El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) logró imponerse en las elecciones presidenciales constituyendo una maquinaria que aplastó todo lo que encontró en su camino, gracias al voto de 13 aliados sostenidos por diversos organismos estatales y al abuso de todo género de recursos públicos.
El resultado electoral muestra una sociedad profundamente escindida en tres partes casi similares, con el partido que más votos recibió en la oposición, lo que debería obligar a una concertación político-social para garantizar la gobernabilidad y la estabilidad social y económica.
El PLD logró imponerse. El conteo de los votos no dejó dudas la noche del 20 de mayo. El PLD y sus 13 aliados llevaron a Danilo Medina y Margarita Cedeño de Fernández a la presidencia y vicepresidencia de la República con el 51.21 por ciento del sufragio, superando por cuatro puntos a la alianza de 6 que encabezó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), la cual registró el 46.95 por ciento. La diferencia fue de 193 mil 153 votos.
Las encuestas a salida de las urnas fracasaron, incluso la que auspició el Consejo Nacional de la Empresa Privada que según se confió favoreció a Hipólito Mejía 49 a 48 por ciento con segunda vuelta, pero el conteo rápido de Participación Ciudadana, ya a las 9 de la noche, marcaba un resultado casi igual al que al día siguiente sería oficial, 50.95 a 46.94 por ciento, lo que volvió a ratificar la importancia del trabajo de los observadores nacionales.
En el centro de cómputos del PRD nunca se registró diferencia significativa, lo que no justificó que Hipólito Mejía tardara 50 horas para admitir la realidad, aunque explicable por los niveles de inequidad y hasta iniquidad que habían caracterizado la enconada lucha electoral, incluyendo la jornada misma de votación, caracterizada por una masiva compra de cédulas y votos, persecución de dirigentes políticos y ex militares que apoyaban al perredeísta, así como por una prepotente actuación que selló un arbitraje que no logró disimular su parcialidad.
Lo arrojado por las urnas fue coherente con lo que adelantaban las encuestas más acreditadas del mercado y con la descomunal ofensiva final del peledeísmo que casi monopolizó los medios de comunicación, acorraló disidentes e impuso una percepción de invencible, y por un desempeño racional y eficaz de su candidato presidencial, Danilo Medina, cuya capacidad propositiva superó desde el principio a la de su contrincante. Mientras Hipólito Mejía quedaba a la defensiva, sin realizar un rebase final que le permitiera recuperar los tres puntos que lo separaban de la meta, de la cual se había alejado por desaciertos expositivos.
Una división tripartita. El resultado electoral arrojó una división tripartita de la ciudadanía en capacidad de decidir en proporciones casi similares. De los 6 millones 502 mil 968 electores, el 30.24 por ciento no hizo valer su voto, el 35.72 por ciento lo otorgó a la coalición victoriosa y el 34.03 por ciento a la oposición, con el 32.75 concentrado en el PRD y sus cinco aliados.
El territorio quedó escindido en dos, con la coalición oficialista ganando en 16 provincias y el Distrito Nacional, y la opositora en 15. Pero por partidos el PRD superó al PLD en 28 de las 31 provincias y en la totalidad de los votantes por 200 mil votos con puntuación de 42.13 a 37.73 por ciento. Sin aliados, el PLD sólo lidera en el Distrito Nacional y las provincias Santo Domingo, San Juan (la del candidato) y La Romana
Aunque la eficiente maquinaria peledeísta resultó más imponente que nunca, el balance de las urnas indicó la decadencia o el desgaste del partido. Le convendría considerar qué cantidad de sus votos aportó el vigoroso sector externo que se orquestó en torno a Medina, cuyos dirigentes antes de las elecciones llegaron a cuantificarla sobre el millón, aunque esta cifra parece exagerada.
El Partido Reformista Social Cristiano sorprendió al obtener el 5.87 por ciento de los votos, 1 por ciento más que en el 2008 cuando postuló a Amable Aristy Castro, aunque ésta vez no presentó candidatura propia, y pese a que el patriarca higüeyano apoyó a Hipólito Mejía. Por ahí se hacen cálculos sobre cuántos de los seguidores de este pudieron ser incentivados a abandonarlo.
