Por Juan Bolívar Díaz
En la primera semana de la temida guerra de ocupación de Irak no se han sentido las repercusiones negativas que se esperaban sobre la economía nacional, aparte de la especulación cambiaria, y por el contrario el brusco descenso de los precios del petróleo ha producido un respiro, mientras el secretario de Turismo afirma que la afluencia de visitantes se ha mantenido normal.
Lo que resulta una verdadera sorpresa es que el precio del petróleo cayera de forma tan acentuada desde que el gobierno de los Estados Unidos declarara la guerra a Irak, uno de los mayores productores del crudo. El descenso se estima alrededor del 20 por ciento, desde 34 dólares con 95 centavos a 27 con 36 el barril, en la categtoría del West Texas, que es el de referencia en la región.
La especulación internacional, de la que las grandes compañías petroleras son beneficiarias fundamentales, nos hizo pagar por adelantado una parte del costo de la guerra, durante lo que iba del año, cuando el promedio debe haber rondado los 35 dólares el barril.
Para algunos ese descenso se basa en la “convicción del mercado” de que la guerra será corta y que los campos petroleros iraquíes no sufrirán daños considerables. Para otros es indicador de la presencia de los grandes intereses de la industria petrolera nortamericana y británica, manipuladora del mercado, presta a aligerar la carga de una guerrra de conquista territorial en la que está implicada.
Pensando solo en el país habría que celebrar que los daños colaterales de esta guerra cruel apenas nos rocen, asumiendo como cierto que el turismo no ha sufrido en lo más mínimo, como indicó el secretario Rafael Suberví Bonilla. En tal caso no sólo habrían sobrado los temores e incertidumbres, sino también el Plan de Contingencia elaborado por el gobierno para enfrentar los efectos de la guerra.
Aunque no está demás que lo mantengamos a manos no vaya a ser que la situación se complique, con eventos inesperados en el teatro de la guerra o en el escenario internacional, sometido a rígidas disposiciones de seguridad por temor a la reacción de los fundamentalistas islámicos.
De cualquier forma convendría al país que ensayáramos y adoptáramos un régimen más austero en el uso de la energía y los combustibles, tan onerosos a la economía nacional, que consumen una alta proporción de nuestros ingresos en divisas, siendo más racionales en el uso de vehículos económicos y en todas las formas de ahorro.
Hasta ahora el daño colateral que nos ha dejado la primera semana de guerra se expresó en la especulación cambiaria, ya que los tres o cuatro cambistas que controlan el mercado retuvieron los dólares cuando se anunció el inicio de la agresión para ofertarlos dos días después a una tasa superior al menos en un 15 por ciento, con lo que habrían obtenido ganancias multimillonarias.
Así el dólar volvió a cotizarse por encima de los 25 por 1, aunque el viernes, tras una nueva amenaza presidencial, los cambistas decidieron reducirle de golpe un peso, una prueba más de que, como advierten todos los agentes financieros, hay fuerte especulación.
El estallido de la guerra trajo otro daño colateral al país, cuando el gobierno, pese al rechazo de la guerra que había hecho el propio presidente Hipólito Mejía y el canciller Hugo Tolentino, terminó poniéndose “del lado del pueblo y el gobierno de Estados Unidos”, con el ridículo agregado de que estaremos prestos a ayudar a la reconstrucción del Irak que el ejército norteamericano está destruyendo sistemáticamente.
Es indudable que somos una nación dependiente en exceso de los Estados Unidos, pero habíamos podido evadir las presiones en el momento crítico en que se buscaba fortalecer el guerrerismo. Y somos una nación particularmente sensible a agresiones y ocupaciones norteamericanas, casi siempre con el falso pretexto de su seguridad nacional.
Particularmente para los que vivimos la invasión de 1965 nos resulta indignante que esta nación sea asociada de alguna forma a una ocupación de un país pobre, situado tan lejos de quienes se dan por amenazados, bloqueado, destruído sistemáticamente durante una docena de años.
Aunque también hay que lamentar que presionáramos al presidente Hipólito Mejía a definir una posición sobre la guerra, durante la reunión del jueves con directores y propietarios de medios de comunicación. Aquello no era una rueda de prensa y no se estaba esperando el voto de la nación para nada. Teníamos que conformarnos con lo que se había dicho hasta entonces, que favorecíamos las negociaciones y la paz.
Por ahora no tenemos información suficiente para hablar de los daños colaterales de la guerra para los 24 millones de iraquíes. Los misiles y las bombas son “tan inteligentes” que hacen poco daño aún cuando pierden la puntería. La noche del viernes la CNN decía que impactos en viviendas habían producido más de 200 “heridos”. No reportaba muertos.
Pero todo el mundo asiste a un daño moral y a un profundo sacudimiento espiritual con ese otro bombardeo, el de la inconmensurable violencia destructiva, que sume a ciudades en sólo polvo y fuego, como decía triunfante uno de sus panegiristas.
Protejámonos todos y especialmente a nuestros hijos de los efectos de esta violencia tan abusiva como innecesaria, que constriñe el alma y que dejará en el mundo –como todas las guerras- un enorme reguero de desquiciados y depravados. Aún entre los vencedores, si es que merecen tal calificativo.-