Por Juan Bolívar Díaz
Más allá de una reiteración de la creciente tendencia a la abstención, el operativo de verificación e instrucción sobre la boleta de votación efectuado el pasado sábado por la Junta Central Electoral (JCE) mostró algo positivo, que no ha sido registrado por la opinión pública: la confianza de la ciudadanía en el padrón electoral.
Llama la atención que en vez de buscar las causas profundas que están generando la desconfianza de la ciudadanía en los partidos políticos y el desinterés por el proceso electoral, la generalidad de los dirigentes políticos haya pretendido responsabilizar a la JCE de la baja proporción de electores que acudieron a la verficiación.
Esa falta de autocriticidad en el liderazgo político les llevará a cuestionar la separación de las elecciones congresionales y municipales de las presidenciales y el voto preferencial cuando en mayo la abstención se eleve considerablemente en relación al 49 por ciento registrado en los comicios similares de 1998.
No fue un fracaso
Para la opinión pública en general, el operativo de verificación efectuado el sábado 23 de marzo fue un total fracaso. En base a que se estimó en apenas 10 por ciento el número de los que atendieron al llamado.
Para el presidente de la JCE, Ramón Morel Cerda, el resultado fue suficiente, considerándolo una buena muestra del electorado. Por lo que los errores registrados podrían ser proyectados y corregidos.
Si se le compara con los resultados logrados en el operativo similar realizado en marzo del 2000, el de ahora no debe ser considerado como un fracaso, pues podría estar revelando una sólida confianza de la ciudadanía en el padrón electoral.
En el 2000 los que se verificaron fueron estimados en cerca del 40 por ciento. Pero entonces el padrón era nuevo completamente. Los más de 4.2 millones de electores y electoras acababan de reinscribirse en medio de un ambiente de confrontación entre los partidos mayoritarios y de fuertes cuestionamientos a la independencia de la JCE.
En aquella ocasión dirigentes políticos afirmaban que cientos de miles de personas no podrían inscribirse, que el sistema no funcionaría, que no se iban a emitir todas las cédulas, que ibamos al fracaso.
La desconfianza era tan crítica que grupos de la sociedad civil, encabezados por Partidipación Ciudadana, buscaron asistencia del Centro de Asesoría y Promoción Electoral (CAPEL) para auditar el padrón. El operativo de verificación tuvo doble objetivo: infundir confianza y corregir errores.
Cuando se votó para elegir presidente el padrón quedó acreditado. No hubo mayores quejas ni errores, como tampoco impugnación de resultados, ni siquiera en una mesa, ratificándose lo ocurrido en los dos comicios anteriores, de 1998 y 1996.
Sondeos realizados en estos días indican que gran parte de la población ignoró el llamado a verificación del sábado 23 por confianza en su empadronamiento. Ya nadie teme que lo excluyan del listado de electores, el cual está permanentemente en el Internet y a disposición de los partidos políticos. Hace meses que la JCE tiene un servicio telefónico que permite a cualquier ciudadano o ciudadana comprobar su ubicación electoral.
En otras palabras, que los éxitos organizativos y la transparencia en que han transcurrido las tres últimas elecciones, más el padrón electoral fotográfico instituído en el 2000, han generado confianza en el sistema electoral.
Los nuevos electores
En realidad si de algo se puede acusar a la JCE es de haber realizado un operativo demasiado amplio, casi innecesario. Debió convocarse solamente a los 400 mil nuevos electores incluídos en el padrón en los últimos dos años. Y a quienes cambiaron de colegio electoral por mudanza de residencia.
Los nuevos y movilizados son los que tienen más riesgos de no aparecer en el padrón o de figurar en una mesa distinta a la que indica su carnet. Sin embargo,la movilización de mesa de votación es un riesgo que corren todos los electores, aunque sólo afecte a una minoría, porque una mesa “pare” otra cuando llega al número límite establecido. Una parte de los registrados se transfieren a la nueva atendiendo al simple orden alfabético, no a la precedencia en la inscripción. Las mesas hijas suelen aparecer al lado de las madres y en estas se avisa su ubicación, para ayudar a los movilizados.
Si del actual padrón, estimado sobre 4 millones 600 mil, fue al operativo el 10 por ciento, equivale a 460 mil, suma superior a los nuevos electores. Y hasta podría ser una mayor proporción de los nuevos que los verificados hace dos años.
El llamado a la verificación del universo electoral pudo haber sido un exceso de entusiasmo, generado por el interés de la JCE de enseñar a votar con la nueva boleta congresional. Tal vez influída por los mismos partidos y sectores de opinión que han sembrado la idea de que el nuevo sistema de votación es tan complicado que disparará el voto nulo.
Pero tal apreciación es por lo menos excesiva. Las pruebas que viene haciendo el movimiento Participación Ciudadana en todo el país muestran que la generalidad de las personas captan el ejercicio del voto preferencial por un diputado que es la única diferencia de la votación en relación a 1998.