También ha llamado la atención la baja votación obtenida por las candidaturas alternativas de Guillermo Moreno, Eduardo Estrella, Julián Serulle y Max Puig que, víctimas de la bipolarización y la inequidad, sólo totalizaron el 1.83 por ciento de los votos. Entre ellos sobresalió el primero con el 1.37 por ciento, mientras los otros tres quedaban en 0.21, 0.14 y 0.21, muy por debajo de partidos siglas que ni siquiera hicieron propaganda, y por ahí también se tejen especulaciones sobre el clientelismo estatal, el poder económico y la compra de votos en pequeñas comunidades.
Concierto para reformas. Lacerante para los sectores que han luchado por adelantar el país, la institucionalidad y la más elemental equidad democrática quedaron heridas en el proceso, con claros indicadores de que el usufructo de los recursos estatales, la acumulación impúdica y el clientelismo han creado un sistema partidista y electoral profundamente viciado, que impide la emergencia de alternativas.
Numerosos analistas políticos, instituciones como Participación Ciudadana, y dirigentes como el vicepresidente de la Fundación Institucionalidad y Justicia Servio Tulio Castaños, están advirtiendo los peligrosos niveles que está alcanzando el deterioro institucional y reclamando un nuevo concierto para reformas políticas y sociales y el respeto de la ley y los preceptos constitucionales. El columnista Homero Figueroa lo diagnosticó así en Diario Libre del viernes: El esqueleto moral de la Nación está partido por todas partes. Los límites que impone la decencia se sobrepasaron. El todo vale se impuso. La peor de nuestras dolencias es la compra de conciencias. La utilización, hasta el agotamiento de los recursos públicos en supuestas acciones sociales, es el colmo de la irresponsabilidad. El país necesita un yeso moral para saldar esas fracturas.
Con un insostenible déficit fiscal y sin poder reproducir el endeudamiento de los últimos años, el gobierno de Danilo Medina afrontará una difícil situación, con un partido en progresivo debilitamiento de legitimidad popular y una gran oposición al frente. Tiene enormes desafíos que no podrá solventar exitosamente sin un amplio concierto político para reformas económico-sociales y fiscales que garanticen la gobernabilidad.
Una reforma política profunda, que rectifique el deterioro de la institucionalidad democrática, incluyendo poner fin a arbitrajes electorales parcializados, será imprescindible para alcanzar un nivel de armonía nacional que supere los peligros de la división tripartita. Sin que el sistema político se auto imponga algunos límites será un riesgo grave pretender imponer mayores cargas tributarias a una sociedad harta del clientelismo de la corrupción y de la malversación
De nuevo venció el Estado
Sería mezquino ignorar el excelente desempeño que logró Medina en la campaña, imponiendo su discurso hasta por encima de la ceguera de propios compañeros de partido, neutralizando el fardo del desgaste y el desacierto gubernamental, y proyectándose como rectificador. Desde la ardua lucha para obtener la candidatura de su partido logró constituir un cualificado sector externo que lo ayudó de forma significativa a proyectar su promesa de renovación.
Sin embargo, en la memoria colectiva resonó la expresión con que Medina reaccionó cuando el proyecto reeleccionista de Leonel Fernández le impidió alcanzar la candidatura del PLD para el 2008: me venció el Estado. La irrupción del poder del Estado a lo largo de la campaña electoral constituyó una ventaja incuantificable pero obviamente apabullante, documentada por los medios de comunicación que lograron escapar al control gubernamental así como por los informes de observación electoral del movimiento Participación Ciudadana.
El nivel de interferencia en la campaña del Presidente de la República, criticado por los observadores de la OEA y hasta en los ámbitos diplomáticos, superó los límites de lo aceptable en cualquier democracia siquiera de mediana intensidad. Fernández superó su promesa de septiembre de invertir 40 mil millones de pesos para garantizar la victoria de su partido. El morado que tiñó el suroeste y casi toda la franja fronteriza concentradora de la pobreza nacional podría ser un indicador de los efectos de los repartos de alimentos y electrodomésticos financiados con los fondos públicos.
Por otro lado es imposible medir los efectos del minucioso seguimiento que la maquinaria peledeísta dio a los beneficiarios de los programas sociales, identificados y visitados para intimidarlos. Tampoco escapa al análisis el hecho de que fueron decisivos los 611 mil votos (13.4 por ciento) que aportaron los aliados del PLD, partidos que se han nutrido de los cargos, empleos y recursos de los organismos estatales que les entregaron, en pago a su lealtad política, para utilizarlos a su conveniencia.