Por Juan Bolívar Díaz
Los perredeistas han abandonado el discurso democrático y redentor con el cual ganaron el respaldo de amplios sectores medios y populares
El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) está en peligro de una división que podría poner fin a la preponderancia que ha mantenido en la política dominicana por más de cuatro décadas, tras llegar del exilio encarnando las expectativas de libertad y democracia de las clases medias y populares.
Cada semana que transcurre en medio de un profundo enfrentamiento interno motivado por el abandono de los principios redentoristas y antirreeleccionistas que había enarbolado desde su fundación se alejan más las posibilidades de que el perredeísmo pueda unificarse en torno a una candidatura que pueda repetir el triunfo electoral del 2000.
La ausencia de un liderazgo como los del profesor Juan Bosch y el doctor José Francisco Peña Gómez le hará muy difícil mantener la unidad tras una derrota electoral fruto del descalabro económico en que ha caído el país en el último año, especialmente si el presidente Hipólito Mejía se inmola en las urnas el 16 de mayo próximo.
Efectos de la crisis económica
Hace ya trece meses que se inició la corrida que ha devaluado en cien por ciento el peso y llevado la inflación sobre el 30 por ciento y el descalabro financiero impulsado por desaciertos gubernamentales y la quiebra de tres bancos, configurando una de las peores crisis económicas de la historia de la nación.
Paralelamente comenzó el desplome del PRD y su gobierno en las preferencias de los electores, como ha quedado evidente en las encuestas Penn & Schoen, Hamilton y Gallup publicadas desde entonces y en otras auspiciadas por partidos políticos.
Esa caída es perceptible a simple vista para cualquier observador del proceso, y parece indetenible en la medida en que se sienten con más fuerza los efectos de la crisis que ha dejado sin empleo a decenas de miles de personas y afectado a otras tantas que viven de las micro empresas, a golpes de devaluación, inflación y apagones.
En las clases medias, donde el perredeísmo afianzó sus preferencias durante varias décadas, la crisis económica está produciendo efectos demoledores, pues al ser consumidoras de productos importados, su capacidad adquisitiva se ha reducido en más de un por ciento y muy pocos han podido revaluar sus ingresos. Como secuela se percibe en diversos ambientes y en la opinión pública una desesperanza tan acentuada que pasa al nivel del derrotismo y la frustración.
La circunstancia de que en medio de un cuadro tan adverso el presidente Hipólito Mejía se mantenga en activa campaña para buscar una reelección “al precio que sea”, determina un mayor rechazo a su gobierno en las clases medias y alta, hasta niveles irracionales.
Un largo enfrentamiento
El PRD lleva más de 6 meses inmerso en un profundo enfrentamiento interno por la nominación presidencial, sin poder reunir sus organismos directivos, por la convicción general de que detonarían una división.
La opinión pública ya muestra cansancio de la enconada lucha partidaria motivada básicamente por ambiciones y aspiraciones individuales. Apenas en dos o tres de los 8 precandidatos declarados se sienten vestigios del discurso redentorista del profesor Bosch o de los planteamientos socialdemócratas de Peña Gómez.
Embullados y ensoberbecidos en el disfrute del poder, muchos de los altos dirigentes del partido blanco no han podido registrar el nivel de deterioro en que están sumidos. Aunque hay quienes se muestran conscientes de que les espera lo peor.
Uno de los más altos dirigentes del PRD, que no es precandidato, compartió en estos días su convicción de que a ese partido ya le resultará muy difícil ganar la elección presidencial de mayo próximo, aún manteniendo la unidad y cualquiera que sea el candidato.
“Sólo un milagro nos salva”, expresaba otro dirigente que todavía mantiene esperanzas de que el presidente Mejía abandone sus aspiraciones continuistas, aludiendo a la posibilidad de que escogieran a la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch, que junto al secretario de Turismo, Rafael Suberví Bonilla, encabeza las preferencias de los perredeístas, de acuerdo a las encuestas.
La doctora Ortiz Bosch parece ser, entre todos los precandidatos, la que mayores posibilidades tiene de recuperar parte del voto perdido por el perredeísmo entre sectores que creían en los discursos de Bosch y Peña Gómez sobre los cuales se sustentó la fortaleza del PRD.
Cuando se analizan esas posibilidades se argumenta en contra su condición de mujer, lo que, sin embargo, podría constituirse en factor positivo en las actuales circunstancias, dado el descrédito de la política dominicana, dominada por los hombres. Ella es de los perredeístas que mantienen el discurso socialdemócratas, y cuya imagen es pulcra en términos éticos y de transparencia en su gestión pública. La última vez que se sometió al veredicto de las urnas en 1998, fue electa senadora del Distrito Nacional con el 62 por ciento de los votos.
¿Cuál del grupo de los siete?
Las dificultades entre los perredeístas no se limitan a las derivadas del continuismo, ya que en el grupo de los 7 precandidatos opuestos a la reelección, tampoco se registra suficiente solidez institucional, espíritu de sacrificio y fortaleza democrática.
