Problemas internos en el PRD

Por Juan Bolívar Díaz

            Si los perredeistas quieren preservar la unidad partidaria, ahora que los peligros del poder aumentan la prepotencia y desorbitan las ambiciones, tendrán que abocarse en primera instancia a fortalecer la democracia interna con un límpido proceso de elección de sus dirigentes.

            El planteamiento no sólo proviene de los analistas políticos, sino hasta de las propias bases perredeistas, como quedó en evidencia en las conclusiones del seminario taller organizado por el Comité del Distrito Nacional del Partido Revolucionario Dominicano (PRD).

            Pasó desapercibido para la opinión pública, pero en el acto de proclamación de las conclusiones de ese seminario, el empresario José Antonio Najri produjo una sólida pieza oratoria, señalando certeramente el camino que debería transitar el mayor y más antiguo partido de la historia nacional.

La democracia interna

            Una de las grandes contradicciones del PRD es que habiendo sido el partido de mayores contribuciones al avance democrático nacional, no ha podido institucionalizar sus estructuras dirigenciales, mediante procesos normales de elección democrática.

            Consultados varios dirigentes de ese partido, no logran ponerse de acuerdo sobre cuándo fue la última vez que renovaron los dirigentes de los diversos niveles orgánicos. Algunos confiesan francamente que no lo recuerdan.

            Entre divisiones y crisis, cuando no enfrentado a coyunturas de adversidad dirigida desde el poder, el perredeismo ha recurrido persistentemente a repartir los máximos cargos de dirección entre perdedores de las convenciones internas.

              Salvador Jorge Blanco fue consolado con la presidencia del partido, además de la candidatura a senador por el DN, cuando perdió la convención a manos de Antonio Guzmán en 1977. La historia se repitió con el difunto Jacobo Majluta cuando perdió de Jorge Blanco en 1981.

             La convención para candidato presidencial de diciembre del 1985 fue de lo más traumático en la historia del partido blanco. Del “concordazo” se pasó a la división entre Majluta y José Francisco Peña Gómez. Y en ese proceso tampoco fue aconsejable convocar a una elección democrática de dirigentes.

               La última mitad de los ochenta fue el período más crítico en las más de 6 décadas que acumula la organización política. Cuando su primer gran líder, el profesor Juan Bosch, lo abandonó al final de 1973, el PRD se revigorizó en pocas semanas y pudo poner en peligro al balaguerismo en la campaña electoral del 1974, y acumuló la fuerza para desplazarlo 4 años después.

                Cuando Majluta y Peña se pelearon, el partido blanco descendió -por única vez- al tercer lugar en los comicios presidenciales de 1990. En el proceso de recomposición, Peña Gómez apeló a los poderes extraordinarios para dirigir el partido, y quedando como único y gran líder, los perredeistas no consideraban prioritario organizar convenciones eleccionarias.

            En los meses finales de su vida Peña Gómez reconocía y lo planteó en público, que el gran déficit de su liderazgo y del perredeismo era la debilidad de su democracia interna, que dependía excesivamente de su peso como líder y de su capacidad para hacer amarres y partir diferencias grupales.

El último compromiso

            Peña Gómez murió en mayo de 1998 sin poder auspiciar la renovación de la dirección del partido. Era un proceso “peligroso” en la campaña para las elecciones de aquel año, y la prometía para luego del 16 de mayo. Llegaron a la convención que escogió a Hipólito Mejía candidato presidencial a mediados de 1999, sin lograr el objetivo, por miedo a que las energías se consumieran en las luchas internas.

            La convención que validó la votación de las bases y ratificó a Mejía, convalidó la propuesta de Hatuey de Camps para presidente y Rafael Suberví para vicepresidente. Como Milagros Ortiz Bosch fue proclamada candidata a la vicepresidencia, todos los competidores quedaron conformes. Pero una vez más se dio la repartición.

            Pero el perredeismo se comprometió públicamente en un plazo fijo para convocar a sus bases a elegir sus dirigentes. Se haría en el período de transición, entre las elecciones presidenciales y la juramentación, seguros de que ganarían, si no dispersaban sus fuerzas.

             Luego del triunfo electoral, apenas Enmanuel Esquea se atrevió a interrumpir el triunfalismo para recordar el compromiso. Se le respondió que el partido tenía que concentrar todas sus fuerzas en prepararse para el gobierno. Y hasta el seminario de febrero pasado que replanteó el desafío, según se publicó el domingo 20 de mayo.

