Por Juan Bolívar Díaz
El gobierno del presidente Leonel Fernández debe ser suficientemente cauto como para no vender la ilusión de que está haciendo milagros en la recuperación económica, ya que falta mucho para que se pueda decir que los desequilibrios están bajo control definitivo y algunos rebotes podrían resultarle catastróficos.
Aunque resulta indiscutible que el gobierno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) ha despertado confianza y esperanzas que incentivan la recuperación, una parte de la misma comenzó a verificarse en los finales del régimen que le precedió, pero son muy pocos los que están dispuestos a reconocerlo.
Tampoco conviene al gobierno insistir en restar importancia fundamental a las quiebras bancarias en el origen de la crisis económica, cuando los organismos internacionales persisten en darlo por cierto y el déficit cuasifiscal por más de 100 mil millones de pesos que generó sigue pendiendo sobre la espina dorsal de la nación.
RIESGOS DEL TRIUNFALISMO
Al pasar de sus primeros cien días de gobierno, el reconocimiento fue prácticamente unánime para el presidente Leonel Fernández. Hasta sus opositores tuvieron que reconocer como principal mérito el haber insuflado una buena dosis de confianza y esperanza en amplios segmentos de la población. Quedó evidente en los sondeos populares realizados por programas de radio y televisión.
Nada de sorprendente tiene, en ese marco, que el propio mandatario haya desbordado optimismo en su discurso a la nación del lunes 29 de noviembre, aunque fríamente analizado se descubre que tendió a sobreestimar sus realizaciones.
Entre sus seguidores en los medios de comunicación la sobreestimación es mayor, llegándose a vender la imagen de que se ha producido un milagro económico en cien días, cosa muy difícil dados los profundos desequilibrios que acusa la economía nacional desde antes que se iniciara el régimen peledeista.
Sin dejar de insuflar optimismo a la sociedad dominicana y aún reclamando méritos en la conducción gubernamental, el presidente Fernández tiene que ser bien cauto y no permitir la falsa expectativa de que todos los males se superaron tan pronto Hipólito Mejía abandonó el poder. Aunque es criterio generalizado que el fracaso del continuismo y la desaparición de la beligerancia cotidiana desde el Palacio Nacional han sido fuentes de disipación de incertidumbres y recuperación de confianza.
El riesgo de las simplificaciones en el tratamiento de la crisis económica es que cualquier rebote podría convertirse en catastrófico para la imagen del gobierno, y hay todavía demasiado factores incontrolados, algunos de los cuales tomarán años para ser revertidos. Es el caso del déficit cuasifiscal del Banco Central que al final de septiembre la misma institución cuantificó en 110 mil millones de pesos, con intereses mensuales de 2,500 millones de pesos.
La idea del milagro económico va en contra de la nueva reforma tributaria acordada con el Fondo Monetario Internacional, sobre la cual se ha proyectado un presupuesto de gastos de 206 mil millones de pesos para el próximo año, con un crecimiento sin precedente del 70 por ciento, en relación al del año que concluye. Aunque esa reforma está planteada para mediados del próximo año, ya sectores empresariales la han rechazado estimándola sobreabundante.
INDICADORES DE RECUPERACIÓN
En su discurso del lunes el presidente Fernández resaltó los avances en la revalorización del peso, en control de la inflación, reducción de las tasas de interés y expectativas de crecimiento de la economía, incluso para el año en curso.
Lo que más puede reivindicar es la apreciación del peso en un 30 por ciento durante sus primeros 100 días de gobierno, que pasó de 42.21 por dólar el 16 de agosto al 29.63 el 26 de noviembre. La tasa cambiaria que a principios de año sobrepasó los 55 por 1, había iniciado su declive desde que desapareció el temor continuista el 16 de mayo. Pero obviamente se acentuó desde el 16 de agosto hasta la fecha, arrastrando una reducción de precios, aunque no de la proporción correspondiente.
La reducción de precios y el reajuste del salario del 25 y 30 por ciento a contar de este mes para el sector privado, y del 30 por ciento en dos etapas a partir del primero de enero para el público, supondrán un alivio a la devaluación de los salarios de los últimos dos años, lo que alienta expectativas positivas a favor del gobierno.
El presidente resaltó el control de la inflación, señalando que terminará el año en 33 por ciento, 12 puntos menos que el estimado original del Fondo Monetario Internacional, pero olvidó señalar que esa reestimación se originó desde mediados de año, que la gran inflación (23 por ciento) fue en enero y febrero y que a partir de marzo cayó hasta por debajo del 1 por ciento. Por ejemplo en julio fue de 0.62 por ciento. Si termina en 33 habrá acumulado tan solo 10 puntos en los últimos diez meses. El 1.13 y 1.35 por ciento de septiembre y octubre, está en el promedio de los 5 meses anteriores.
