Hatuey ganó en el no acuerdo

Por Juan Bolívar Díaz

            Por la máxima popular de que la costumbre hace ley, algunos analistas le han atribuído el triunfo al doctor Joaquín Balaguer, pero esta vez fue Hatuey de Camps quien salió por la puerta grande con el acuerdo para que los partidos mayoritarios vayan separados a los comicios congresionales y municipales de mayo próximo.

            El presidente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) repitió la táctica empleada por José Francisco Peña Gómez en 1998 de trabajar para impedir una nueva alianza entre reformistas y peledeístas, ofertando a Balaguer candidaturas comunes en algunas provincias, pero prefiriendo la competencia separada que le ofrece más ventajas relativas.

            Fue así como en 1998 el perredeísmo y sus aliados ganaron en 24 de las 30 senadurías, más de la mitad de los diputados y 95 de las 115 sindicaturas. No se puede hacer un trasplante mecánico a la actual coyuntura, ni dejar de descontar el desgaste del ejercicio del poder, pero el análisis parte de que en las dos últimas elecciones el PRD ha obtenido más del 45 por ciento de los votos en dos terceras partes de las provincias.

Se decidió el 24 de enero

            Como todos predijeron, el doctor Joaquín Balaguer llevó las expectativas hasta el último día del plazo para la inscripción de alianzas, la noche del sábado 2 de marzo. Y todavía ese día Guaroa Liranzo, Miguel Cocco y otros de los arquitectos del Frente Patriótico de 1996 luchaban por repetir el acuerdo entre el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

            Desde los linderos peledeístas se habían hecho las mejores ofertas, hasta aquella de restituir el “apoyo incondicional” que permitió al doctor Leonel Fernández ganar los comicios de 1996. Pero a menos que hubiese perdido sus reconocidas facultades políticas, el caudillo no podía apuntalar ningún pacto que ayudara al PLD a atravezar la coyuntura del 2002.

            Balaguer no podía alejar su partido de la ruta hacia el poder por dos o tres senadurías más o menos. Lo fundamental para él y su partido es reocupar definitivamente el segundo lugar de las preferencias electorales, preferiblemente dejando bien atrás a su más cercano competidor.

            Casi todos los dirigentes reformistas rechazaban el pacto PRSC-PLD conscientes de esa realidad política. Sobre todo considerando que ya el peledeísmo tiene perfilado su candidato presidencial, y nada menos que el doctor Leonel Fernández, quien tiene la ventaja adicional de ya haber sido Presidente de la República.

            Por hacer una correcta interpetación de la realidad fue que Hatuey de Camps mantuvo su propuesta de no pacto, pero manteniéndose como primera opción en caso de que el caudillo reformista considerara poco ventajoso irse solo.

            Eso fue lo que se acordó en la reunión del jueves 24 de enero, entre el presidente Hipólito Mejía, Balaguer y de Camps. Los dos primeros, prosiguiendo el “romance político” que sostienen desde hace más de dos años, se inclinaban por el pacto en algunas provincias. Pero tras una intervención de Hatuey, el doctor Balaguer aceptó en principio que lo más conveniente era que los tres grandes se midieran con sus propias fuerzas.

            De cualquier forma, ese día quedaron de volver a verse antes de que concluyera el plazo para las alianzas a fin de revisar la situación. Fue lo que hicieron el viernes primero de marzo. A la salida de la reunión un sonriente Hatuey de Camps comunicó la noticia de que no habría pacto entre los tres grandes.

            Muchos medios dieron el mérito al doctor Balaguer, y en cierto sentido lo tuvo, puesto que el PRD presentó una propuesta alternativa y el presidente Mejía fue partidario público de la alianza. Pero en realidad fue Hatuey de Camps quien inclinó la balanza. Se ignora si entre él y Mejía hubo acuerdo táctico, que no se debe dudar, dadas las habilidades negociadoras que ha exhibido el mandatario, sobre todo frente a Joaquín Balaguer.

Lecciones coyunturales

            Independientemente de quién resulte beneficiario de la participación separada de los tres grandes partidos, en primera instancia puede resultar positivo que no se realicen alianzas puramente oportunistas, que no se manifiestan en la gobernabilidad, y que procuran atar a los electores.

            Descartando que pudieran hacerlo con el PLD, para los reformistas era una mala sañal pactar con el PRD, primero porque éste está en el gobierno, y le dejaba todo el espacio de oposición sólo al peledeísmo, y segundo porque reafirmaría la idea de que es el “partido comodín” del sistema electoral.

            Además, los reformistas partían de encuestas indicativas de que el desgaste perredeísta se traducía más en beneficio propio que del Partido de la Liberación, organización a la que le ha resuldado difícil acercarse a las masas populares, por esa autopercepción de superioridad que mantienen sobre la sociedad dominicana.

            El PLD volvió a girar, erróneamente, sobre las posibilidades de una alianza con el PRSC que todos los factores señalaban como imposible. Esta vez correspondió al exvicepresidente Jaime David Fernández, por iniciativa propia o inducido, plantear públicamente la “conveniencia” de un acuerdo para impedir que el PRD siga controlando los poderes del Estado.

