Final del encanto del gobierno

 Por Juan Bolívar Díaz

Consumida la luna de miel de la población con el gobierno instaurado hace casi diez meses, disipado parte del encanto de las promesas y expectativas de campaña electoral, el presidente Hipólito Mejía ha comenzado a descubrir que no es tan fácil gobernar un país con una enorme deuda social acumulada.

Las protestas sociales derivadas de las expectativas frustradas, la fiereza con que los intereses creados tratan de evadir las nuevas cargas impositivas y las incoherencias de su propio partido donde las ambiciones personales predominan sobre el compromiso programático, son elementos subyacentes en la revaluación del “carguito” del presidente.

De cara a la perspectiva tiene el mandatario la tentación de apelar a la mano dura para enfrentar las protestas -seguro que sólo las populares- o revaluarse continuamente, aplicar algunos correctivos y renovar su equipo gubernamental a más tardar cuando llegue al año.

Es más difícil

Llamó la atención de la opinión pública la declaración del presidente Hipólito Mejía del lunes 4 de junio, cuando reconoció que gobernar la nación “es más difícil de lo que yo me imaginaba”.

A continuación citó “problemas de seguridad, problemas de desconocimiento de un alto porcentaje de la población”, la renuencia a pagar impuestos y las dificultades para lograr acuerdos con los diversos sectores sociales.

Esta declaración ha sido contrastada con las que ofrecía anteriormente el mandatario, quien llegó a proclamar públicamente que le había gustado el “empleíto”.

Causó preocupación su otra declaración de esta semana en el sentido de que está dispuesto a utilizar mano dura contra quienes quieran perturbar la paz con protestas desmedidas, ya que la misma estaría mostrando una pérdida de perspectiva sobre las enormes insatisfacciones acumuladas por las mayorías sumidas en la pobreza.

Eso mientras hasta un intelectual y político de la categoría del doctor Hugo Tolentino planteaba que el gobierno tendría que apelar a las dádivas para desactivar las protestas que han comenzado a multiplicarse en los pueblos y barrios.

Seguramente que los analistas gubernamentales pasan por alto que las peores y más sonadas protestas registradas en este gobierno, las del ensanche capitalino de Capotillo, no fueron generadas por reclamos sociales específicos, sino por brutalidad policial.

Otro ingrediente del desencanto nacional lo ha puesto la tanda de apagones de la última semana, determinada por una de las empresas capitalizadas, fruto de un problema financiero y estructural del servicio energético que de ninguna forma se le debe cargar al pasivo del actual gobierno.

Por otro lado la recurrencia persistencia del gobierno a las prácticas tradicionales, como la contratación grado a grado, exagerado endeudamiento de corto plazo y a los megaproyectos, que antes se criticaron acremente, expanden el desencanto, en la convicción de que todo es lo mismo.

Inexplicable desconcierto

            El gobierno se ha dejado desconcertar por las dificultades derivadas de las reformas fiscales implementadas a partir de enero. Lo primero es que hay frustración por el comportamiento económico de los primeros dos meses del año, como si al planificar el presupuesto, ignoraran las consecuencias inmediatas.

Cerrado el mes de Mayo los estrategas gubernamentales tienen suficientes elementos de juicio para saber que la tendencia es a un pequeño déficit de ingresos, menor al dos por ciento, si es que no logran superar las metas, como ya se vio en los dos últimos meses.

En consecuencia, se han lanzado desesperadamente al endeudamiento de corto plazo y al proyecto de bonos soberanos de difícil asimilación. Desde luego presionados por las elecciones congresionales y municipales dentro de 11 meses.

Mientras el hecha va y viene, la comunicación del gobierno sigue siendo rudimentaria, alimentada por las improvisaciones del presidente Mejía. Y una vez más no son capaces de vender los elementos de recuperación económica.

Por ejemplo, el lunes el administrador del Banco de Reservas, Manuel Lara Hernández, ponderó los beneficios de la reducción de las tasas de interés y su repercusión en el aumento de la producción. Habló de una caída en las tasas de hasta 6 por ciento, pero el gobierno no es capaz de divulgar ampliamente sus éxitos.

Tampoco puede confiar en que lo hará una opinión pública excesivamente embelesada en los problemas inmediatos, en la superficialidad del debate político, y en parte prisionera de intereses creados.

El endeudamiento externo e interno, hasta para comprar vehículos y equipos militares, la contratación de obras sin concursos públicos, y el anuncio de megaproyectos, como la carretera a Samaná y un nuevo estadio Quisqueya, no son puntos de acreditación al gobierno de Mejía, sino repetición de los viejos caminos.

Resistencia de intereses

La resistencia a los cambios es tan grande que a más de cinco meses del inicio de las reformas fiscales y pendientes ajustes derivados de la entrada en vigencia de los nuevos acuerdos de comercio internacional, todavía hay sectores empresariales que sueñan con que el gobierno revoque el adelanto del 1.5 por ciento de las ventas como anticipo del impuesto sobre la renta.

