Hoy estoy para confidencias. Hace tiempo que comprobé mi profunda vocación para la política, de la que el seminario Santo Tomás de Aquino me sacó temporalmente en plena adolescencia, y luego el periodismo terminó por ponerle un valladar. Me quedé en la etapa del análisis y las teorías que tanto me han echado en cara algunos profesionales de esa actividad humana.
Desde luego, me refiero a la política en cuanto a militancia partidista. Porque por vocación y oficio siempre he estado cerca de la política y de los políticos, y guardo buenas memorias de mis relaciones con algunos de ellos, a los cuales a menudo ofrecí consejos, no siempre bien recibidos y mucho menos atendidos.
Comencé el oficio de tertuliante político con el profesor Juan Bosch, a quien debo mi adscripción a los valores democráticos y cierta sensibilidad por la justicia. Proseguí con José Francisco Peña Gómez, cuya honradez y dedicación política todavía me inspiran. Mención especial de Maximiliano Gómez y, sobre todo, del licenciado Rafael Chaljub Mejía, símbolo de la honestidad integral. Con Leonel Fernández compartí muchas horas de teorizaciones y solidaridades, entre las que sobresalen su valioso talento y dedicación generosa como asesor jurídico del Colegio Dominicano de Periodistas durante los dos años que me tocó presidirlo entonces en duro conflicto legal con los periódicos que desafiaron la ley de profesionalización y colegiación de los periodistas.
También sostuve relación política cercana con Luis Amiama Tió y Jacinto Peynado, y todavía comparto con Carlos Morales Troncoso. Quico Tabar, Milagros Ortiz Bosch y Hamlet Hermann, más que amigos políticos, han sido como hermanos. De todos ellos he recibido sólo amistad, aprecio y confianza.
Confieso que algunas veces consideré que debía dar el salto a la política militante, pero no tuve el valor para hacerlo, por apego a la adicción del periodismo y, sobre todo, porque carezco de vocación para pedir y veía que aquí tomaba cuerpo excesivamente la máxima de un mexicano de que un político pobre es un pobre político. Lo que he podido ahorrar en 50 años de trabajo no me alcanza para postularme a diputado o senador. Pero ciertamente alguna vez me soñé en un parlamento, o más bien en la asamblea constituyente por elección popular tantas veces prometida y propugnada.
En los últimos años, cuando han proliferado los desafíos de los políticos para que militantes de la sociedad civil y del periodismo crítico nos postulemos para obtener legitimidad y cambiar las cosas, en algún momento llegué a considerar tal posibilidad, aunque siempre mis sumatorias arrojaban resultados deficitarios.
Reconozco que es muy difícil competir contra la maquinaria profesional y el clientelismo enraizado en los partidos políticos y me parece un poco tarde para comenzar a constituir otro. Tengo muchos cuestionamientos a la forma en que hoy día se hace política en el país, pero de ninguna forma desconozco que los partidos son fundamentales en el ejercicio democrático.
No soy antipartido, pero creo que los nuestros requieren urgentemente corregir el rumbo por donde se han encaminado, propiciando reformas legales para viabilizar la democracia interna, contener el clientelismo, para revertir la cultura política del irrespeto a toda norma, legal o constitucional, así como a todo pacto o compromiso programático.
Lamentablemente parece que no podré contribuir desde dentro de la política a las reformas democráticas que requiere la nación. Mi última ilusión era una candidatura independiente a la senaduría del Distrito Nacional. Pero ya mi amigo Reynaldo Pared Pérez comenzó su campaña a la reelección con la distribución de fundas plásticas con diversos artículos acompañados de su juvenil fotografía. Supongo que lo seguirá haciendo en los 23 meses que faltan para las elecciones legislativas.
El Rey como le he llamado, está recibiendo del presupuesto nacional alrededor de un millón de pesos mensuales para sus labores sociales. Para marzo del 2010 le habrán entrado por tal concepto unos 45 millones de pesos. Aparte estará la proporción que le corresponderá del financiamiento legal que recibe su partido, y lo que se le agregará por el normal uso de recursos del Estado en las campañas electorales.
Definitivamente anuncio mi declinación. Tendré mucha vocación para la política pero no para el masoquismo. Así no podré postularme.