            Pudiera tener razón Fernández Mirabal, pero la gestión perredeísta para nada ha ofendido al reformismo, y había un Presidente de la República presto a reafirmar con ellos un pacto de no agresión.

            El resultado ha sido que una vez más el PLD ha errado el camino y ha aparecido mendigando un pacto con el reformismo que no le han aceptado ni siquiera “sin condiciones”, pese a que apenas tres semanas antes su líder Leonel Fernández pareció trillar un camino propio.

Expediente cerrado

            Lo peor para el PLD sería aferrarse a la esperanza de algunos desorientados que plantean que todavía hay posibilidad de amarres aliancistas con las candidaturas. En efecto los partidos tienen hasta el 16 de marzo para presentar sus candidaturas, pero ya parece extremadamentre difícil que pueda darse un acuerdo efectivo.

            Se aduce que un partido puede presentar en su boleta los candidatos de otro, pero si no se registró una alianza, en el plazo que venció el 2 de marzo, no se le pueden sumar los votos. Queda el recurso extremo de que un partido renuncie por completo a sus candidaturas en el nivel municipal o congresional y que ordene a su militancia votar por otro, lo que no tiene precedente ni luce viable. Para ello tendría que imponerse sobre candidatos ya electos, los que difícilmente acaten el dictamen.

            En otras palabras, a menos que el peledeísmo quiera seguir jugando al haraquiri, tiene que olvidarse de acuerdos con el reformismo y jugarse su propia carta, a ver cuánto puede sacarle al partido de gobierno, como rey de la oposición, en las 9 semanas que restan para las votaciones.

            Al no haber pactado con el partido de gobierno, los reformistas pueden competir con el PLD en ese terreno, y de hecho han comenzado a hacerlo. Se prevé que ha llegado a su fin la luna de miel que ha predominado entre el reformismo y el perredeísmo en los primeros 18 meses del gobierno de Hipólito Mejía, sea cual sea el resultado de los comicios de mayo próximo.

            Como siempre, queda la incógnita de cuánto ha perdido el partido de gobierno en el año y medio que lleva en el poder. Se estima que el PRD debe haber perdido ventaja pero partía de un contexto tan favorable que sólo una catástrofe aún no visible, pudiera revertirle su fuerza electoral.

            El PRD ganó muy holgadamente las dos últimas elecciones. En 1998 obtuvo más del 50 por ciento de los votos en 14 de 29 provincias más el Distrito Nacional. En otras 7 obtuvo sobre el 45 por ciento y en 2 sobre el 40 por ciento. Por debajo de esa proporción ganó en Peravia frente al PLD con pizarra de 39.7 a 33 por ciento. Sólo perdió de calle en San Pedro de Macorís y en La Romana, únicas provincias en que quedó en tercer lugar.

            Para los comicios presidenciales del 2000, el perredeísmo revirtió la situación de San Pedro de Macorís, donde consiguió más de la mitad de los votos, proporción que consiguió en otras diez provincias y el DN. En seis más su votación estuvo sobre el 46 por ciento.

Sin victoria anticipada

            Todo lo antes dicho no significa que el PRD tenga asegurada la victoria en las elecciones de mayo próximo. Muchos factores nacionales e internacionales pudieran cambiar el curso de la perspectiva.

            En primer lugar, el perredeísmo no ha lucido tan abierto como en el pasado para recoger los votos de los partidos pequeños y medianos, que en los comicios de 1998 le aportaron más de 50 mil votos, y en los del 2000 más de 150 mil.

Todavía tiene oportunidad de rehacer sus relaciones con algunos de sus aliados de las últimas cuatro elecciones, para lo cual tiene que reducir el triunfalismo exhibido en las últimas semanas.

            En segundo lugar, el PRD está en el gobierno y ello implica desgaste, incapacidad de responder a las expectativas creadas desde la oposición.

            En tercer lugar, todavía tiene pendiente resolver problemas internos. Aún tiene una tercera parte de sus candidatura por definir y en estos días las presiones son incontables sobre los mandos del partido.

            Como ventaja relativa tiene los recursos del poder. La posibilidad de compensar a inconformes con los postulaciones y de generar mayores recursos para la campaña electoral, aunque esto último se mostró extremadamente insuficiente en 1998 cuando el PLD invirtió en exceso.

            Habrá que ver también en qué medida afecta al PRD el haber desbancado a candidatos a la reelección tan sólidos como los senadores por La Vega, Cuqui Medrano; por Puerto Plata, Ginette Bournigal; y por Monseñor Nouel, Enrique López. En los tres casos sustituídos por otros con menos influencia regional en aras del arrase que se impuso el grupo intrapartidario del presidente Mejía conocido como PPH.

            En otras palabras, que el PRD quedó bien parado con el acuerdo de no alianzas. Pero hay que esperar a ver si logra equilibrar sus candidaturas para el próximo plazo de inscripción de las mismas que vence el 16 de marzo, y luego los resultados gubernamentales de los próximos dos meses.-