El nuevo presidente de México proclama la cuarta transformación del país a partir del fin de la corrupción y la impunidad, con austeridad desde arriba, para rescatar a 50 millones de la pobreza y la extrema desigualdad y generar un nuevo Estado que supere la inseguridad
Por Juan Bolívar Díaz
Con el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) México se mueve entre la esperanza y el escepticismo, aquejado por extrema desigualdad con más de 50 millones de pobres lo que genera alta migración grave delincuencia, inseguridad y violencia, con un costo superior a las 150 mil vidas en el último sexenio de gobierno.
López Obrador inicia su gestión gubernamental convencido de que combatiendo la inmensa corrupción y la impunidad y bajo un programa de austeridad logrará generar una dinámica que reduzca la delincuencia, el narcotráfico y la violencia y permita al país aprovechar sus riquezas y crear un nuevo modelo de desarrollo más justo y equitativo.
Esperanza y escepticismo
“Por fin, el poder: Entre la esperanza y el escepticismo”, titulaba la reconocida revista Proceso el 2 de diciembre, al día siguiente de la juramentación de Andrés Manuel López Obrador, (AMLO), investido presidente de México con una histórica votación del 53 por ciento compitiendo contra los poderes fácticos y tres partidos de 90, 80 y 40 años, en su tercer intento después de haber perdido en el 2006 por el 0.5 por ciento con flagrantes abusos del Estado.
Aunque pretende redimir los sectores sociales más pobres y excluidos, su impulso electoral fundamental no fue de estos, victimas tradicionales de la manipulación política y la ignorancia, sino de las clases medias, activistas sociales y la intelectualidad, hastiados de la descomposición social y económica que hundió a México al compás de las políticas neoliberales y la gestión de la tecnocracia que predominó en los últimos seis sexenios de gobierno, a partir de Miguel de la Madrid en 1988, fruto de cuestionados comicios donde cerraron el paso a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del histórico Lázaro Cárdenas que gobernó en pleno período post revolución, 1934-40.
Contrario a lo que sus contradictores pregonan, López Obrador no es un izquierdista radical ni un improvisado en la política, pues acumula casi cuatro décadas de militancia en el Partido Revolucionario Independiente (PRI), luego en el Partido de la Revolución Democrática (PRD y hace 6 años en su propia organización, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).
Fue el éxito de su gestión al frente de la capital (2000-05) que ya implicaba a 20 millones de mexicanos y con presupuesto superior al de República Dominicana, lo que le catapultó al liderazgo nacional que le ha permitido finalmente alcanzar la presidencia de México, con 123 millones de habitantes en un inmenso territorio de casi 2 millones de kilómetros cuadrados,41 veces el dominicano, la segunda economía latinoamericana y la décimo quinta del mundo.
No tengo derecho a fallar
En su discurso de juramentación, AMLO contó que un ciclista que se apareó a su automóvil cuando se dirigía al Congreso, lo que se vio por televisión, le señaló con el dedo y le advirtió “tu no tienes derecho a fallarnos”. Consciente de la esperanza que representa, dijo a continuación que efectivamente “no tengo derecho a fallarle al pueblo de México”, donde la pobreza alcanza tasa de 43 por ciento, afectando a más de 50 millones, con una de las mayores corrupciones del mundo y a la vez enorme desigualdad y estancamiento económico, acosado por el narcotráfico y la violencia que en el 2017 cobró entre 26 y 30 mil vidas, y que a mitad de este año llevaba un ritmo de 93 por día, con decenas de tumbas colectivas clandestinas y hasta furgones de cadáveres arrojados en carreteras.
La magnitud de los problemas mexicanos es lo que mantiene escepticismo sobre las posibilidades de ver materializadas las promesas de AMLO, pero al mismo tiempo obliga a gran proporción a aferrarse a esa tabla de salvación, convencidos de que “ya el país tocó fondo y no tenemos más alternativa que reflotar a cualquier precio”, como aprecia un veterano analista que no esconde algunos cuestionamientos al proyecto.
López Obrador alcanzó el poder enfrentando la hostilidad de los grandes intereses económicos, y gran parte de sus medios de comunicación, pero con habilidad suficiente para reducirla designando jefe de su gabinete a Alfonso Romo Garza, figura importante de familias del gran capital norteño y creando un consejo asesor empresarial, aunque proclama la separación de los poderes políticos y económicos. Poco después de su elección dirigió una carta al presidente Donald Trump, agradeciendo su congratulación, donde ratificó sus facultades políticas. En la segunda semana de gobierno ya ha logrado una promesa del gobierno de Trump de inversión conjunta para reducir las migraciones mexicanas y centroamericanas hacia Estados Unidos.