La mejor prueba es que no han podido ponerse de acuerdo para elegir uno entre ellos que enfrente la candidatura de Mejía, aunque al firmar un pacto el 9 de septiembre prometieron que en diez días presentarían un mecanismo al efecto.
No hay explicación para que no hayan aprovechado las dos encuestas que han auspiciado sobre la reelección presidencial, para determinar cuál de ellos es el preferido del electorado y de los perredeístas como alternativa al continuismo. Es incongruente que crean en las encuestas para una cosa y no para la otra.
Desde hace varias semanas se registran tensiones al interior de ese bloque y en días pasados se rumoreaba la inminencia de la separación del doctor Suberví, quien todavía guardaría expectativas de ser respaldado para la nominación presidencial por el Proyecto Presidencial Hipólito (PPH).
Meses atrás en sectores del PPH se llegó a considerar la posibilidad de que Hipólito Mejía declinara la candidatura y se discutía a quién apoyar. Unos se iban con Milagros y otros con Fello Suberbí. Es obvio que este les sería más manejable pero también los llevaría más directamente al fracaso por sus evidentes dificultades para sumar votos fuera de la militancia netamente perredeísta, especialmente en las clases medias y altas, donde están los mayores rechazos.
. Para la generalidad de los observadores, es difícil que el presidente Mejía no termine imponiéndose aunque sea por estrecho margen en la convención que elegiría el candidato perredeísta, habida cuenta del poder que implica la presidencia de la nación. Si no alcanza una proporción muy superior a la mitad de los votos, la división o por lo menos la inhibición, sería muy probable.
Si el grupo de los 7 lograra derrotarlo se haría inminente la división, de la que el PRD sólo se libraría definitivamente ganando las elecciones presidenciales. Si Mejía auspiciara otro candidato o candidata y se da el milagro del triunfo, él quedaría como líder del partido. Si en tal circunstancia pierden, podría aspirar a serlo. Pero si él es el candidato derrotado, los enconos serán mucho mayores, sus capacidades de maniobra menores y la división inevitable. No habría quien unificara. En ese escenario Hatuey de Camps podría emerger con más fuerza interna, pero sin posibilidad de entenderse ya con el PPH.
Adios a la mística y el mito.
La mística perredeísta vino del exilio antitrujillista, por haber sido el grupo más numeroso y con más personalidades políticas. Cuando llegó al país el 5 de julio de 1961 ya tenía dos décadas de fundado y su principal dirigente, Juan Bosch, ya acumulaba dimensión de líder político.
El PRD tuvo el mérito de haber roto el miedo e iniciado las luchas abiertas contra el trujillismo, apenas cinco semanas después del ajusticiamiento del tirano. De inmediato Bosch encarnó en las masas populares y echó raíces en los sectores de clase media inscritos en el liberalismo democrático y las reformas sociales, lo que generó la victoria electoral del 20 de diciembre de 1962 con el 59 por ciento de los votos.
El alevoso derrocamiento del gobierno constitucional, cuando apenas llevaba 7 meses, originó el mito. Aquel había sido un régimen democrático, tolerante de la disensión, y el profesor Bosch salió del poder sin la menor arruga moral.
El mito y la mística crecieron a consecuencia de la ocupación militar norteamericana que impidió la restauración del gobierno perredeísta, tras la hazaña de la revolución constitucionalista.
Todo el antibalaguerismo, el nacionalismo y las energías revolucionarias sintonizaron con el perredeísmo en los 12 años del régimen de Balaguer, cuando la fuerza del partido blanco impidió la restauración de la dictadura, lo que alimentó el mito y la mística.
Ese partido fue tan fructífero en el discurso y sus promesas de redención nacional y en la pluralidad democática, que cuando Bosch lo abandona en 1973, ya Peña Gómez encarnaba un nuevo liderazgo, que ligado con la Internacional Socialista le preservaría la mística y sus preferencias en el electorado.
Haber desplazado el poder balaguerista en 1978 e iniciado profundas reformas políticas, llevó el poderío perredeísta a la cima, pero pronto empezó a quedar corto en las políticas de redención social y económica. Al final de su segundo período consecutivo, llegó el primer descalabro y una profunda división.
Sólo la fuerza del liderazgo de Peña Gómez y su elaborado discurso social y político lograron rescatarlo. El despojo electoral de 1994 y el frente conservador que le cerró las puertas en 1996 realimentaron el mito y la mística que sobrevivieron a la temprana desaparición de Peña Gómez, para explicar las victorias electorales de 1998 y el 2000.
Con el control del Poder Ejecutivo, del Congreso Nacional y de casi todos los municipios, el perredeísmo ha vuelto a mostrarse incapaz de responder las expectativas, no sólo en términos económicos y sociales, sino hasta en lo político. La mejor evidencia fue como limitaron el programa de reformas constitucionales para renegar de su historia y restablecer el reeleccionismo que ellos mismos habían hecho prohibir apenas 8 años antes.-