El PLD en perspectiva de retornar al poder

Por Juan Bolívar Díaz

A catorce meses y medio de los comicios presidenciales el PRD y su gobierno lucen en desconcierto político y agobiados por los problemas económicos                                               

Los resultados sobre preferencias electorales arrojados por la encuesta Hamilton & Beattie para HOY no son tan sorprendentes como algunos han considerado si se tiene en cuenta que ya a fines de agosto pasado la Penn, Schoen & Berland para El Caribe había colocado al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en el primer lugar.

Aunque funcionarios y dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) han reaccionado con la tradicional actitud de descalificar el sondeo de opinión, esta ratificación de la tendencia a su desplazamiento deberá obligarlos a reflexionar sobre los factores políticos, económicos y sociales que están determinando su decadencia.

Por de pronto, esos resultados aumentarán la proclividad del gobierno perredeísta a tomar en cuenta los intereses del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y revaluarán los bonos de éste con miras a las elecciones presidenciales del próximo año, llamadas a decidirse en segunda ronda electoral.

Resultados nada sorprendentes

Ningún observador objetivo del proceso político dominicano pudo haber sido sorprendido por los resultados sobre las preferencias electorales arrojados por la encuesta de Hamilton para HOY realizada entre el 7 y el 10 de febrero y publicados la semana pasada.

La decadencia política del PRD y su gobierno se advierten en los más diversos sectores sociales y han quedado patentes hasta en las encuestas que ellos mismos auspician, según ha sido de dominio público.

Explicaciones políticas y económicas hay de sobra para el repunte peledeísta y la decadencia perredeísta, pero además la tendencia había sido marcada por la última encuesta de Penn & Schoen publicada por el diario El Caribe a mediados de septiembre del 2002.

Ya entonces el PLD apareció –al igual que ahora- con 5 puntos de ventaja sobre el PRD en las preferencias electorales, al registrar 33 a 28 por ciento. Aquel sondeo fue realizado del 23 al 26 de agosto. Cinco meses y medio después ese resultado es ratificado porm otra firma encuestadora 34 a 29 por ciento. En relación a aquella investigación el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), cosecha también un crecimiento de 4 puntos, al pasar de 19 a 23 por ciento en las inclinaciones de los electores.

Analizados los resultados de las dos últimas encuestas de Hamilton para HOY, el perredeísmo registra una caída abrupta, perdiendo 11 puntos entre principios de agosto y febrero, al caer del 40 al 29 por ciento. En tanto el peledeísmo crece 10 puntos, del 24 al 34 por ciento.

Sólo en la campaña electoral de 1990, y para la segunda vuelta de 1996 con apoyo del reformismo, el PLD había aparecido por encima del PRD en las investigaciones profesionales. Vale recordar que los sondeos de esas dos firmas encuestadoras han sido ratificados, por lo menos en el orden de llegada, en todos los comicios celebrados en el país desde 1990.

Buscando explicaciones

A primera vista las explicaciones de la caída perredeísta quedan expuestas en otros resultados arrojados por la encuesta Hamilton-HOY de febrero. Pero resultan insuficientes si se tiene en cuenta la de Penn & Schoen de fines de agosto.

En efecto, ahora el 72 por ciento de los encuestados dice no tener confianza en el presidente Hipólito Mejía y el 67 por ciento considera malo su gobierno. Un 64 por ciento estima que el país va por camino equivocado y las expectativas económicas de la población son pésimas: 48 por ciento cree que de aquí a un año estarán en peor situación económica y el 53 por ciento considera que la situación del país será peor. Apenas 22 y 17 por ciento, respectivamente, cree que será mejor.

Ese 90 por ciento que cree que hay corrupción en el actual gobierno, incluyendo a un 72 por ciento de los que manifiestan simpatías por el PRD, es otro indicativo importante a considerar.

            A la luz de los resultados de los comicios de mayo del 2002, cuando el perredeísmo ganó ampliamente, hay que buscar las explicaciones en los acontecimientos ocurridos desde entonces.

Fue a partir de agosto cuando comenzó la desetabilización económica, con la devaluación del peso. Hasta entonces la inflación del año era apenas del 4 por ciento, disparada a los dos dígitos en el último cuatrimestre. La corrida cambiaria fue entre septiembre y diciembre, retoñada ahora en febrero.

A partir de agosto fue el gran deterioro de la energía eléctrica que devolvió el país a a las tinieblas. Y en septiembre la primera gran elevación de la tarifa. El escándalo Pepe-Goico, que tanto deterioró la imagen del gobierno, fue destapado en noviembre. Y la mayor escalada en los precios de los combustibles es cosa también de los últimos cinco meses, al compás de los tambores de guerra internacional y de la huelga de diciembre y enero en Venezuela.

Los factores políticos

Si la decadencia del gobierno y su partido ya apareció en la encuesta Penn de fines de agosto, entonces el deterioro económico no es suficiene explicación. Hay que apuntar también a factores políticos, lo que fortalece el análisis de quienes creen que el desempeño político de los gobernantes ha sido peor que el económico.