              El tema no sólo fue abordado en su magnífico discurso por el presidente del PRD en el DN, José Antonio Najri, sino también por el presidente nacional Hatuey de Camps, quien lo abordó como un desafío, y lo prometió solemnemente. Y debe serlo para él y los demás dirigentes, porque ya no hay excusa que pueda seguir validándose para no elegir democráticamente los dirigentes del partido de gobierno.

               Para lograr tal objetivo los perredeistas tendrían que abordar el proceso eleccionario conjuntamente con la escogencia de sus candidatos a las elecciones congresionales y municipales del año próximo, a menos de un año. Sería un derroche de recursos y casi imposible en el tiempo realizar dos procesos diferentes.

La autoderrota del PRD

            José Francisco Peña Gómez acuñó la frase de que “sólo el PRD derrota al PRD”, aludiendo a las innumerables crisis internas y divisiones sufridas por ese partido desde poco después de su fundación. Tal planteamiento fue más patente en los ocho años en que pudo gobernar entre 1978 y 1986, cuando las luchas internas desgarraron al “buey blanco” hasta debilitarlo y finalmente fraccionarlo.

            La pérdida del poder tuvo un efecto adicional con el suicidio del presidente Guzmán y el encarcelamiento y humillación del ex-presidente Jorge Blanco.

            De nuevo el PRD en el poder, comienza a ser víctima del triunfalismo grupal. Ya hay por lo menos seis aspirantes a la candidatura presidencial para dentro de 3 años y dan la sensación de una confederación de grupos que en la oposición pueden conjugar esfuerzos, pero en el poder dispersan fuerzas, convencidos todos de que como quiera ganan.

            Esa tentación afectó también al Partido de la Liberación Dominicana en el período de gobierno pasado. Algunos de sus dirigentes le llegaron a augurar 20 años de gobierno y muchos no concebían que podían perder los comicios y el poder, cuan cuando todas las encuestas y la opinión pública lo daban por hecho.                                                     }

            En la opinión pública ya es generalizado el criterio de que desde sus puestos José Rodríguez soldevila, Eligio Jáquez y Ramón Alburquerque están más empeñados en su promoción que en el éxito de su gobierno. Hasta un político conceptuoso como Esquea, apela a la politiquería de que “han abandonado a las bases”, buscando clientela a cualquier precio. A la vicepresidenta Milagros Ortiz y a Hatuey de Camps se les da más crédito, se estima que se conducen con más acierto político.

            A esos seis seguros precandidatos se suman otros cuatro o cinco que contemplan lanzarse, en lo que pronto podría configurarse como un festival desbocando de lucha por la preponderancia partidaria, al estilo que los perredeistas saben, es decir a través de todos los medios de comunicación.

            Es lo que vienen haciendo hace ya varias semanas los tres o cuatro que aspiran a desplazar a Ramón Alburquerque de la presidencia del Senado. La campaña para una votación que deberían resolver 24 personas, consumirá más de tres meses y no se sabe cuantos ataques y desgarramientos internos. Tres meses no duran las campañas para presidentes o primer ministro en las naciones de Europa.

El discurso de Najri

            En una época de discursos políticos vacuos, el de José Antonio Najri el domingo fue relevante, al plantear grandes objetivos partidarios y al llamar a concentrar atención y esfuerzos en la responsabilidad de “gobernar con sosiego, eficiencia y moralidad”.

            Se refirió al desafío de “consolidar la institucionalidad partidaria”, llamó a la sensatez con una plancha unitaria para la dirección del Senado, y a “trazar un nuevo discurso que nos permita llegar y hacer nuestras las inquietudes que hoy afectan la tranquilidad de nuestra clase media”. También pidió reordenar las relaciones con las juntas de vecinos, nuevas formas de hacer política sin dádivas, y una renovación de la lucha contra la corrupción.

            El llamado final fue a la unidad partidaria, convencido como o otros veteranos dirigentes perredeistas de que sin ello no habrá continuidad en el poder, ni grandes realizaciones.

            Uno de los que todavía elaboran discurso en el PRD sintetizó los desafíos en el logro de tres objetivos: organizar la responsabilidad y gestión gubernamental , renovar la dirección del partido en un proceso de institucionalidad democrática y empujar las reformas de las que el PRD es compromisario.

             Entre los perredeistas pensantes aumenta la convicción de que sólo con el fortalecimiento institucional el partido podrá preservar su unidad y cumplir siquiera parcialmente su misión. Sobre todo ahora que no tiene al frente a un líder de la categoría de Bosch o de Peña ni a un componedor como éste último.

               Reconocen que el camino no es para nada fácil en una nación que se ha debatido históricamente entre el autoritarismo y la garata, con pocas instituciones de larga vida, y donde las ambiciones personales pasan por encima de todas las consideraciones.-