Ahora como entonces son dos boletas. En la municipal no hay cambio, excepto uno de reforzamiento, que es la inclusión de la fotografía del candidato a síndico. Pero se vota igualito. Lo mismo en la boleta Congresional, nada más que se da derecho a marcar el diputado que se prefiere de la lista que presenta el partido escogido. El que un voto no tenga preferencia por diputado no lo anula. Se le cuenta al partido.
Para que se entienda eso no hace falta meses de campaña. Y serán los mismos candidatos a diputados los que se encargarán de difundir entre su clientela, cómo se les escoge.
Responsabilidad de los partidos
Contrario a lo que algunos aducen, la JCE sí realizó una intensa campaña invitando a la verificación, por todos los medios de comunicación y durante varias semanas. Convocó a los partidos y pidió su colaboración. Pero éstos mostraron poco entusiasmo y menos presencia, tal vez porque tienen el padrón y saben que él mismo no presenta alteraciones ni mayores dificultades.
Tampoco es válida la critica porque el operativo tuvo efecto el sábado antes de Semana Santa. En realidad ni el 5 por ciento de los empadronados estaban entonces de vacaciones. Realizarlo más tarde dejaba un margen de tiempo muy pequeño para formular correcciones. Tampoco porque no fue declrado “no laborable”, igualito que en el 2000.
Si alguien fue responsable de la baja asitencia habría que señalar a los partidos, que vivían la resaca del proceso de elección e inscripción de candidatos, traumático, desgarrante y estresante.
El resultado de la verificación es un nuevo aviso a los partidos del aumento de la indiferencia de la población frente a los procesos electorales. Ya antes lo indicaron algunas encuestas, como la Cultura Democrática, y la bajísima proporción de quienes votaron en las primarias para elegir candidatos.
Tal vez haya sido positivo el intento del sábado 23, para que líderes políticos y candidatos y las autoridades electorales se convenzan de que se requieren esfuerzos adicionales para que la abstención no se dispare a tasas que pongan en discusión la legitimidad de los comicios.
Los recursos de los contribuyentes, transferidos a los partidos, que este año montarán sobre 300 millones de pesos, deberían servir para que los partidos implementaran campañas y otros recursos de motivación al sufragio.
Peligro a la vista
A estas alturas debe haber conciencia generalizada de que en todas partes del mundo, incluyendo a las naciones más desarrolladas y organizadas, la abstención va en aumento, especialmente cuando se trata de elecciones no presidenciales. Mucho más en los países de cultura presidencialista, donde se cree que sólo el presidente resuelve.
La abstención en los comicios de 1998 ascendió al 49 por ciento y otro 2 por ciento fueron votos anulados. La persistencia del colegio cerrado, que penaliza al elector, tiende a incrementar el ausentismo.
Pero hay muchos otros ingredientes de fondo, como la creciente desconfianza en los congresos, los ayuntamientos y los partidos, también evidenciada en las encuestas. Así mismo el descrédito que han logrado los legisladores de los últimos dos congresos, quienes han malgastado el tiempo tratando abusivamente de autoprolongarse el mandato, especialmente en el actual, que pasó en eso los últimos 15 meses. O buscando autoreivindicaciones como su propio hospital.
La gestión municipal, especialmente de las salas capitulares, convertidas en centros de todo género de tráfico, tampoco contribuye a fortalecer la tendencia al sufragio. Sólo en el Distrito Nacional se eligieron 88 regidores que han pasado a recibir salarios de 30 mil pesos mensuales, aunque no vayan una sola vez al cabildo, y en una posición legalmente honorífica.
Por otro lado muchos de los candidatos ya escogidos por los partidos no despiertan entusiasmo. Una parte son simple fruto del señalamiento de las cúpulas. Otros se mantienen gracias a un clientelismo paternalista sufragado directa o indirectamente con recursos del Estado. 18 de los 30senadores actuales y 43 de los 149 diputados buscan la reelección.
Muchas de las consignas de la actual campaña electoral muestran la extrema debilidad de los mensajes en que se basa la motivación del voto. Desde “El hombre que dá”, “ven que yo tengo lo tuyo”, a “Esto lo arreglo yo”, a quienes predican que no serán ellos quienes legislarán sino sus líderes. Sin faltar los que llegan al extremo de prometer solución a los problemas de energía y de empleo.
Los preavisos están dados y los líderes políticos deben interpetarlos correctamente para ver si pueden revertir la tendencia al abstencionismo, cosa que luce difícil en las 7 semanas que faltan para los comicios. Pero al menos para que no resulten sorprendidos.
Una elevación de la abstención no beneficiará el proceso democrático nacional y pondrá en la picota definitivamente la separación de las elecciones y se utilizará también contra el voto preferencial. Ni una de lo otro han sido del agrado de las cúpulas partidarias. Fueron fruto de las circunstancias críticas de 1994 y de la profundidad democrática de José Francisco Peña Gómez, quien fue su gran impulsor.-