Los dominicanos y dominicanas debemos hacer votos porque de las elecciones presidenciales haitianas de enero próximo salga un gobierno de amplio apoyo y capacidad para iniciar una distensión en las relaciones entre las dos naciones que permita construir un nuevo tipo de relaciones y cooperación.
Los anárquicos incidentes que marcaron la visita a Puerto Príncipe del presidente Leonel Fernández el pasado lunes y las masivas persecuciones de haitianos en Villa Trina y Pontón la semana anterior indican que prosigue el deterioro que se inició en mayo en la región Noroeste.
En los sectores pensantes dominicanos hay creciente preocupación por el tono del discurso antihaitiano predominante en el país hasta el grado que un ex-secretario de las Fuerzas Armadas y dirigente político salió a la palestra para anunciar una inminente guerra que tendría un costo devastador para las dos naciones.
Costosa visita de Leonel
La visita realizada el lunes 12 a la capital haitiana por el presidente Leonel Fernández constituyó un costoso error al producirse apenas una semana después de la destrucción y quema de unas 60 viviendas de haitianos en Villa Trina de Espaillat y en pontón de La Vega, dando oportunidad para que un grupo radical y poco representativo buscara capital político exacerbando el sentimiento anti-dominicano que se incuba en sectores de la población de Haití.
No hay razón para dudar de las buenas intenciones del mandatario dominicano, quien ha tenido un discurso prudente frente a los problemas bilaterales, aunque su gobierno no ha hecho suficiente para contener los recientes desbordamientos ni para condenar con energía y esclarecer múltiples crímenes, por ejemplo cuando tres jóvenes haitianos fueron quemados vivos en plena capital el pasado 16 de agosto.
Ha habido bastante consenso, tanto aquí como en los círculos políticos haitianos, de que el doctor Fernández no merecía el tratamiento desconsiderado y agresivo de que fue objeto, expresión de la anarquía que ha caracterizado la vida política de la vecina nación.
Pero aquí por más vueltas que se le dé al asunto no se entiende la oportunidad de la visita, de paso a Cancún, México. Aparentemente el presidente quiso invertir en una reducción de las tensiones de los meses recientes, apersonándose a la propia capital haitiana para formular un llamado desde allí a la concordia.
Pero el riesgo era alto, sobre todo si se tenía en cuenta que Haití está en campaña electoral, a menos de un mes de elecciones presidenciales, con un gobierno provisional, de escasa base de apoyo y que debe entregar el poder dentro de un par de meses, por lo tanto sin posibilidades de atender eficientemente las relaciones bilaterales.
Otra circunstancia a tomarse en cuenta es que Haití es una nación intervenida por una fuerza militar multilateral, lo que obligaba a una doble concertación por razones de seguridad, para la visita del mandatario de la nación vecina, en medio de crecientes tensiones bilaterales.
Ni siquiera la presencia de esa fuerza, de unos 8 mil miembros, ha garantizado la seguridad en las calles de Puerto Príncipe, donde las fuerzas policiales locales son frecuentemente superadas por grupos de pandilleros comunes y políticos.
Informes extraoficiales indican que los aparatos nacionales de seguridad eran conscientes de los riesgos y los advirtieron al presidente. Ello explica que lo acompañaran cientos de soldados dominicanos, con abundante equipo militar, incluyendo varios helicópteros.
Un final poco afortunado
Hay quienes creen que se ha magnificado el peligro que representó para la seguridad del presidente Fernández la anárquica manifestación, aún con lanzamiento de piedras y algunos disparos y las conocidas quemas de neumáticos desechados en las calles. Nunca estuvo al alcance de un grupo de apenas varios cientos de jóvenes enardecidos.
Pero el salir precipitadamente de Puerto Príncipe, si bien fue una expresión de desagrado ante el desbordamiento, y a lo mejor de prudencia para evitar peores circunstancias, también constituyó una autoderrota para el mandatario dominicano y una tremenda concesión a un pequeño grupo para nada representativo de la sociedad haitiana, encabezado por Guy Phillipe, situado en la cola de los múltiples aspirantes a la presidencia de Haití.
Si en vez de tomar camino hacia el aeropuerto el presidente Fernández se llega a la embajada dominicana en Petion Ville, donde le esperaba el liderazgo político haitiano, previamente invitado para un encuentro, hubiese derrotado a la minoría anarquista. Allí habría recibido la solidaridad y el desagravio de lo más representativo de Haití y el incidente habría quedado en segundo plano.
