Por Juan Bolívar Díaz
Para los comunicadores sociales que pretendemos ejercer la profesión con responsabilidad y entereza resulta siempre difícil abordar temas como el de la crisis que ha afectado en los últimos tiempos al Banco Intercontinental que sin duda ha influído en la devaluación del peso que pagamos los dominicanos.
El hecho de que las autoridades monetarias y gubernamentales hayan tenido que acudir en auxilio de esa entidad bancaria con redescuentos y adelantos que ya superan los 10 mil millones de pesos, según los informes extraoficiales, pero de fuentes acreditadas, convierte el problema en nacional, de sumo interés para el conjunto de la sociedad.
El manejo de un banco, en este caso uno de los más grandes del país, no puede ser materia del ámbito privado, porque su eficiencia o ineficiencia, puede ser determinante para millares de personas y su ruina por mala administración o inversiones irresponsables puede costar a todo el sistema financiero y a la nación.
La situación siempre será delicada, por cuanto hay que tener el fino tino de demandar responsabilidades, sin causar alarmas ni sembrar desconfianzas que pudieran complicar el panorama financiero y en consecuencia crear mayores problemas para el colectivo social.
No es este el primer banco que quiebra en el sistema financiero nacional, y si no se trata con la debida responsabilidad, seremos todos cómplices de ineficiencia, derroche y quien sabe cuántas debilidades más que no pueden ser ocultadas bajo el argumento de que el problema fue ocasionado por rumores. Es que los rumores estaban más que fundados.
Las autoridades del Banco Central han actuado con responsabilidad al abordar el problema del Baninter, al menos en su tramo final. Tras el fracaso de un intento de venta, decidieron rápidamente su intervención, y han puesto su administración en manos profesionales responsables y garantizado los ahorros de todos sus clientes.
Pero hasta los chinos de Bonao saben que los volúmenes comprometidos son de magnitud y que hace meses ya están costando al conjunto de la sociedad dominicana, razón más que suficiente para que llegado el momento se haga transparente todo el asunto, con las debidas responsabildiades, atendiendo al Código Monetario y Financiero. Sin excesos, pero también sin lenidad.
En la presente etapa, tras la intervención y las garantías a los ahorrantes, lo primero que corresponde es que las autoridades concentren el mayor empeño en recuperar los activos del grupo financiero, muchísimos de ellos fuera del sector, para disminuir la magnitud del hueco o déficit.
Posteriormente las lecciones que deja esta crisis, tanto para el sector público como para el privado, deben ser compartidas por la opinión pública. De esa forma contribuiremos a disminuir los riesgos para el futuro. Hay demasiado hechos injustificables que deberán ser dilucidados, no ocultados.
Resalta la irresponsabilidad de quienes en los últimos años ejercieron la Superintendencia de bancos. Obviamente que sostenemos un inmenso aparato burocrático que no sirve al interés de supervisar las instituciones financieras y evitar desenfrenos.
En el caso que nos ocupa los excesos estaban a la vista de todos y hace años que algunos observadores preguntaban cómo era posible tanta abundancia. Pero los llamados a supervisar y a reclamar enmiendas no se dieron ni por aludidos.
Para abonar el disgusto y el asombro, el Presidente de la República acaba de premiar a su Superitendente de Bancos, ascendiendolo al cargo de secretario administrativo de la presidencia.
El caso replantea una vez más el problema de la política, de una enfermedad mucho peor que el clientelismo, pero de la que poco se discute. Le llaman rentismo, es decir las inversiones de grandes capitales en las candidaturas, que luego se cobran de mil maneras.
La crisis del Baninter no es nada fácil, y por lo que trasciende se puede temer que estamos ante un escándalo de grandes proporciones, que de ninguna forma podrá ser ocultado. Por más generosos que hayan sido –y lo fueron- los gerentes de esa organización financiera.
Hay que reconocerle un amplísimo apoyo a las actividades artísticas y deportivas. Y su enorme inversión en publicidad, hasta constituirse en el mayor anunciante del país. Pero probablemente eso formó parte del caldo en que se cultivó su lamentable derrumbe.-