Por Juan Bolívar Díaz
Estoy en el deber de complacer al estimado colega Radhamés Gómez Pepín, quien en su columna del jueves 20 me sugiere que escriba las palabras que pronuncié en la reunión del día anterior en el Palacio Nacional celebrada entre el presidente y su equipo económico y el liderazgo financiero con directores de medios de comunicación social.
Primero tengo que celebrar que esta vez el veterano periodista, director y columnista haya estado de acuerdo conmigo, ya que él confiesa que “muy pocas veces “ sus ideas han coincidido con las mias. Yo he tenido mejor suerte, pues en estas tres décadas y media de ejercicio profesional he coincidido muchísimas veces con sus ideas y magníficas exposiciones. Sobre todo en sus Pulsaciones que leo desde tiempos caribeños inmemoriales.
Con las naturales diferencias, especialmente cuando somos de escuelas de periodismo diversas, siempre he creído que Radhamés y yo estamos del mismo lado en la defensa de los valores fundamentales de la democracia, la libertad y el desarrollo humano y social armonioso.
Pero como tengo que hacer algún esfuerzo por satisfacer al estimado colega, me concentro en el tema de fondo: la terrible tendencia al pesimismo y el derrotismo de los dominicanos y dominicanas, especialmente de los privilegiados.
Creo que nuestra subestimación como nación y como pueblo tiene origen racial. Así como sublimamos las raíces indígenas que nos extirparon, aborrecemos las que nos trasplantaron desde Africa. De ahí viene lo de indio que me hizo pasar una gran vergüenza en la secretaría de Gobernación de México, allá en los comienzos de 1966, cuando el funcionario migratorio me preguntó de qué tribus era. Los mexicanos distinguen muy bien lo indígena del mestizaje caribeño.
Desde hace algunos años vengo expresando preocupación por el arraigado pesimismo que nos lleva a hablar “de los países”, asumiendo que este es una aldea, y creo que lo hacemos más precisamente los que hemos conocido naciones desarrolladas, como Estados Unidos o las de Europa.
Las élites sociales y económicas maldicen que este país no sea tan organizado como aquellos. Que aspiremos a reproducirlos en sus mejores expresiones sociales me parece magnífico, pero sin olvidarnos que ellos nos llevan siglos de esfuerzo, de organización social.
Para llegar donde están muchos de “los países” tuvieron que organizar la depredación más grande de la historia en las naciones de Africa, Asica y América Latina. Ellos mismos se enfrascaron en terribles carnicerías y en el caso norteamericano en violentas discriminaciones raciales que apenas hace tres décadas están superando.
Si el marco referencial es Estados Unidos o Canadá, Francia o España, podría haber razones para sentirnos inferiores, pero cuando miramos al contexto latinoamericano, descubrimos que ya no estamos en la cola, que avanzamos en la organización social y en el desarrollo.
Lo que formulé en el Palacio Nacional fue una apelación al liderazgo nacional, y muy especialmente a los comunicadores a unirnos en el combate a nuestros problemas de fondo y coyunturales, rechazando la tendencia al pesimismo y el derrotismo.
Que rehuyamos ese lenguaje apocalíptico de que este país se fue al fondo, que somos el ombligo del mundo, incapaces de algo más que no sea el latrocinio público, que aquí no se puede vivir, que hay que irse para cualquier parte, pero sin el valor de decir hacia dónde, aunque se supone que sería hacia Estados Unidos o España. Asumo que no será para Centro o Sudamérica.
En momentos de graves dificultades en la economía y la convivencia internacional. Con el petróleo a 37 dólares el barril y con el turismo amenazado por la guerra y el terrorismo, los dominicanos y dominicanas tenemos que hacer un ejercicio de optimismo y mantener la esperanza.
El derrotismo no debe cundir ni siquiera a nivel personal, mucho menos a través de los medios de comunicación, especialmente de la radio y la televisión, que tienen una misión doblemente educativa y promotora de las energías sociales.
Dije en el Palacio Nacional que en las actuales circunstancias el liderazgo político, económico y social tiene que hacer ejercico de constructiva esperanza y no apelar a mezquinas posiciones dramáticas que proclaman la catástrofe de la nación, pero que el gobierno tiene que dar el ejemplo con un lenguaje constructivo y abarcador.
Los que honradamente consideren que en el país no se puede vivir y puedan irse sin apelar a la dramática huida de las yolas, que lo hagan. Pero que no siembren el pesimismo a través de los medios de comunicación.
En las presentes circunstancias cabe el grito de combatientes del derrotismo, ¡uníos!