Tenemos que ayudar a Haití

Por Juan Bolívar Díaz

Los acontecimientos de los últimos días parecen indicar que el régimen autocrático del presidente Jean Bertrand Aristide está tocando fondo en la vecina nación haitiana, empujado al abismo por un creciente movimiento popular de repulsa.

Cada vez más aislado internacionalmente, el gobierno abona el camino de la rebelión popular, pues ha perdido toda la credibilidad tras numerosos e infructíferos intentos de negociación.

La insurrección se ha ido incubando en las últimas semanas y, superando los límites de la capital Puerto Príncipe, se ha extendido por las principales ciudades, incluyendo a Cabo Haitiano y Gonaives, ésta última tomada en las últimas horas por militantes armados del llamado Frente de la Resistencia Revolucionario de la Artibonita, que también ha incursionado en las poblaciones cercanas de Estere y Ennery.

La decadencia del régimen de Aristide es tal que la semana anterior se produjeron actos de rebeldía hasta en la localidad de Juana Méndez, fronteriza con Dajabón, como señal enviada al país de hasta dónde están dispuestos a llegar los que están cansados de la dictadura, aunque sea revestida de populismo.

Lo primero que resalta en la situación es que Haití parece al borde de la anarquía política y social, bañado en sangre en los últimos meses, con decenas de víctimas, con un presidente empeñado en mantenerse en el poder a cualquier precio y una oposición fragmentada hasta la saciedad.

La emergencia de este grupo armado no es la mejor carta de triunfo, y podría convertirse en un caballo de Troya dentro del campo de quienes luchan por abrir un espacio democrático a la sociedad haitiana.

Ese grupo tiene mala fama. Se le conoce como “Ejército Caníbal”, desde que emergió hace un par de años, integrado por elementos poco confiables de ese sector social que los sociólogos llaman como lumpen proletariado, bajo el liderazgo de Amyot Metayer, quien fuera asesinado en septiembre pasado.

Su muerte es atribuida a partidarios de Aristide, a quien ese grupo había servido y no precisamente en tareas democráticas. Desde su muerte se han declarado en rebeldía contra el gobierno. No han logrado la aprobación del amplio arcoiris de grupos políticos integrantes de la Plataforma Democrática, pero tampoco su rechazo.

Cansados de las trapisondas aristidianas, los dirigentes de los partidos democráticos están trancados a cal y canto, negados absolutamente a la negociación que en noviembre propuso la Iglesia Católica y que desde enero encamina la Comunidad Económica del Caribe, CARICOM.

El problema de la oposición democrática es su increíble fraccionamiento, aunque integran la Plataforma Democrática, que a su vez es resultado del acercamiento entre la Convergencia Democrática y el Grupo de los 184, una coalición de entidades sociales lidereadas por el empresario Andy Apaid, portador de posiciones conservadoras de grupos de poder económico.

La Plataforma rechaza la negociación con el gobierno d e Aristide, por considerar que es un tramposo, y recientemente llamó a la desobediencia civil, no pagando impuestos ni las tarifas de energía eléctrica, teléfonos y otras.

La Convergencia está encabezada por la Organización del Pueblo en Lucha, dirigida por Gerard Pierre Charles, e integrada por otros cinco grupos cercanos a la socialdemocracia. De estos los más reconocidos son el Congreso Nacional de Movimientos Democráticos (Conacón) de Víctor Benoit, y el Partido Nacional Progresista Revolucionario (Panpra) de Serge Gilles. Otros dos grupos son la Convención de la Unidad Democrática del exalcalde de Puerto Príncipe Paul Evans, y Generación 2004.

Por otros rumbos andan el Movimiento para la Instauración de la Democracia, que preside Barc Bazin, y casi solitario el expresidene Leslie Manigat.

Mayor dispersión no podía esperarse en una nación pequeña de espacio como de población. Como si fuera una maldición, mientras el país se cae a pedazos, sumido en la mayor de las miserias y la desesperanza.

Los dominicanos no podemos desentendernos de Haití. Estamos obligados a promover allí los cambios políticos, sociales y económicos, alentando a los amigos y relacionados a unir voluntades y superar sectarismos. Claro que en las actuales circunstancias dominicanas, con tan profunda como progresiva crisis en el sistema de partidos y bajo amenazas a la democracia, aparecemos con poca moral para dar lecciones a otros.

Pero por lo menos la opinión pública tiene que interesarse por Haití y promover allí la democracia. Que ya es tiempo, a casi 33 años de la muerte del tirano Francois Duvalier (abril de 1971) y justamente al cumplirse (ayer 7 de febrero) el décimo octavo aniversario de la huida de Jean Clude Duvalier, que tantas esperanzas despertó aquí como en la vecina nación.