Por Juan Bolívar Díaz
En términos económicos y políticos el régimen perredeísta está a la defensiva y sus perspectivas electorales lucen tan malas como las del PLD hace 4 años
Al agotar las tres cuartas partes del período gubernamental, los resultados no parecen favorecer la gestión del presidente Hipólito Mejía y del Partido Revolucionario dominicano (PRD) ni en el orden político ni mucho menos en el económico y las perspectivas para el último año no son nada alentadoras.
Profundamente dividido el partido de gobierno en medio de la peor crisis económica de la última década, el régimen está totalmente a la defensiva, dependiendo de recursos externos para tratar de revocar los reveses en que se ha sumido en el último año y con un desgaste de imagen de grandes proporciones.
A la misma altura del anterior gobierno la economía del país era mucho mejor, con un crecimiento sostenido alrededor del 7 por ciento, pero contradictoriamente los factores políticos le eran tan adversos que el PRD y su candidato presidencial Hipólito Mejía se perfilaban claros ganadores en los comicios del 2000, como ocurre ahora con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y Leonel Fernández de cara a los del 2004.
Hasta la primera mitad
En las actuales circunstancias y las perspectivas, el gobierno del agrónomo Hipólito Mejía podrá ser dividido en dos mitades, una primera donde mantuvo la iniciativa, a pesar de un escenario internacional duramente adverso, logrando relativos éxitos, y a partir del tercer año francamente a la deriva y con una enorme desaprobación como se refleja en las encuestas y en la opinión pública.
Las considerables realizaciones de obras repartidas como nunca en la geografía nacional, numerosas reformas e intentos de establecer canales de participación social y el haber mantenido la estabilidad macroeconómica pese a la recesión internacional, la caída del turismo y las zonas francas y el alto costo del petróleo, fueron logros de los primeros dos años.
El Fondo Monetario Internacional estimó en unos 2 mil 300 millones de dólares la penalidad que ocasionó al país el schock económico externo de los dos primeros años de este gobierno. Pese a ello todavía el año pasado la economía creció, y hasta agosto del 2002 hubo estabilidad cambiaria y con baja inflación del 4 por ciento en los primeros 8 meses de ese año. Fuerte endeudamiento externo compensó en parte la reducción de lo singfresos de divisas y el gasto en petróleo.
Una de las mejores distribuciones de la inversión pública en términos geográficos, con mayor atención a la educación, la salud y la producción agropecuaria desarticularon las protestas sociales y mantuvieron la fuerza electoral perredeísta hasta el punto de haber ganado los comicios en 29 de las 32 provincias en mayo del año pasado.
En materia de reformas legislativas hubo una gran cosecha en la primera mitad, con la creación del Sistema Nacional de Seguridad Social, reforma fiscal que aumentó los ingresos, y con la aprobación de los códigos de Educación y Salud, y nueva ley sobre combustibles.
En los primeros dos años el gobierno creó por decretos numerosos escenarios de participación y consulta social que si bien en su mayoría no han funcionado o dejaron de hacerlo posteriormente, en la etapa inicial crearon buenas expectativas de cambios.
Tercer año devastador
El nivel de aprobación que se manifestó en las elecciones congresionales y municipales comenzó a esfumarse casi de inmediato, cuando el gobierno no pudo contener el deterioro del servicio energético y desde septiembre cuando inició el inútil salvataje del Banco Intercontinental con adelantos y redescuentos que a marzo último alcanzaban los 8 mil millones de pesos y terminaron por desatar los demonios de la devaluación y la inflación.
La persistencia en un gasto corriente desproporcionado y la quiebra de dos bancos han sido determinantes del deterioro económico que puso fin a una década de crecimiento sostenido, con perspectivas de concluir este año con 3 por ciento de descrecimiento, con cerca del 60 por ciento de devaluación e inflación del 35 por ciento.
La contrareforma constitucional que en julio del año pasado abrió las puertas nuevamente al reeleccionismo y la consiguiente prioridad del interés continuista contribuyeron a una complaciente política de reconocimiento de todos los depósitos en la descomunal quiebra del Banco Intercontinental, lo que terminó por hundir la economía nacional.
Basado en el temor de que el hoyo de 56 mil millones de pesos dejado por el Baninter succionara todo el sistema financiero, el gobierno convirtió en pública esa enorme deuda privada, desestabilizando la economía y generando un ambiente de dramático pesinmismo y rechazo. Hasta los sectores empresariales que desde la Junta Monetaria y el sector financiero abogaron porque honraran hasta los depósitos en el banco extraterritorial de Baninter han dejado solo al gobierno y ahora le imputan toda la responsabilidad. Ni hablar de la población que está pagando dramáticamente el costo en pérdida de la capacidad adquisitiva, inflación y desempleo.
Retroceso institucional
En diversos sectores se percibe un deterioro institucional con un discurso presidencial y actos crecientemente autoritarios, que incluyen desproporcionada represión de incipientes protestas populares, con balance de 5 muertos y numerosos heridos en dos semanas, y con el establecimiento de impuestos a las importaciones y exportaciones volándose la aprobación congresional.
