AMLO no es un izquierdista emocional y su MORENA sienta ejemplo e interpreta la agobiada sociedad mexicana para una barrida electoral, venciendo a dos partidos de 90 y 80 años de vigencia y a todos los poderes fácticos que durante 12 años le cerraron el paso
Por Juan Bolívar Díaz
Con la inmensa victoria electoral del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que lleva a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la presidencia de México caen los dos últimos vestigios del partidismo político latinoamericano, con 90 y 80 años de vigencia, en un laborioso proceso que superó el veto de los poderes fácticos tradicionales.
Aunque su partido tiene menos de cinco años, López Obrador no es un improvisado, sino un tenaz y vigoroso contendiente que rompe paradigmas y ensambla su poder desde la estructura municipal, comprometido con las mayorías, con un testimonio y discurso contra la corrupción y la descomposición social en acertada interpretación de las frustraciones mexicanas.
Vencen todos los poderes
La victoria de López Obrador y su MORENA ha sido tan contundente que sólo tiene parangón con las décadas de dominio absoluto del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sólo perdió en uno de los 32 estados de México, incluido el capitalino Distrito Federal, alcanzando desde la oposición el 53 por ciento de los votos para ganar no sólo la presidencia de la nación, sino también mayoría en ambas cámaras legislativas, en muy diversa alianza con el Partido del Trabajo, de izquierda, y el Partido Encuentro Social, de conservadores evangélicos.
Han desplazado a los dos partidos dominantes del último siglo mexicano, el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), que el próximo año tendrán 90 y 80 años de fundados. De paso dejaron en la insignificancia al Partido de la Revolución Democrática (PRD) creado en 1988 y que fue la plataforma de lanzamiento del liderazgo de AMLO. Esta vez el viejo PRI sólo ha ganado la gobernación del Estado de Yucatán, tropiezo histórico sin precedente.
Pero no sólo han sido vencidos los partidos tradicionales, López Obrador logró superar el veto de los poderes fácticos, especialmente del gran capital y sus medios de comunicación que, como Televisa y TV-Azteca lograron cerrarle el paso en 2006 y 2012, cuando perdió por escaso margen, especialmente en la primera cuando el panista Felipe Calderón fue proclamado presidente por una disputada diferencia de 0.56 por ciento, tras dos meses y 4 días de graves denuncias de fraude electoral.
Los esfuerzos por cerrar el paso a AMLO llegaron en mayo al extremo de que grandes empresarios reunieron a sus trabajadores para advertirles “los peligros” que representaba el candidato de la Coalición “Juntos Haremos Historia”, pero esta vez la oposición de los poderes fácticos obró en sentido adverso, ya que en medio año pasó del 40 al 53 por ciento.
Un fenómeno llamado AMLO
No se debe simplificar el fenómeno llamado AMLO, que no es un improvisado en la política ni un izquierdista tradicional, como lo han presentado para arrinconarlo, y si algo lo define es la coherencia con que ha actuado desde que en los ochenta abandonó el PRI, junto a un grupo disidente generado por la represión de 1968 y la institucionalización de la corrupción. Entre los fundadores del PRD para los comicios de 1988, partió desde las bases para hacerse con la jefatura del Distrito Federal en las elecciones del 2000, y fue ahí donde sembró su poder político con una brillante gestión que mejoró notablemente la gran urbe mexicana, administrando un presupuesto entonces similar al de República Dominicana, sin que nadie le imputara actos de corrupción.
Otro factor del éxito ha sido su tenaz persistencia. La victoria de ahora no se puede entender sin el arrojo con que se enfrentó a los partidos dominantes en las dos elecciones anteriores, obligando a reformas políticas importantes que esta vez no le permitieron al presidente López Nieto meter al Estado en la campaña como hizo Vicente Fox en el 2006. Ni al duopolio televisivo repetir la campaña sucia, ni a sus contrincantes gastar miles de millones de pesos como en las ocasiones anteriores.
En el 2006 López Obrador y sus fieles ocuparon durante 50 días la principal plaza capitalina El Zócalo e instalaron campamentos en otras avenidas, denunciando fraude y manipulaciones. Sus recursos se extendieron los cinco meses de la larga transición mexicana y Felipe Calderón tuvo que celebrar el acto de juramentación en la residencia presidencial de Los Pinos, porque el Congreso estaba sitiado por los opositores.