La guerra a la corrupción
El carismático AMLO dijo en su discurso inaugural que “si me piden que exprese en una frase el plan del nuevo gobierno, respondo: acabar con la corrupción y la impunidad”, convencido de que “nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado en el influyentismo”. Que “el neoliberalismo, la corrupción y la deshonestidad fueron causantes de la desigualdad económica y social, de la inseguridad y la violencia que padece México, impulsando la economía informal, la migración y la delincuencia”.
López Obrador rechaza “un gobierno rico con pueblo pobre”, y está convencido de que dando ejemplo de austeridad y honestidad, como hizo en el gobierno capitalino, del que salió con lo mismo que entró y sin ningún familiar que se hiciera próspero empresario, tendrá moral para combatir la corrupción desde arriba hacia abajo, proscribiendo la impunidad, así como para crear una dinámica que reduzca la delincuencia, el narcotráfico y la criminalidad que se han expandido al ritmo de la descomposición social.
Postula un programa que le permitiría ahorros de hasta 26 mil millones de dólares anuales, suficientes para asistir a los más desposeídos, cortando privilegios y reduciendo altos salarios arriba, de hasta 600 mil pesos (30 mil dólares) para mejorar los salarios y las pensiones abajo, entre los más precarios de la región. Comenzó reduciéndose al 40 por ciento su propio salario, vendiendo tres aviones presidenciales, 58 jets y 112 helicópteros al servicio de funcionarios, suprimiendo una guardia presidencial de 8 mil 500 miembros, convirtiendo en museo y centro cultural la inmensa residencia del presidente y suprimiendo enormes pensiones de los expresidentes y de más de un centenar de servidores públicos al servicio de cada uno de ellos..
Metas muy ambiciosas
Son muchos los que dudan que su programa de reducción de gastos alcance las metas, y ya el poder judicial le congeló una ley que reduciría los sueldos del Poder Judicial, pero creen que tendría un gran efecto si lo logra siquiera en cincuenta por ciento. Sobre todo en la gran corrupción en las contrataciones de obras y servicios, en el tráfico de influencia y en el soborno, o la mordida, que en México tiene tradición y traspasa todos los niveles del servicio público.
Pero AMLO proclama que controlar la corrupción es fundamental para recuperar la seguridad y regenerar el conjunto de la sociedad, y por demás entiende que le permitiría impulsar el desarrollo sin tener que elevar los impuestos ni continuar la carrera de endeudamiento de sus antecesores. En el discurso inaugural planteó que Vicente Fox dejó la deuda estatal en 1.7 billones de pesos en el 2006, que al 2012 Felipe calderón la triplicó a 5.2 billones, y que la recibe ahora de Peña Nieto en 10 billones de pesos.
Con el agravante de que el crecimiento, que en las décadas de los 50 a los 80 se situaba entre 5 y 6 por ciento del producto bruto, se ha reducido a menos de la mitad, y el aparato productivo estatal fue vendido o traspasado al sector privado, bajo promesas de inversión que no se materializaron.
Enfrenta a los neoliberales
El programa que enarbola AMLO es cuestionado por los mayores devotos del libre mercado, que lo consideran restaurador del estatismo y populista, pero él responde que “no es lícito ni jugar limpio defender la facultad del Estado para rescatar instituciones financieras, y considerar una carga el bienestar de los más necesitados”.
Se queja de que el poder político y el económico se han alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado como modus vivendi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación, refiriéndose a la privatización del ejido, las playas, ferrocarriles, telecomunicaciones, minas, industria eléctrica y la petrolera.
“Hoy somos la nación que más importa maíz, grano originario de México, el salario se ha deteriorado en 60 por ciento, para ser de los más bajos del planeta, y durante el período neoliberal nos convirtió en el segundo país con mayor migración, 24 millones de mexicanos viven en Estados Unidos”, sostuvo López Obrador.
No hay la menor duda que el nuevo gobierno implica cambios trascendentes en México, hasta en el orden político, donde propone reformas para que los presidentes puedan ser procesados judicialmente y someterse a la posibilidad de revocación del mandato, con consulta a mitad de período. López Obrador proclama que México vivirá su cuarta gran transformación, después de la independencia, la reforma juarista y la revolución de la primera década del siglo pasado. Hay razones de sobra para desearle buena suerte, dado el nivel de sus dolencias de los últimos años.-