Fernández andaba en vehículo blindado y con suficiente protección para no huir de un grupito. Y disponía de helicóptero para trasladarse a las cercanías de la embajada, donde no había problemas, y luego al aeropuerto si era prudente evitar las calles. En la decisión parece haber predominado la indignación en vez del razonamiento político, probablemente de parte de los responsables de la seguridad.
De cualquier forma, en vez de incentivar el espíritu de confrontación con los haitianos, el incidente debe generar mayor prudencia, tolerancia y hasta generosidad dominicana ante la debilidad delas instituciones de la vecina nación, donde sus autoridades no controlan las calles y cualquier día pudiera producirse una chispa que originara graves actos de violencia aquí y allá.
Llama a la moderación el hecho de que tanto el presidente como el primer ministro y la cancillería haitiana condenaran desde el primer momento el comportamiento agresivo de los manifestantes y desagraviaran al presidente dominicano. Lo mismo han hecho voceros políticos y consulares de la vecina nación.
El pleito casao de Wessin
El repudiable incidente de Puerto Príncipe incentivó de inmediato el espíritu de confrontación que desde hace algún tiempo se escucha en la radio y la televisión con manifestaciones en los periódicos, resaltando la carta enviada a El Nacional por el general retirado Elías Wessin y Wessin.
Sin la mínima prudencia de un veterano militar que fue secretario de las Fuerzas Armadas y dirigente político, Wessin advirtió que la guerra civil y militar entre República Dominicana y Haití es un pleito casao que cada día está más cerca. Lo que el hombre fuerte de San Isidro en la guerra civil de 1965 prevé es un desastre mayúsculo, de características espantosas, pues él mismo advierte que tal guerra tendría características diferentes a las del siglo 19, porque tendríamos al adversario dentro de nuestros barrios y campos por cientos de miles.
Como si ese augurio no fuera suficiente, el general Wessin llegó al grado de cuestionar la preparación de las Fuerzas Armadas para afrontar la defensa de la soberanía nacional, reivindicando que sí lo estaban en los tiempos de la tiranía trujillista. Fue el ejército que protagonizó la matanza de miles de haitianos en la frontera en 1937, en un triste capítulo que en nada honra la nobleza del pueblo dominicano ni su imagen internacional.
Afortunadamente el actual titular de las Fuerzas Armadas, almirante Sigfrido Pared Pérez, rechazó los criterios de Wessin y ubicó el aparato militar dominicano dentro de un régimen democrático.
Al igual que el exgeneral, muchos dominicanos y dominicanas ignoran las consecuencias que pudiera tener para el país una confrontación armada con Haití o una matanza de ciudadanos de ese país en nuestro territorio, por más ilegales o invasores que se les quiera considerar.
Una guerra o confrontación militar desencadenaría odios tan profundos que nadie puede saber hasta qué límites podrían llegar. En ese escenario lo más probable sería una masiva intervención militar multilateral extranjera y un verdadero desastre para la imagen del país en el exterior. Las repercusiones sobre el turismo, la cooperación internacional y la inversión extranjera serían gravísimas. Sembraría anarquía y miseria a lo largo y ancho de la isla. Y complicaría enormemente la convivencia futura de dos naciones sin alternativas de separación ni distancia.
Esfuerzos constructivos
Alienta el hecho de que las autoridades de los dos países han hecho esfuerzos por demostrar que los incidentes del lunes no afectan las relaciones, que el gobierno haitiano haya designado un nuevo embajador y que las actividades sean normales tanto en la embajada como en los consulados dominicanos en Haití, como informara el jueves la cancillería.
A los sectores dominicanos más conscientes, especialmente en los medios de comunicación corresponde atender el llamado a la racionalidad, la serenidad y la cooperación entre las dos naciones que recientemente formulara el arzobispo de Santiago y presidente de la Conferencia del Episcopado, monseñor Ramón de la Rosa.
Todos deberían colaborar y apostar por unas elecciones limpias el mes próximo en Haití y para que de las mismas salga un gobierno representativo, de amplio apoyo, en capacidad de iniciar un reordenamiento y convertirse en contraparte no sólo del diálogo necesario con las autoridades dominicanas, sino también para la cooperación internacional que necesita el pueblo haitiano.
El reordenamiento de la casa haitiana es fundamental para que disminuya el flujo migratorio hacia el Este de la isla y para convenios que permitan organizar la contratación de la mano de obra que rea imprescindible en el país. Ni las guapezas, ni los insultos, ni la prepotencia, ni el discurso agresivo abonarán otra cosa que no sea la tragedia, y tal vez la desgraciada guerra que ha previsto el viejo general de San Isidro.-