Los cuatro años de Morena
Tras perder por segunda vez en el 2012, con mayor diferencia, de 8 puntos, López Obrador consideró que el PRD se había convertido en una carga y en enero del 2014 fundaba un nuevo partido, con un nombre que subrayaba su proyecto: Movimiento de Regeneración Nacional, y a eso se dedicó con un vigor admirable, captando dirigentes comunitarios de base para competir en comicios locales y crear ayuntamientos modelos, como el de Valladolid, en Yucatán, cuyo ejemplo se expandió.
AMLO acarreó gran proporción de los diputados del PRD, bajo una mística de renovación y regeneración en dimensión inversa al deterioro del país. El rigor contra la corrupción y las incoherencias implicaron varios centenares de medidas disciplinarias y sanciones impuestas por su Comisión Nacional de Honestidad y Justicia, presidida por el antropólogo dominico-mexicano Héctor Díaz Polanco. Las sanciones alcanzaron a dirigentes nacionales y diputados, como el caso de Eva Cadena, a quien en el 2017 grabaron un video recibiendo dinero. El mismo día de la denuncia quedó separada de la bancada y posteriormente despojada de una candidatura a alcaldesa en Veracruz.
La vida personal de López Obrador fue convertida en ejemplo de austeridad y modestia, mientras recorría el inmenso país de casi dos millones de kilómetros cuadrados, 40 veces el territorio dominicano, y de 123 millones de habitantes, alcanzando zonas como la norteña, donde antes tuvo poco apoyo. Si algo le faltaba lo suplió con alianzas hacia la derecha y la izquierda. Desarrolló suficientes iniciativas y energías para vencer la dominación política de casi un siglo y sus poderosos opositores, sin puritanismo, acogiendo grupos provenientes de todos los sectores.
No podía haber más miedo
Esta vez la campaña del miedo a López Obrador no dio resultado. Hace meses que quedó en evidencia, porque la sociedad mexicana ya está saturada de miedo, a la inseguridad ciudadana, a la extrema desigualdad y a la crispación social, traducida en violencia de todo género.
La descomposición social y el derrumbe de la seguridad agobian a los mexicanos, con cerca de 100 homicidios por día, 21 mil 726 desaparecidos en el período de gobierno (6 años) de Peña Nieto que concluye, fruto de las bandas de narcotraficantes y otros géneros, que han operado cementerios clandestinos en la mayoría de sus estados, con casos tan dramáticos como la desaparición y asesinato de 43 estudiantes de magisterio en Ayotzinapa. Guerrero, cuatro años después en la impunidad.
A pesar del potencial de su inmenso territorio y un mercado interior de 123 millones de personas, la mitad menores de 29 años, México ha acumulado más de 50 millones de personas viviendo en la pobreza, pero es al mismo tiempo un país de grandes fortunas, algunas de las más grandes del mundo.
AMLO ha interpretado las carencias y frustraciones de las mayorías mexicanas, convirtiéndose en una esperanza, bajo la promesa de hacer la cuarta gran transformación, después de la independencia de 1810, la reforma de mediados del siglo 19 y la revolución en la segunda década del veinte.
Caen los viejos partidos
La magnitud de la derrota del PRI y el PAN, que juntos apenas sumaron 38.63 por ciento de los votos, el 73 por ciento del 53.17 por ciento y 30.4 millones de votos alcanzados por AMLO, viene a sellar la caída de los partidos más antiguos de América Latina, tras el derrumbe del peronismo en Argentina, del Aprismo y Acción Popular en Perú, de Acción Democrática y Copey en Venezuela, de Liberación Nacional en Costa Rica, y por igual las catedrales políticas de Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Chile, Guatemala, Panamá.
El desafío es inmenso para López Obrador y su partido, con los graves problemas que heredan. Ha proclamado que “no levito y no voy a cambiar nunca”, que se mantendrá cerca de la realidad, hasta el punto de anunciar que no se mudará a la residencia presidencial de Los Pinos.
Tendrá que incrementar las habilidades que le permitieron vencer a todos los poderes fácticos mexicanos, incluyendo la de haber escogido como jefe de gabinete a uno de los grandes empresarios de Monterrey, Ricardo Romo, y de haber anunciado medio año antes un gabinete de lujo, en paridad de hombres y mujeres, y estas en secretarías o ministerios importantes, como Economía, Gobernación, Energía y en la de Función Pública, Irma Sandoval, cuya especialidad es la investigación de la corrupción.-