Por Juan Bolívar Díaz
Sólo la búsqueda de la herencia política del caudillo Joaquín Balaguer puede explicar la beatificación de que éste fue objeto por un emocionado presidente Leonel Fernández durante la celebración en el Palacio Nacional del centenario de su nacimiento. Al haber quedado como modelo de gobernante que supo mantenerse en el poder y como figura dominante de la política dominicana durante cuatro décadas, Balaguer ejerce un influjo magnético en los políticos que lo han sucedido y pretenden reproducirlo, por lo cual exculpan su tremendos yerros políticos e institucionales.
Como Rafael Trujillo, Balaguer ha dejado un legado de obras materiales que son indiscutibles, aunque erigidas a costa de haber relegado dramáticamente la inversión en la educación, pero fue un autócrata que cultivó el fraude electoral, instrumentó la corrupción y socavó las bases institucionales de la nación.
Sorprendente discurso
Desde el primer momento llamó la atención que el gobierno convocara un acto de celebración del centenario del nacimiento del doctor Joaquín Balaguer para ser celebrado en el Palacio Nacional y al margen del programa elaborado por los dirigentes de su Partido Reformista Social Cristiano.
El que el partido de Balaguer haya sufrido fraccionamientos y reducción en para respaldo electoral del doctor Leonel Fernández, no justifica que el gobierno entrara en competencia con la organización que formalmente encarna la herencia política del caudillo.
Y cuando sus dirigentes protestaron, debió suspenderse el acto oficial o limitarse a una misa para implorar el perdón de Dios.
Pero en vez de ello, se invitó hasta al cuerpo diplomático, a la misma hora que el PRSC efectuaba su acto de recordación.
Para mayor sorpresa el propio presidente de la República pronunció un discurso en extremo laudatorio que dejó sorprendidos hasta a una parte de sus propios seguidores, obviando su legado de tramperías electorales y gestión antidemocrática sobre los que fundó su extenso predominio político.
Fue más que simbólica la cita de que no se debe cambiar de caballo cuando se está vadeando un río con la que Balaguer justificó sus imposiciones electorales incluso a costa del profesor Juan Bosch, del que Fernández se supone heredero, en momentos en que un temprano clamor reeleccionista causaba disturbios en el partido de gobierno.
Para exculpar el servilismo de Balaguer durante la tiranía de Trujillo, de la que fue sustentador intelectual, el líder peledeísta lo comparó con el Rey Juan Carlos que heredó el poder en España tras la muerte del dictador Francisco Franco.
La diferencia es abismal puesto que el monarca español no tuvo ningún papel relevante en la dictadura que trocó en una moderna democracia tan pronto fue investido.
Balaguer, en cambio, gobernó autocráticamente durante 12 años, estableciendo un régimen que se ensangrentó con centenares de vidas, que mantuvo a miles en la cárcel y el exilio y coartó las libertades políticas y sindicales, reeligiéndose a la fuerza en cuatro ocasiones.
Olvida el poder usurpado
Para expresar su respeto y admiración por el caudillo reformista, el doctor Fernández tuvo que olvidar hasta el libro que publicó en 1991 con el significativo título de Raíces de un Poder Usurpado donde no solo documenta el fraude electoral del año anterior que arrebató la presidencia al fundador del PLD, el profesor Bosch, sino que también se refiere a sus anteriores imposiciones.
En el preámbulo de ese libro Fernández cita el relato del historiador norteamericano Thomas Powers que cuenta cómo tras la ocupación militar del país en 1965, el presidente Lindon Johnson ordena que devuelvan a Balaguer a la presidencia de la República.
Si olvidó su propia obra al exaltar el sentido patriótico del caudillo, a Fernández no se le debe culpar porque ignorara el libro publicado en el 2004 por Bernardo Vega que documenta Como los Americanos Ayudaron a Colocar a Balaguer en el Poder en 1966.
En la introducción de su libro, el doctor Fernández sostiene que Balaguer ganó fraudulentamente las elecciones de 1966, disputadas al profesor Bosch, validando la versión de que para ello contó con la ayuda de unos 300 exiliados cubanos.
La imposición de Balaguer se logró en medio de la intimidación y el terror, relata la obra.
Y dice que Para alcanzar su objetivo de llegar al poder, el doctor Balaguer se valió de todos los métodos o toleró su empleo, como fueron la falsificación de cédulas, la compra de votos, el sufragio de militares y muertos, el cambio de urnas y el entierro en los cementerios de votos que favorecían al PRD.
Después relata que Entre 1966 y 1970 el clima de terror impuesto por el gobierno del doctor Joaquín Balaguer mantenía en estado de zozobra permanente a la sociedad dominicana. En base a una estrategia de represión selectiva había logrado eliminar o desaparecer en esos cuatro años a más de dos mil dominicanos. Y luego sostiene que la represión se intensificó entre 1970 y 1974, cuando el terror se estableció como norma de vida en la República Dominicana.
