Por Juan Bolívar Díaz
Nunca el ánimo colectivo de la nación había dependido tanto de unas piernas y un alma como ocurrió este miércoles cuando Félix Sánchez salió a competir en la carrera de los 400 metros con obstáculos dentro de los Juegos Panamericanos.
Parecía que la reafirmación de todos los dominicanos y dominicanas dependía de la suerte que corriera este joven atleta, triunfador en los diversos escenarios mundiales en que ha sido puesto a prueba.
Y es posible que esa sensación llegara hasta él, puesto que ha declarado que creía que se moría si no ganaba ante el público dominicano.
O quizás sea esa declaración una prueba más de lo fuerte que es el sentimiento y la identidad dominicana. Porque Félix no nació en el país ni ha vivido aquí. Hijo de dominicanos residentes en Estados Unidos, allá se ha estudiado y formado como persona y como atleta.
Pero él prefiere recorrer el mundo con la nacionalidad heredada que con la de nacimiento. Tal vez por honrar a sus progenitores, por ser cabeza de ratón y no cola de león, o por amor a esta media isla, maltratada y abusada, pero cálida y acogedora como ninguna otra tierra.
Sánchez como el equipo de baloncesto y otros atletas ha tenido la virtud de generar entusiasmos, solidaridad dominicana, sentimiento de nación en momentos de tanto pesimismo y abatimiento, cuando pareciera que la casa se nos cae encima y cunde el pesimismo y el derrotismo.
Debemos recordarlo en estos tiempos malos. En el concierto de los pueblos pobres del mundo, nosotros tenemos nuestras propias espacios y podemos competir con relativo éxito.
Padecemos de grandes retrasos, de rémoras que nos impiden dar el salto definitivo a la cultura democrática, al desarrollo de todas nuestras potencialidades, a la organización social y al desarrollo económico.
Administramos muy mal nuestros recursos naturales y el fruto de la producción. Lo repartimos de peor manera, dejando demasiado espacio a la miseria. Ni siquiera hemos hecho todo el esfuerzo necesario para educar a nuestro pueblo.
Quienes han administrado el Estado, como muchos de nuestros dirigentes empresariales y sociales, se han envilecido en prácticas de corrupción y corruptela, malversando los recursos que nos hubiesen permitido dar mayores saltos hacia el desarrollo y la justicia.
Pero una y otra vez tenemos que recordar que no tenemos el monopolio de los problemas del mundo. Que si estamos atrasados no es porque suframos de castración genética. Ni porque comemos mangú.
En el concierto de la lucha por el desarrollo humano sufrimos tropiezos, pero también avanzamos. Lentamente, con altas y bajas, pero quienes vuelven al país después de una o dos décadas de ausencia, reconoccen que hemos progresado.
Estamos lejos de lo que han soñado los mejores dominicanos y dominicanas. Pero no podemos sumirnos en el sótano de la vida para pasar el tiempo maldiciendo la oscuridad Tampoco podemos permanecer en el discurso negiativo de que hay que marcharse del país. Porque todos no cabemos en el avión ni en la yola.
Este sentimiento de frustración, de vencidos, que se respira en el país, impulsado por la crisis económica y los apagones, hay que proscribirlo definitivamente. Con todas sus consecuencias, Cobrando a quienes haya que cobrarle. Pero sin inmovilizarnos ni declararnos vencidos.
Por suerte Félix Sánchez impuso nuevamente su superioridad de atleta. Y nos ha dado lecciones al preferir el sello dominicano al norteamericano. Si todos lo aprendiéramos a lo mejor ganaríamos muchas otras carreras y saltaríamos sobre numerosos obstáculos.
Por de pronto deberíamos aprender a respetar y valorar esa extensión de la nacionalidad que son los hijos de nuestros emigrantes, gente que se ha fajado de sol a sol, que nutren la economía nacional y transmiten a sus descendientes el orgullo de la condición dominicana.-