Por Juan Bolívar Díaz
Siempre presente hermano Regino: reservé para mis lecturas de semana santa los tres sublimes reportajes que al inicio de abril publicó en HOY la querida compañera Minerva Isa sobre tu vida enterita en la frontera, compartiendo el jengibre, el plátano, el cazabe y la esperanza con los preferidos de Jesús: los más pobres, olvidados y desamparados.
Te reviví en Dajabón y Loma de Cabrera, en El Manguito y Sanché, compartiendo el rudo trabajo y sus privaciones, el calvario de los pobres, hasta hacerte uno de ellos, durmiendo en una listera, y arañando la tierra desde las madrugadas para exprimirle el mínimo sustento cotidiano. Tu un hijo de clase media pueblerina, orgulloso de seguir “lo enseñado por Jesús, que en la práctica se torna espinoso y subversivo, el que se hace solidario y sufre con los desposeídos”, y denuncia con voz profética los abusos fronterizos.
Regino Martínez, cultor de tierras y de almas, promotor de dignidad, del respeto a la madre tierra y el medio ambiente, de justicia y equidad, a través de juntas de vecinos, comanditas para la micro producción, de centros de madres y clubes juveniles, como los mejores surcos para la catequesis, que parte de los seres humanos y termina siempre en ellos. Te ví en Solidaridad Fronteriza, tratando de mitigar la indigencia de los inmigrantes, pero también denunciando el tráfico humano que enriquece autoridades civiles y militares y a políticos hipócritas que después te quieren responsabilizar de “la invasión haitiana”.
En las trazas de Minerva te he vuelto a descubrir como el muchacho siempre alegre y fraternal que remedaba al padre Tejedor cuando en las clases de latín, con su susurro de voz de ocho décadas me animaba al grito de ¡Bolivita, Bolivita, que te duermes! Porque mientras ustedes venían de la espléndida siesta de 45 minutos yo estaba escuchando las charlas radiofónicas de Juan Bosch, lo que se difundiría como un baldón en aquellos meses de 1962 por todo el seminario Santo Tomás, hasta ganarme un cerco profiláctico por boschista.
Compartíamos aulas y ensoñación religiosa en aquel grupo de “vocaciones tardías”, porque llegamos al seminario cuando terminábamos el bachillerato, y no éramos ni del seminario menor ni del mayor, teníendo que movernos en ambas riberas, pero viviendo con los filósofos y teólogos.
Me habitan aquellos sueños de misioneros, que se potenciaban en las misas cantadas, las vísperas y laudes gregorianos, marchitados por mi vocación contestataria. Recuerdo tu estentórea risa cuando te advertía mi aversión por el rezo del rosario, convencido de que la Virgen no podía ser tan sorda para que tuviéramos que repetirle 50 avemarías de un solo tirón. Hasta que el protector espiritual, el padre Roque, me persuadió de que no podía seguir sufriendo las exclusiones y acosos de muchos convencidos de que yo allí era un peligroso infiltrado del comunismo internacional, traidor, ateo y disociador.
Ahora, en este domingo de la resurrección, que según San Pablo es lo que da fundamento a nuestra fé cristiana, te evoco Regino y quisiera estar cerca para decirte que tú si fuiste persistente devoto de Jesús, un discípulo testamentario del amor y la solidaridad entre los seres humanos. Y recuerdo cuando estuve más cerca del paraíso en aquella semana santa en que compartí con una comunidad de monjes en la diócesis de Cuernavaca de Sergio Méndez Arceo.
Aquí, extendido en el entorno de una piscina, cenicienta en mano, leyendo a Minerva Isa te evoco Regino y me pregunto si yo no debería estar junto a ti, con más de cuatro décadas viviendo y trabajando junto a los relegados, desafiando a los que profanan el templo de Dios, reivindicando que somos simples piedras del camino, que al polvo hemos de volver, sin apelación ni casación.
Por lo menos quisiera invitarte a acompañarme un fin de semana profano, en una pausa de tus votos de pobreza y solidaridad, para recordar a tantos que nos precedieron ante el Señor y nos enseñaron la coherencia y la autenticidad. Aunque sea para amortiguar mi carga de conciencia por no estar cerca de ti y estar aquí en “la buena vida”, aunque habitante de distancias y caminos.-
La grandeza de convicción y entrega por los valores que fundamentan el cristianismo!