Con La Rabia en el Corazón

Por Juan Bolívar Díaz

             Volví a sentirme con La Rabia en el Corazón al leer la entrevista de Iban Campo (El Caribe, 5 de julio, páginas 1-2) con la jovencita de 17 años Melanie Delloye Betancourt, reclamando el derecho de volver a ver a su mamá, Ingrid Betancourt, la increíble senadora colombiana secuestrada por las guerrillas el 23 de febrero del año pasado, cuando se internó en territorio peligroso dentro de su campaña por la presidencia de su país.

            Imposible no sentirse impresionado al leer la madurez y profundidad con que esta muchacha ha asumido la lucha de su madre y los retos que la vida le ha impuesto, y al mismo tiempo la confesión de sus carencias maternales al reclamar la ternura del reencuentro.

            Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer a Ingrid Betancourt, al leer su libro La Rabia en el Corazón (Editorial Grijalbo, 2001), donde cuenta la intensidad de vida y propósitos que la llevaron a ganar una curul de diputada en 1994, y cuatro años después de senadora, luchando casi sola, sin partido y contra la corrupta y criminal burocracia política colombiana.

            Ingrid fue un fenómeno de mujer, con una capacidad comunicativa excepcional, que hizo su campaña para diputada repartiendo condones en las esquinas encomendando a sus compatriotas “presérvense de la corrupción, que es el SIDA de la política”. Las burlas iniciales se trocaron en admiración y ganó.

            Hay que imaginarse el espectáculo. Una bellísima mujer de 33 años, hija de un exministro de Educación, don Gabriel Betancourt, repartiendo preservativos a los automovilistas. Cuatro años después utilizaría una máscara antipolución para su campaña a senadora, resultando la más votada entre todos los contendientes.

            Creó su propio movimiento político con el simbólico nombre de Oxígeno, mientras en el Congreso libraba una intensa campaña de denuncias contra la mafia y la narcopolítica, habiendo encabezado la lucha por el procesamiento del presidente Ernesto Samper, en cuya campaña se utilizó dinero del narcotráfico.

            De manera que el próximo paso de Ingrid Betancourt fue lanzarse a la búsqueda de la presidencia y las encuestas no la dejaban mal parada cuando al adentrarse, conscientemente, en la zona desmilitarizada para las negociaciones de paz con la guerrilla, fue víctima de secuestro por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

            Más de 16 meses han transcurrido desde entonces y nada se ha sabido oficialmente de la joven política, ahora con 42 años. Aunque para la mayoría de los colombianos ella sigue viva. Nadie puede esperar que el final de una vida tan brillante pueda precipitarse en la oscuridad y el anonimato de la selva, a manos de quienes deberían verla como aliada, si no fuera porque hasta la guerrilla ha degenerado en Colombia.

            Ya desde antes de su desaparición, Ingrid había tenido que separarse de sus hijos, Melania y Lorenzo, este ahora de 15 años, porque las continuas amenazas contra su vida se extendieron a sus dos prendas humanas. Ambos han vivido en Santo Domingo durante varios años, al amparo de su padre, un diplomático francés. En su libro se puede comprobar el sufrimiento de la separación, pero la determinación de luchar por otra Colombia ha sido más fuerte que el sentimiento maternal.

            En verdad la Ingrid Betancurt de La Rabia en el Corazón es una mezcla de mujer dura e inflexible en la lucha por la decencia y la vida y frágil y tierna en los sentimientos. Dijo que “voy a vivir constantemente con la anguistia de que papá muera lejos de mi”. Su angustia debe haber terminado, puesto que se le supone enterada de que efectivamente don Gabriel Betancourt murió hace algunos meses, hambriento de su ternura.

            Soñando con la Colombia de mañana, Ingrid Betancourt concluye su libro con estas palabras: “Mi relación con la muerte se equipara a la que puede tener con ella un equilibrista. Tanto él como yo hacemos cada cual una actividad peligrosa, evaluamos los riesgos, pero nuestro amor por el arte es más grande que el miedo. Amo la vida apasionadamente, no tengo ganas de ser ninguna mártir, todo lo que construyo en Colombia es también para poder tener la felicidad de envejecer aquí. Para tener el derecho de vivir aquí en este, nuestro país, sin temer por todos aquellos que yo amo”.

            A Ingrid la he llevado en el corazón durante estos meses de su cautiverio. Sabía que sus hijos vivían aquí, entre nosotros. Pero nunca intenté entrevistarlos, respetando su anonimato. Pero ahora que Melanie ha hablado, celebro sus palabras y encuentro en ellas a su madre.

            Habló al marcharse a París para estudiar ciencias políticas. La suerte de su madre en vez de escarmentarla la incentiva. Porque “Colombia está sufriendo y necesita ayuda. Cuando uno tiene dos nacionalidades siempre va a sentir algo muy especial por el país que está en dolor, que más sufre. Hay como una pasión que lo llama a uno hacia ese país. Me siento colombiana completamente”.

            Melanie no llora, espera por su madre. Todos debemos acompañarla exigiendo que aparezca pronto para que siga siendo sembradora de sueños, de esperanzas, de inmensa ternura, como la que se reproduce en su hija.-