La crisis del PRSC

Por Juan Bolívar Díaz

            En la medida en que se ha ido profundizando la crisis del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) es cada vez más obvio que su gran líder Joaquín Balaguer carece ya de las capacidades necesarias para imponerse por encima de quienes han hecho carrera política en el mismo.

               Cualquier maniobra que pretenda marginar a los que en la práctica han dirigido el partido en los últimos años y que no cuente con la aprobación de Jacinto Peynado, Federico Antún y Carlos Morales Troncoso, no pasará de una peligrosa aventura que sacudirá los cimientos mismos del partido colorado.

            Lo que se expresa detrás de la actual crisis reformista es el intento de un grupo encabezado por Rafael Bello Andino y Joaquín Ricardo de dar un golpe de mano a los dirigentes del partido colorado para quedarse con la herencia política del nonagenario caudillo que ha dominado el escenario político dominicano de las últimas cuatro décadas.

El fiasco del 1 de julio

            El domingo primero de julio fueron las asambleas ordinaria y extraordinarias del partido colorado, donde quedaron marginados los políticos que han dirigido el PRSC en la última década, es decir cuando se hacían obvios los estragos de la biología sobre el cuerpo y el cerebro de ese extraordinario político que ha sido Joaquín Balaguer.

A diferencia de lo que ocurrió en la reunión del Directorio Central Ejecutivo, dos semanas antes, el secretario político del partido ni siquiera pudo hacer uso de la palabra y la conducción quedó en manos del sobrino de Balaguer, Joaquín Ricardo.

Se trataba de ampliar el Directorio Central de 12 a 50 miembros, colocando en el mismo a gente que garantizara el desplazamiento de Donald Reid Cabral, Federico Antún, Leonardo Matos Berrido, Guillermo Caram, Juan Esteban Olivero Félix, Angel Lockward, Héctor Rodríguez Pimentel y otros que han dado el frente por el partido en los últimos años.

               Las irregularidades registradas en las dos asambleas no fueron inusitadas en la tradición del PRSC, donde la voluntad de Balaguer no ha tenido nunca que guardar las apariencias democráticas. La diferencia es que ya hay dirigentes con fortaleza relativa para cuestionarlas y Balaguer carece de las fuerzas de antaño para imponerse.

            En realidad, los cuestionamientos ni siquiera son frontales al caudillo, porque la generalidad de los reformistas admiten que ya él no se vale por sí mismo. Tanto en esas asambleas como en la reunión del Directorio Central que las precedió, las limitaciones del líder quedaron a la vista de todos.

            Incapaz de hilar un discurso, a Balaguer hay que apuntarle los asuntos a los que debe referirse en público, dependiendo cada vez más de su círculo de íntimos, entre los cuales ninguno está en capacidad de disputarle la dirección política a los que han estado al frente del partido en la última década, los que, por su parte, han estado amarrando influencias sobre las bases y dirigentes medios.

            Al ampliar la Comisión Ejecutiva, dejando fuera a varios de los dirigentes tradicionales, como Olivero Félix, Lockward, Rodríguez Pimentel y Caram, los aspirantes a asumir la dirección del partido cometieron un error fundamental. Le dieron el pretexto para la impugnación que ha encaminado formalmente Lockward, y otros a través de los medios de comunicación.

            El que los hayan excluido, aún multiplicando por cuatro los integrantes del organismo, parece indicar que los propulsores del golpe de mano carecen de suficientes fuerzas en la estructura partidaria. Y la exclusión nunca fue el estilo político de Balaguer, ahora menos cuando se le agotan las últimas energías y capacidades.

            Tenían un argumento válido, que es la conveniencia de someter los puestos directivos al veredicto de las bases. El problema es que Bello Andino, como Joaquín Ricardo carecen de influencia en los dirigentes partidarios, más familiarizados con quienes han encabezado el activismo reformista en los últimos años.

Jacinto es la fuerza

            El intento de cambio en la dirección del PRSC se ha mostrado más débil por cuanto tampoco ha contado con Jacinto Peynado, Carlos Morales Troncoso, Amable Aristy Castro, y José Hazim, quienes concentran, junto a Antún y Reid Cabral la casi totalidad de las expectativas de los reformistas de recuperar el poder.

            La última encuesta de Gallup publicada esta semana por la revista Rumbo, aplicada en los primeros 10 días de julio pasado, no deja dudas sobre quiénes encarnan las mayores posibildiades electorales del partido colorado.