Fernández recuerda las circunstancias en que Balaguer se reeligió en 1970 y 1974, con niveles de represión que impidieron la participación electoral del PRD y otros partidos. Fueron los años en que el caudillo llegó al extremo de prohibir hablar por radio y televisión a Bosch, a Francisco Peña Gómez y a Rafael Casimiro Castro.
Cataloga las elecciones de farsas hasta llegar a 1978 cuando el balaguerismo no pudo reeditarse y sucumbió ante el PRD pero pretendió desconocer las elecciones para terminar con la monstruosidad de arrebatar cuatro senadurías para quedarse con el control de la cámara alta y de la justicia.
El grueso del libro está dedicado a documentar lo que Fernández no duda en calificar reiteradas veces como fraude electoral de 1990.
Después vendría el de 1994, uno de los mejores documentados en la historia del fraude político latinoamericano.
Balance de Balaguer
Hay que reconocer que no fue el presidente Fernández el único que ponderó los aportes de Balaguer.
El obispo emérito José Arnaiz lo calificó como manso, comprensivo y lleno de grandes virtudes, un privilegiado que murió en la cama de Dios, aunque no tuvo generosidad ni siquiera para reconocer a sus hijos, todos fuera del matrimonio, porque sólo se ofrendó a sí mismo.
La generalidad reconoce la obra material de Balaguer, en presas, plaza de la cultura, plaza de la salud, carreteras y avenidas, y en viviendas que repartía como patrimonio propio.
Las privilegió relegando la educación, la salud y la seguridad social, para perpetuarse en cemento.
Tras 22 años de gobierno, 12 de ellos casi dictatorialmente, sin contar los dos años bajo Trujillo, dejó el país con uno de los niveles más bajos de educación en el continente, con precariedad en los servicios fundamentales de energía eléctrica, agua potable y salud, con cientos de miles de motoconchistas, con una policía corrompida e ineficiente.
Para sembrar cemento, Balaguer mantuvo a los maestros en niveles tan paupérrimos que al relevarlo en 1996, el doctor Fernández tuvo que elevarle el salario en más del 100 por ciento y siguieron en la pobreza.
El gobernante que proclamó que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho, hizo de ella un instrumento de gobierno a cambio de lealtades y para comprar y neutralizar opositores.
Instituyó el clientelismo con el patrimonio del Estado y manipuló su propio partido hasta su último suspiro.
En términos de las instituciones, concentró el poder al máximo, decidiendo él solo en qué se invertían los recursos nacionales, doblegando el Congreso, reduciendo las facultades de los municipios, prostituyendo la justicia, manipulando la Junta Central Electoral, reprimiendo y sumiendo en la miseria a la Universidad del Estado, quebrando el Consejo Estatal del Azúcar, la Corporación de Electricidad, la Corporación de Empresas Estatales, y hasta la Lotería Nacional.
MODELO DE EXITO
Uno de los peores legados de Joaquín Balaguer ha sido el haberse perpetuado como modelo del éxito político, como gobernante que supo mantenerse en el poder, y deslumbra a los que lo han sucedido y los induce a una oportunista beatificación política tratando de reproducirlo o en búsqueda de heredar a sus devotos seguidores y a los beneficiarios de su obra.
Ya lo intentó Hipólito Mejía, quien no sólo citó sus frases, como ahora Leonel Fernández, sino que llegó a imitar sus tonalidades discursivas, y creyó que podría imponer una reelección en medio de una de las peores crisis económicas del país.
Fue durante el predominio perredeista que el Congreso declaró a Balaguer como Padre de la Democracia, con la complacencia de los peledeistas que ya en 1996 se abrazaron a él y sus séquitos de mansos y cimarrones para comenzar a heredarlo en vida.
Desde su primera gestión el presidente Fernández ha seguido el modelo de inversión balaguerista, concentrándola en obras físicas y lo quiere superar construyendo bajo tierra, aunque la educación y la salud sigan relegadas, en contradicción con su discurso de modernidad.
Pero para alcanzar los niveles de perpetuación en cemento de Balaguer, Fernández necesitará mucho más de 8 años.
Desde ya tiene que evitar el cambio de caballo cuando se cruza el río.
Su beatificación del caudillo compitiendo con el partido en crisis que él legó, persigue seguir absorbiendo a los reformistas y afianzarse en las simpatías de los sectores conservadores que tienen en Balaguer su más iluminado y añorado líder.
A la sagacidad política del presidente Fernández no se le habrá escapado el significado de que en la última encuesta Gallup para HOY, Joaquín Balaguer registrara un 35 por ciento, él 14 por ciento y Juan Bosch sólo un 8 por ciento, cuando se preguntó por el político dominicano, vivo o muerto, más admirado.
A pesar de que el 45.5 por ciento de la misma muestra escogió al PLD como su partido preferido.-