Más aún recientemente, un alto vocero empresarial también planteó la revocación del aumento del aumento del impuesto a la transferencia de bienes industriales y servicios (ITEBIS), a cambio de que se grave todo. Algo que se discutió durante años y fue desechado por el gobierno y el Congreso Nacional, así como por gran parte de la opinión pública, basado en que sería más injusto en término social, porque gravaría el universo de lo poco que compran los pobres.

Los intereses creados se manifiestan diariamente en torno al problema de la energía eléctrica, pero el gobierno no puede darse por sorprendido frente a esa realidad y debería responder con mayores esfuerzos de reglamentación, apelando incluso a su mayoría legislativa para aprobar el proyecto de ley de electricidad en manos del Congreso desde hace varios años.

El presidente manifiesta también algunas decepciones por el costo que quieren imponerle algunos de sus colaboradores de campaña, no sólo los compañeros de partido que se creen con derecho a usar el poder como patente de corso, sino también grupos de poder, que esperan que se gobierne para ellos, o que se les permita incursionar en todo género de negocios.

Otro elemento de desencanto nacional, y probablemente también presidencial, es la lucha grupal que ya asoma con fuerza en el Partido Revolucionario Dominicano, y que tiene como escenario el Senado de la República, tres meses antes de la elección de su bufete directivo.

Las ambiciones son tan desmedidas que varios diputados perredeistas pretenden que el gobierno se debilite privando a los reformistas de la presidencia de la Cámara de Diputados, tan sólo para que uno de ellos pueda ocuparla.

Al gobierno sólo le falta empujar a los reformistas a una prematura alianza opositora con los peledeistas, para satisfacer la vanidad y ambiciones de alguno de los legisladores perredeistas.

Dado el hecho de que Mejía no puede buscar una reelección, las perspectivas apuntan a un desbordamiento de las ambiciones dentro de pocos meses, cuando la repartición de las postulaciones congresionales y municipales se convierta en un preludio de las luchas para la candidatura presidencial del 2004. Parecería muy prematuro, pero así de fuertes son las ambiciones políticas, que en el PRD se expresan sin el menor disimulo.

Hora de renovación             

            Al gobierno de Mejía le llegó la hora de la renovación y de los cambios de estrategias, que en este caso tienen que comenzar por él mismo. Hace tiempo que analistas de diversos signos vienen sosteniendo que le resultará imposible mantenerse cuatro años hablando diariamente y sin administrar los silencios y las palabras.

Eso podía ser rentable durante la luna de miel, cuando las asperezas y contradicciones eran compensadas por las ilusiones y expectativas.

Ahora el presidente y su gobierno tendrían que actuar más “por el librito”, es decir en base a estrategias y tácticas. Partiendo del análisis sistemático de la opinión pública, sopesando el costo y los beneficios de cada movimiento.

Pero pocos, aún en el gobierno, creen que Hipólito Mejía será capaz de ese grado de planificación, ya que el cree ciegamente en la espontaneidad.

Para muchos el actual mandatario trilla el camino de su antecesor, quien prácticamente concluyó el gobierno con el mismo equipo con que lo inició. El único ministro que destituyó fue al secretario de las Fuerzas Armadas, cuando lo desafió públicamente y enfrentó a la justicia.

Aparentemente las lealtades y amistades están por encima de la eficiencia y la conveniencia en los gobiernos liberales, que renuncian hasta al movimiento de las fichas en el tablero, en un país todavía tocado por el virus del autoritarismo, y que disfruta del sacrificio de los funcionarios, en aras de una concepción presidencialista en la cual el primer mandatario no suele ser culpable de nada, sino sus colaboradores.                                  El mes pasado Mejía hizo algunos movimientos en el tren gubernamental, pero en niveles menores, y las tribunas lo que reclaman es verdadera renovación, sangre de tigres y toros, no de cachorritos ni becerros.

El país también espera mayor austeridad y racionalidad en el gasto, incluyendo un freno definitivo a la repartición de empleos en todos los frentes de la administración pública. Ello mejoraría la imagen del gobierno y generaría más comprensión frente a las limitaciones presupuestarias y hasta ante la política de endeudamiento. Y le daría más fuerza para cobrar a los evasores de impuestos.

Al respecto es un paso positivo el oficio 12518, mediante el cual el Presidente de la República ha instruido a la Oficina Nacional de Presupuesto para reducir las asignaciones en lo que resta del año en un cinco por ciento, previniendo un déficit en los ingresos, y ordenando a todas las secretarías y organismos reducir el gasto corriente en por lo menos 10 por ciento.

La reducción afectaría las nóminas, electricidad, comunicaciones, adquisición de vehículos, combustibles, y accesorios, equipos de oficina, transporte aéreo, viáticos, alquileres de locales, comidas, material gastable y otros. Ahora falta que lo cumplan.-