Lo mismo se puede decir de la tasa de interés sobre los certificados financieros del Banco Central, que el presidente señaló con certeza que llegaron a alcanzar el 59.61 por ciento. Pero ya estaba en 40 por ciento al 2 de agosto, y en 36 por ciento desde el viernes 13 del mismo mes, es decir tres días antes de iniciarse el actual gobierno.
Igualmente la expectativa de crecimiento del producto interno bruto en 1.8 por ciento al término del año tampoco es fruto de tan sólo los últimos cien días. Ya a mediados del año el Banco Central dijo que en el 2004 habría un crecimiento del 0.5 por ciento.
¿RECUPERACIÓN O RECESIÓN?
En ámbitos empresariales se celebra la caída de la tasa cambiaria, reducción de la inflación y las tasas de interés, pero hay quienes cuestionan si son fruto de una real recuperación o de recesión económica. Industriales y comerciantes de quejan de la caída de sus ventas. Eso fue lo que determinó que a fines de octubre el empresariado aceptara un reajuste salarial más allá del mínimo y que el gobierno se lo propusiera a partir de enero. En principio se condicionaba a que se recuperara la economía.
El economista Luis Vargas es de los que está convencido de que más que una recuperación estamos recogiendo frutos de la recesión originada en la política monetaria, así como del aumento del endeudamiento por atrasos en el pago de la deuda externa. Considera que los bajones de la inflación y la tasa de cambio son fruto de la contracción de la emisión monetaria, la que según el discurso del presidente Fernández se redujo en 9 mil millones de pesos en los 100 días.
En un artículo publicado el 1 de diciembre en la sección económica de HOY, Vargas sostiene que del 16 de agosto al 25 de noviembre el endeudamiento interno del Banco Central se elevó en 23 mil 900 millones de pesos y que los atrasos en pagos de deuda externa sobrepasan los 500 millones de dólares, de los cuales anota 333 millones al gobierno de Mejía y más de 167 millones al de Fernández.
Concluye en que el proceso deflacionario que atraviesa la economía nacional, expresado en baja del tipo cambiario y achicamiento del índice de precios al consumo, obedece a la gestión restrictiva de la base monetaria, gracias a la política de endeudamiento interior y exterior sin límites llevada a cabo por el gobierno central.
Si Vargas tiene alguna razón, más recomendable es todavía que el gobierno sea cauto en cantar victoria, porque lo que venga después, se le inscribiría en su propia cartilla, aunque todavía siga siendo consecuencia de lo heredado.
EL ORIGEN DE LA CRISIS
En los altos niveles del gobierno todavía hay un discurso ambivalente sobre los orígenes y responsabilidades de la crisis económica que sufre el país. El presidente Fernández insistió en su discurso del jueves en la cena de gala Cámara Americana de comercio en centrarla en la política económica del gobierno pasado, reduciendo el peso de las quiebras bancarias.
Lo mismo hizo en el almuerzo que la semana anterior sostuvo con directores de medios de comunicación, después que su secretario técnico, Temístocles Montás, señaló cómo los ejecutivos del Fondo Monetario Internacional insistían en que el mayor peso corresponde a la quiebra de los tres bancos registrada en el 2003.
La introducción al borrador preliminar sometido al FMI por las actuales autoridades para el nuevo acuerdo aprobado en principio, comienza diciendo: La República Dominicana todavía no ha salido de la crisis económica desatada por los problemas bancarios del 2003, la cual conllevó una alta inflación, una marcada depreciación del peso y una masiva fuga de capitales. Sólo a continuación señala que desafortunadamente la significativa asistencia pública para controlar la crisis bancaria no estuvo acompañada por el ajuste fiscal y las reformas institucionales requeridos para restaurar la confianza en la economía y el acceso a los mercados de capitales privados.
Una presentación del Banco Central del 30 de noviembre dirigida a los tenedores de bonos del país atribuye la crisis económica principalmente al colapso de un número importante de bancos que obligó al gobierno a intervenir para evitar una crisis sistémica, a un costo fiscal muy alto.
La revista Clave Digital reseñó la presentación esta semana, indicando que también se cita como causal de la crisis el debilitamiento de las economías de Estados Unidos y Europa y el incremento del precio del petróleo. Como consecuencias señala una masiva fuga de capitales, presión sobre la tasa de cambio y elevada inflación.
Se podrá seguir discutiendo si el gobierno de Mejía debió emitir casi 100 mil millones de pesos para honrar los depósitos despilfarrados por los bancos colapsados, especialmente el Banínter. Pero superada hace tiempo la campaña electoral, ya es preciso admitir que de cualquier forma unas quiebras de esas magnitudes iban a afectar profundamente la economía nacional, se produjera o no una crisis sistémica. La política gubernamental agregó penalidades, pero el daño original ya estaba hecho. En los documentos del gobierno se ha comenzado a admitirlo, aunque el discurso sigue por otros rumbos.