Por Juan Bolívar Díaz
El doctor Joaquín Balaguer pasará a la historia, junto a Nicolás de Ovando y Rafael Leonidas Trujillo, como un gran edificador de obras físicas, pero sobre todo como el más persistente amante del poder, por el que soportó iniquidades y humillaciones aunque luego de obtenerlo lo ejerció y disfrutó como un rey, hasta agotar su último aliento.
Pero si los que escriben la historia profundizan un poco sobre su carrera política tendrán que consignar que fue un autócrata, huérfano de criterios y prácticas democráticas, tanto en el ejercicio del gobierno como al interior de su Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) a cuyas riendas se aferró hasta la muerte a los 96 años, ciego y casi paralítico.
Sin embargo, objetivamente habrá que reconocerle un éxito extraordinario en el ejercicio del poder, aunque imponiendo una prostitución de la política dando plena vigencia a la máxima de que el fin justifica los medios y venciendo a casi todos los políticos de su generación y a una parte de los que le siguieron.
Acumulación original
Es imposible enjuiciar la carrera política de Joaquín Balaguer sin remontarse a su acumulación original de poder, que parte de la autoría del manifiesto con que el “Movimiento Cívico” del 23 de febrero de 1930 pone fin al gobierno continuista de Horacio Vásquez y abre las puertas al brigadier Rafael Leonidas Trujillo para iniciar su tiranía de 31 años.
Balaguer pasa esas tres décadas a la sombra de la dictadura, sin inmutarse ni tener el menor gesto frente a sus excesos y aberraciones, y va ascendiendo en la escala burocrática ocupando los diversos grados del cuerpo diplomático, luego subsecretarías y secretarías de Estado hasta la nominación a la vicepresidencia en la farsa electoral de 1957, en la que el tirano colocó de presidente a su hermano Héctor Trujillo.
En una desesperada jugada política Trujillo hace renunciar a su hermano en agosto de 1960, con lo que su enigmático amigo Balaguer pasa a ocupar la primera magistratura, el lugar justo para intentar suceder al tirano ajusticiado 9 meses después.
Ni un leve gesto de protesta o indignación expresó nunca ante los más espantosos crímenes de los sicarios del gobierno que presidía. Ni siquiera cuando el 25 de noviembre de 1960 fueron asesinadas las hermanas Mirabal. Ni un año después, cuando Ramfis Trujillo masacra a los sobrevivientes del movimiento 30 de mayo que acabó con la dictadura.
Tampoco haría el menor gesto en 1973 para evitar el fusilamiento de Francisco Caamaño, el héroe de la resistencia a la invasión norteamericana de 1965. Y jamás dispuso justicia para los cientos de asesinatos políticos que tuvieron lugar en sus gobiernos. En algunos casos más bien los justificó.
En principio se creía que el presidente títere de Trujillo era un hombre muy débil, “muñequito de papel” le llamaron en las manifestaciones contra los remanentes de la tiranía en el período 1961-1962. Pero luego demostraría que energías ni carácter ni valor le faltaban para la confrontación política y el ejercicio gubernamental. Lo que le sobraba era ambición de poder, astucia para disimular y hacerse pasar por insulso, en aras de alcanzar el poder.
No importaban las humillaciones, ni las iniquidades, ni los envilecimientos del gobierno al que servía. Siguió siendo uno de sus principales ideólogos, intelectual orgánico incondicional hasta el final y se negó a exiliarse “para estar debajo del árbol cuando el fruto maduro cayese”, según se le atribuyó.
A principios de 1962 ya el político de Navarrete había abierto su propio espacio, saliendo a las tribunas a hablar duro y expresar las leves críticas al tirano que se ahorró durante 31 años. Repartió parte del patrimonio que Trujillo se había expropiado y cuando tuvo que asilarse, ya había conformado una “imagen de estadista”, con velocidad y dedicación admirables.
De guerras fría y caliente
Joaquín Balaguer fue un trabajar sin tregua ni descanso de la política, su única pasión y amor salvaje a tiempo completo. Con una sagacidad extraordinaria para colarse por los intersticios de los acontecimientos. Volvió al país al amparo de la intervención militar norteamericana de 1965, sin la cual otro podría haber sido su destino.
Y de inmediato se constituyó para Estados Unidos como el candidato ideal con larga experiencia de Estado, influencia en las fuerzas represivas del viejo régimen, dedicación y capacidad. Sobre el lomo de la guerra fría cabalgaría este hombre que se haría imprescindible ante poderes nacionales y transnacionales para evitar que República Dominicana “volviera a verse de nuevo en peligro de convertirse en otra Cuba”.
Es así como el líder reformista se justifica en el poder, en nuevas farsas electorales como las de 1970 y 1974, en las que la oposición política ni siquiera puede participar. Y cuando lo hace en 1978 y derrota al presidente reeleccionista se tropieza con la paralización del cómputo, la ocupación de las juntas electorales y los intentos del régimen y sus fuerzas armadas y policiales por usurpar el gobierno.
Sólo un gran movimiento nacional y el apoyo de los “liberales de Washington” encabezados por el presidente Jimmy Carter, del gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez y de los gobiernos de la Internacional Socialista pudieron ponerle límites al deseo de Balaguer y sus fuerzas de mantenerse en el poder. Lo entregaron pero con aquel “fallo histórico” de la Junta Central Electoral que descuenta al Partido Revolucionario Dominicano cuatro senadores para que el Partido Reformista pudiera quedarse con el control del Senado y por ende del Poder Judicial y de la Junta Central Electoral. Había gobernado sin piedad con los izquierdistas y opositores, cientos de los cuales fueron asesinados, otros tantos hechos prisioneros y miles lanzados al exilio. Las convicciones antidemocráticas de Balaguer eran tan firmes que ni siquiera cuando se vio obligado a entregar el poder, en 1978, se dio el lujo de amnistiar prisioneros y exiliados, sabiendo que su sucesor Antonio Guzmán estaría obligado a hacerlo.