Tras su barrida electoral de mayo, el perredeísmo incrementó un discurso prepotente y excluyente del resto de la sociedad que ya venía exhibiendo. Fue entre julio y agosto que realizaron la pírrica reforma electoral, ejecutada por el sector perredeísta que hegemoniza el gobierno, con desprecio de la opinión pública, de un sector del propio partido, y del resto del sistema partidario y de la sociedad civil.

Si se descarta la eliminación de los colegios electorales cerrados, favorecidos a unanimidad nacional, el único logro de la reforma constitucional que se debatió durante 19 meses fue el restablecimiento de la reelección presidencial, en contradicción con la historia y los compromisos programáticos del PRD.

Ese esfuerzo tan excluyente apareció como absurdo, dado el hecho de que el presidente Mejía ha sostenido desde el principio que no buscará relegirse, lo que magnificaba la incoherencia de de este nuevo reeleccionismo. El resultado ha sido desconfianza, al punto de que todavía el 50 por ciento de la población encuestada por Hamilton percibe que el mandatario quiere reelegirse.

La muerte, en julio, de Joaquín Balaguer con las consiguientes interrogantes sobre el futuro del PRSC, puede ser un factor que inclinara expectativas y simpatías hacia el PLD hasta proyectarlo claramente como el principal partido de oposición y alternativa para la próxima contienda electoral.

Finalmente en septiembre fue cuando la mayoría senatorial perredeísta escogió nuevos jueces electorales, también con exclusión del resto de la sociedad, lo que abrió otro enfrentamiento político, contradiciendo también los lineamientos democráticos que fueron parte del historial del PRD.

Malas perspectivas

            Es obvio que a 14 meses y medio de los comicios presidenciales todavía es muy temprano para que nadie pueda cantar victoria, y menos frente a un partido de tanta fortaleza histórica como el PRD y en disfrute del poder, lo que en el país todavía es una ventaja considerable.

Sin embargo, las perspectivas no lucen halagueñas para el perredeísmo y su gobierno. La guerra de ocupación de Irak que casi todos dan por segura agravaría la situación económica del mundo y del país, por vía del precio del petróleo y de reducción del turismo, con repercusiones cambiarias e inflacionarias aún mayores.

Para paliar esos efectos, el gobierno se verá obligado a proseguir la reducción del gasto y las contracciones del circulante que generan altasas tasas de interés.

Desde el punto de vista puramente político, el PRD tiene por delante el desafío de superar las expectativas reeleccionsitas que lo dividen y de celebrar convenciones para elegir dirigentes y su candidatura presidencial. Y todo el mundo sabe que eso nunca le ha resultado fácil y que le consume buena parte de sus energías, sobre todo cuando está en el poder y todos los aspirantes creen que pueden convertirse en presidente de la nación.

Aunque la mayoría de las reacciones perredeístas a la encuesta Hamilton se han ido por el camino tradicional de la descalificación, hay sectores que la asumen como llamado a la reflexión y la rectificación, entre ellos su presidente Hatuey deCamps, a quien han desconsiderado sistemáticamente, y precandidatos como la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch y Enmanuel Esquea.

Este es otro PRD

            Para algunos analistas el PRD que gobierna ya no es el mismo que se recuperó de la caída sufrida en 1986 cuando con sus divisiones e incoherencias allanó el camino para el retorno al poder del doctor Joaquín Balaguer.

Entonces, como ahora, su gestión de gobierno fue severamente cuestionada. Para su desgracia los precios del petróleo y la recesión internacional han afectado severamente sus tres gobiernos.

Los perredeístas cuentan con la recuperación que registraron a partir de 1990, que por cierto les tomó 14 años para retornar al poder, pero ahora tienen una enorme desventaja, pues ya no cuentan con el carisma y la coherencia política de José Francisco Peña Gómez.

Recientemente hasta doña Ivelisse Prats Ramírez ha admitido que ya ese partido no tiene identidad ideológica y que muy pocos recuerdan el credo socialdemócrata sostenido por Peña Gómez.

En vez del discurso sumatorio y abarcador del gobierno compartido, se han sumido en la exclusión política y la prepotencia, hasta el punto de que para los comicios del año pasado rompieron la coalición que su líder construyó paso a paso para reestructurar el poder partidario. Sus vínculos con las organizaciones sociales y de base se han deteriorado, pues ya no necesitan de nadie para gobernar.

Por demás, el escenario político latinoamericano se caracteriza por el pragmatismo político y el final de los largos predominios partidarios, como ha quedado de manifiesto en Venezuela, México, Brasil, Argentina, Ecuador y Costa Rica. Frente al descreimiento en los partidos, lo que predomina es la alternabilidad en el poder, como ha ocurrido también en toda la geografía centroamericana.-