios, críticas y expectativas.
Como en el matrimonio, ninguno de los dos puede renunciar al otro sin disolver la comunidad democrática.-