La percepción generalizada (hasta 75 por ciento en las encuestas) es que la corrupción ha florecido, que hay excesivo tráfico de influencia al amparo de políticas poco transparentes en la contratación de obras y servicios y en desproporcionadas compras de equipos y vehículos.
La autorización de asilo al expresidente ecuatoriano Gustavo Noboa, sin más base que la amistad personal con el presidente Mejía, el complaciente envío de soldados dominicanos a Irak y las obvias incoherencias en el manejo de la crisis del Baninter, y sobre todo la persistente crisis energética son factores generadores de descrédito.
A todo ello hay que añadir el golpe sufrido por la imagen presidencial cuando el agrónomo Mejía se olvidó de su consigna “soy un hombre de palabra” para contradecir sus decenas de afirmaciones y juramentos de que no optaría por buscar la reelección, sembrando el desconcierto hasta en su propio partido.
A todo ello hay que añadir el desgaste de la imagen del presidente Mejía como consecuencia del enfrentamiento que protagoniza con los principales líderes de su partido en torno a la candidatura presidencial del próximo año, con la correspondiente incoherencia gubernamental, que incluye la licencia de buena parte de sus altos funcionarios, todo ello incomprensible e injustificable en medio de una grave crisis económica.
El récord de las encuestas sobre preferencias políticas desde septiembre del año pasado, no deja dudas del deterioro de la imagen del gobierno y su partido. La aprobación gubernamental cayó a niveles inferiores al 40 por ciento, mientras las preferencias por el PRD y sus posibles candidatos se redujo sistemáticamente hasta plantarlo en la segunda posición y hasta en la tercera, lejos de la primera.
Y tanto las perspectivas económicas, como la guerra interna en el PRD no auguran muchas posibilidades de recuperación para el PRD, cualquiera que resulte finalmente su candidato, de caras a los comicios presidenciales dentro de 9 meses.
Al tercer año del gobierno del PLD
Al tercer año del gobierno del doctor Leonel Fernández y el PLD, las perspectivas económicas eran mucho mejores pero contradictoriamente aparecía atrapado en términos políticos. Las encuestas, como ahora, marcaban una clara tendencia al triunfo de Hipólito Mejía y su partido.
En la primera mitad del 1999 la economía había crecido al 6 por ciento y la inflación era negativa, con menos 0.62 por ciento, aunque ya se empezaba a padecer el alza del petróleo que ha golpeado la economía nacional en los últimos 4 años.
El gobierno, empero, afrontaba crecientes demandas de alzas salariales, con protestas sociales derivadas de la concentración de la inversión pública en la capital y Santiago y del deterioro del servicio energético, incluyendo un alza tarifaria del 5 por ciento. Con todo entre julio y agosto de ese año el presidente Fernández inauguró 400 obras, incluyendo el corredor de la avenida Kennedy.
Una enorme ola delictiva provocó hasta un mensaje del episcopado y el ofrecimiento de ayuda al Procurador por funcionarios norteamericanos para combatir la delincuencia, pese a que la jefatura del general Pedro Candelier ya desarrollaba su campaña de exterminio de delincuentes y presuntos delincuentes.
En julio Hipólito Mejía y el presidente del PRD, Hatuey de Camps, visitaron en Palacio al presidente Fernández que buscaba un “pacto histórico” de gobernabilidad y legislativo. El mandatario volvió a reunirse con de Camps en agosto con el mismo objetivo. Algo similar ocurrió a fines de julio pasado cuando Mejia y Fernández se comprometieron a buscar consenso para enfrentar los problemas nacionales.
Al cumplir tres años en el poder, el presidente Fernández, como el doctor Joaquín Balaguer reconocieron la Junta Central Electoral, tras casi un año de confrontación. Mientras perredeístas y peledeístas se disputaban el favor del caudillo colorado con miras a la segunda vuelta del 2000.
Mejía y de Camps sacaban ventaja apoyando a Rafaela Alburquerque para que hace 4 años asumiera por primera vez la presidencia de la Cámara de Diputados. El PLD seguía perdiendo el tiempo, mostrando excesiva dependencia de una nueva alianza con los reformistas que se veía imposible de repetir.
Y Danilo Mejía iniciaba su campaña electoral, tras la maquinaria gubernamental imponerlo sobre el favorito Jaime David Fernández. La encuesta de Hamilton para HOY al comenzar septiembre de 1999 otorgaba 44 por ciento al PRD, 23 al PLD y 19 al PRSC.
La Gallup para Rumbo de esos mismos días marcaba similares preferencias: 45 para el PRD, 26 para el PLD y 18 para el PRSC. Por candidatos Hipólito Mejía duplicaba a Danilo Medina 47 a 23 por ciento, tendencia que se mantuvo hasta los comicios del 2000.-