En esos años hubo períodos de tantos crímenes y persecución que el país vivía casi en la dictadura. La diferencia fundamental fue la libertad de prensa sustentada en algunos medios periodísticos. Hasta Juan Bosch y José F. Peña Gómez atravesaron por períodos en los que se les prohibió usar las frecuencias de radio y televisión. Las libertades de reunión, manifestación, tránsito, organización política y sindical, estaban severamente limitadas. Balaguer controlaba por completo la justicia, instrumentaba políticamente las fuerzas armadas y la policía, el sistema electoral, los órganos de auditoría, y el Congreso Nacional. No compartía el poder con nadie. Ni siquiera con un organismo de su partido, ni permitía que ninguno de sus “compatriotas” incubara proyectos políticos propios.
Todos los reformistas que en algún momento despuntaron serían humillados o restringidos. Con la constitución convertida en “un simple pedazo de papel” y la “corrupción deteniéndose sólo en las puertas de su despacho”, la política balaguerista sería de compra y corrupción de individuos e instituciones, como forma de reinar mediante la degradación de los demás.
Vuelve y Vuelve
Cuando el Partido Revolucionario Dominicano naufragó en las ambiciones y las divisiones y muchos de sus líderes se corrompieron, Balaguer fue reivindicado y al volver al poder en 1986, demostraría gran capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.
Su período de 10 años se diferenció del primero de 12, en cuanto al respeto de las libertades políticas y los derechos humanos. Pero la manipulación electoral resurgió con fuerza, expresándose en las elecciones de 1990 y 1994 con escandalosos fraudes que crearon crisis políticas. La corrupción se multiplicó y concluyó quebrando todo el patrimonio empresarial del Estado, hasta la Lotería Nacional en dos ocasiones.
Pero el doctor Balaguer volvió a demostrar sus extraordinarias capacidades, aunque ya estaba ciego y los años comenzaban a mellar sus demás facultades. Se constituyó en mito y leyenda, llegando a gobernar hasta los 90 años de edad, repostulándose a los 94, aunque para fracasar.
Balaguer se benefició en gran manera de la división del PRD que originó el Partido de la Liberación Dominicana en 1973. No dudó en sacrificar a su propio partido en 1996 en aras de su gloria personal, para que el PLD le debiera el haber alcanzado el poder. Boicoteó la candidatura presidencial de su “compatriota” Peynado, con tanto descaro que ni siquiera votó en la primera vuelta, lo que sí hizo en la segunda por Leonel Fernández.
El Frente Patriótico fue la máxima maniobra política de Balaguer y uno de sus mayores éxitos, pues a partir de entonces sería reivindicado absolutamente por sus contradictores de los otros dos partidos, incluyendo al profesor Juan Bosch y al doctor Peña Gómez, pero sobre todo a Leonel Fernández y a Hipólito Mejía y sus colaboradores, que se disputarían su gracia hasta el día de su muerte.
El balance final
Joaquín Balaguer debió morir satisfecho. Llegó a su día final cortejado por sus principales contradictores, hasta investido como “padre de la democracia” a pesar de sus carencias paternales. Nadie le pudo despojar definitivamente del poder.
Cuando no pudo moverse trasladó el partido a su propia casa. Y jamás cedió ante el reclamo de que iniciara un proceso de institucionalización y democratización del PRSC. Sólo él contó hasta la muerte, su velatorio de cuatro días y su funeral de 16 horas, correspondieron con su megalomanía política.
El balance en término de sus aportes a la democracia es pobre. Se adaptó a nuevos tiempos, pero no aportó ni siquiera a su partido. Todo lo hizo en beneficio propio sin la menor distracción. Por eso jamás tuvo una compañera ni reconoció ninguno de los varios hijos que se le atribuyen.
Con 72 años de vida política, con 45 de ejercicio del poder y árbitro hasta los 96, Joaquín Balaguer fue un fenómeno universal y así deberá quedar registrado. Pero ni al final quiso abandonar sus prácticas autocráticas para que la muerte le fuera más leve.
Deja un conjunto considerable de obras físicas importantes, proporcional al ejercicio presidencial de 22 años, sin contar el año y medio de la transición trujillista. Por esas obras, como Trujillo, también será reconocido.
En aras de la varilla y el cemento y manejando a su antojo el presupuesto nacional, el caudillo sacrificó los servicios básicos, degradando la educación, liquidando un “seguro social” que no era seguro ni social, arruinando los hospitales y el transporte público y dejando el país sumido en la más espantosa oscuridad, pues se negó a realizar las inversiones que demandaba el desarrollo energético, por lo cual se paga ahora un altísimo precio.
Pero su peor legado es el haber vendido el silencio cómplice con la tiranía, el oportunismo, el uso de la corrupción, el abuso de los recursos estatales, el crimen político y el debilitamiento de las instituciones democráticas como sinónimo del éxito político.
Durante mucho tiempo habrá políticos dominicanos tratando de repetir el éxito balaguerista, algo que ya resultará imposible, no sólo por estos tiempos de la globalización y los cambios sociales registrados en la nación, sino también porque capacidades como las de Joaquín Balaguer no se cosechan con frecuencia.
Tendrían que comenzar por renunciar a la tierna compañía de la esposa y los hijos, de los amigos, de las tertulias y los deportes, de los sancochos y las fiestas, para que, como en Balaguer, nada humano distraiga su gesto, su pasión inconmensurable por el poder.