            A la pregunta sobre cuál sería el mejor candidato reformista, Peynado concentró el 46 por ciento, Morales el 11, Aristy Castro el 10, Antún el 6, Hazim el 5 y Reid Cabral el 4 por ciento, para sumar 82 por ciento. Víctor Gómez Bergés y Eduardo Estrella, relacionados con el movimiento de cambio, registraron el 4 y el 2 por ciento de las simpatías electorales. El restando 12 por ciento no sabe o no responde.

            En tal perspectiva, cualquier movimiento de cambio que ignore a Peynado y los que le siguen en aceptación popular, y sin poder contar con una decisión frontal de Balaguer, está condenado a producir un disturbio y desatar un enfrentamiento por la sucesión.

            Peynado, quien no tiene pelos en la lengua, no oculta su renuencia a avalar ninguna movida que desestabilice el partido y menos si pretende imponer dirigentes y dificultarle su camino a la candidatura presidencial para el 2004. El ha dicho públicamente en múltiples ocasiones que no permitirá que le vuelvan a sacar la alfombra de sus pies, y que para traiciones fue suficiente su amarga experiencia de 1996, única ocasión en que ostentó la candidatura presidencial.

Lucha por la sucesión

            Seguidores de Peynado afirman que hay más vasos comunicantes entre él y los dirigentes amenazados de ser desplazados, que con el anillo que rodea al ex-presidente Balaguer.

            Tácito Perdomo, quien ingresó al PRSC de la mano de Peynado, con quien ha trabajado desde la candidatura de 1996, abogó por la unidad en un artículo publicado el 1 de agosto en Hoy, donde se refiere a “la crisis de identidad y confianza que estremeció al reformismo a partir de los comicios del 96”.

            Por su parte, Alexis Joaquín Castillo, en artículo publicado en el Listín Diario el 24 de julio, se refiere a una “lucha por rescatar al partido de los pesados arietes que le han impuesto quienes perdieron la fe en el reformismo y aquellos que adjuran de su liderazgo y se burlan de la fidelidad debida”.

            Esa pieza concluyó exhortando al doctor Balaguer a “llenarse de sabiduría para enfrentar, con mejores éxitos que Felipe II y Lenín, el difícil arte de designar a los futuros dirigentes del partido. Aquellos que con verdadera moralidad puedan postularle al país la experiencia de un balaguerismo vivo y humano”.

            Los deseos de renovación de Castillo y muchos otros pueden ser legítimos y hasta ponderables, pero están débilmente sustentados en la realidad del PRSC. Y cuentan con la única fuerza del caudillo, ya minusválido en toda la extensión de la palabra. Al menos para construir un nuevo liderazgo.

            Todavía hay quienes creen que el caudillo podría imponerse, con un esfuerzo sobrehumano. Pero su propia inteligencia política le debe indicar que ya es tarde para ese intento. Tampoco se arriesgará a desperdiciar lo que le queda de poder, más fundamentado en el mito que en la realidad, para beneficiar a quienes carecen de aceptación en las propias filas partidarias y en el resto de la sociedad.

            Cualquiera que sea el veredicto sobre las impugnaciones a las asambleas del primero de Julio, lo más probable es que Balaguer terminará favoreciendo una transacción, como ya se vislumbró en la afirmación del secretario político, Federico Antún, de que había recibido autorización para llevar a 75 los miembros de la Comisión Ejecutiva, incluyendo a los marginados.

            Más aún cuando el principal cargo que formulan los opositores a los actuales dirigentes es que son proclives a negociar con el partido de gobierno. Pues, contradictoriamente, el reformista más colaboracionista con el régimen de Hipólito Mejía ha sido precisamente Joaquín Balaguer. En su casa es que el actual presidente “amarró su chiva” desde que fue proclamado candidato presidencial en 1999.

            De cualquier forma la lucha por la sucesión afectará el curso del PRSC en los meses por venir. Sobre todo en la medida en que tengan que abocarse a elegir los candidatos para las elecciones de mayo próximo.

            Si el partido colorado agrega otra derrota a las sufridas en las tres últimas elecciones, sus perspectivas de poder para el 2002 se alejarán considerablemente y se ampliará su crisis de identidad y de confianza.

            Eso lo saben la mayoría de los dirigentes y militantes reformistas, deseosos de encontrar otro caballo con el cual cabalgar de regreso al poder que disfrutaron durante 22 años. Por eso tienen sus simpatías bien definidas para afrontar el reto del post balaguerismo, que ya ha han comenzado a vivir.

            Pero como la política dominicana es tan emotiva y el PRSC no ha cabalgado sin su caudillo, no se deben descartar mayores sacudimientos en las filas de uno de los partidos tradicionales.-